La Voz Argentina: cuando no hace falta tocar casi nada en un equipo que se sabe ganador
La temporada 2021 mantiene las características de las temporadas anteriores, con leves cambios en el jurado de preparadores y la impronta lacrimógena en el desfile de los participantes
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Equipo que gana no se cambia. Esa ley de hierro del fútbol tiene su equivalente en la nueva temporada de La Voz Argentina, cuya primera semana acaba de concluir por Telefe. Al programa le pasa lo mismo que a cualquier equipo que disfruta de un título (La Voz Argentina fue la campeona del rating en su último paso por la TV abierta, allá por 2018) y necesita solamente algunos ajustes para mantenerse en lo más alto. La columna vertebral no se altera.
La única novedad importante es un recambio entre los jurados, que a la vez ofician de preparadores de quienes participan de la competencia. Salió Axel, cuya figura quedó un poco devaluada en estos últimos dos años, y entró Lali Espósito. Es una jugadora fuerte, carismática y desprejuiciada, capaz de ponerle pimienta (y también bastante ternura) a cada una de sus intervenciones. Convocar a Lali es una elección muy astuta, sobre todo pensando en el aprovechamiento de una figura del su perfil (pícara, peleadora en el mejor sentido) cuando llegue el tiempo de las “batallas” y los knock outs.
Del otro lado, la forzada ausencia del Puma Rodríguez le permitió a Ricardo Montaner reforzar su presencia a través de la incorporación al jurado de sus propios hijos, Ricky y Mau. El dúo (que además funciona como sociedad artística) hace una contribución fundamental al mantenimiento de la identidad del programa. La presencia de los Montaner, aunque parezca apenas simbólica, ratifica a La Voz Argentina como una idea televisiva que trasciende fronteras nacionales y que puede mostrarse como lo que es: el concurso de talentos con formato de un reality documental de mayor repercusión en la TV mundial, que se replica en más de 60 países casi sin alteraciones.
Exhibir esta identidad global no es poca cosa. Como ocurre con MasterChef Celebrity (otra fórmula de éxito planetario adquirida llave en mano), Telefe recurre a La Voz Argentina como única muestra de cierto vuelo en materia de producción que permite ver más allá de una realidad local muy opaca. Quizás no se note a simple vista, pero estas producciones funcionan como la única conexión con el mundo que tiene la TV abierta en un momento de la Argentina condicionado por toda clase de ajustes, cepos, fronteras cerradas y escasez de recursos, a los que se suman todos los padecimientos causados por la pandemia.
A propósito de eso, lo único de La Voz Argentina 2021 que nos hace recordar al Covid-19 es el cruce de puños con el que se saludan preparadores y participantes, en vez de los clásicos abrazos que surgían cuando un competidor elegía a su coach. No hay barbijos, la distancia social es la de antes y, como curiosidad, se escuchan todo el tiempo de fondo aplausos y ovaciones grabadas. ¿Acaso se busca crear una sensación artificial de presencialidad o se trata de un gesto inconsciente de nostalgia por la normalidad perdida?
Tres décadas atrás, la Argentina era una exportadora nata de producciones originales de TV y sostenía su andamiaje en ese potencial creativo. Hoy solo puede lucir brillo, andamiaje sólido, competitividad y rating en la reproducción sin cambios del dispositivo de algunos formatos exitosos que vemos en cualquier otro país. La vistosa escenografía de La Voz Argentina es igual al de su par español, inglés o mexicano. Con eso le alcanza para sacarle una distancia enorme al resto en las mediciones de audiencia. Como ocurría con MasterChef Celebrity.
El matiz local pasa por otro lado. Y aparece en detalles que vienen sin cambios desde las ediciones anteriores. Como la frecuencia de las emisiones. En casi todas partes, La Voz (formato creado por el holandés John de Mol, el mismo que inventó Gran Hermano) sale al aire una vez por semana. Dos, en el mejor de los casos (Estados Unidos). Pero en la Argentina, la ansiedad y las necesidades de la programación de los canales imponen un desgastante formato diario. La aleatoria duración de cada programa (un día de 43 minutos, otro de casi una hora y media) le quita algo de precisión y equilibrio a lo que funciona como un gran mecanismo de relojería. La televisión argentina está demasiado (mal) acostumbrada a tanta impaciencia. Sólo la versión colombiana de La Voz sigue esa fórmula de exponerse todos los días.
El otro inevitable componente local, cada vez más exacerbado, es el factor lacrimógeno. En la puesta en escena del programa, cada arranque de temporada coloca a las historias de vida de los participantes por encima del potencial artístico de cada uno. El arduo trabajo de casting que precede las audiciones a ciegas (primer paso formal del certamen frente a la pantalla) determina la conformación del plantel de soñadores llegados por lo general del interior del país.
Allí desfilan el chico de voz prodigiosa que trata de vencer la tartamudez, el muchacho que se sobrepone a su discapacidad física y a la pérdida de su madre en el mismo instante de su nacimiento, la drag queen dispuesta a exhibir todo su desparpajo, la chica trans que busca su identidad lejos del terruño natal, la prometedora bailarina clásica que debió renunciar a la danza por una lesión y ahora se abraza al canto, el skater que llena su cuerpo de tatuajes. Hay una chica nacida en Venezuela y criada entre nosotros que sobrelleva los complejos con su cuerpo, otra que nació acá y creció en la India, una tercera que llegó al mundo en Inglaterra y canta para superar la timidez. Y los gemelos mendocinos que no pudieron entrar en 2018 y encontraron este año la revancha.
La manipulación emocional se repite a fuerza de secuencias en cámara lenta, música empalagosa, lágrimas en primer plano. Como si La Voz Argentina dependiera más de la compasión que de la genuina destreza artística. Podríamos repetir al pie de la letra lo que dijimos ante la llegada de la edición 2018: el programa se sirve con demasiadas cucharadas de azúcar. Que ni siquiera hacen falta: aparece siempre una genuina emoción en los participantes y es imposible que no se mueva alguna fibra interna cuando llega el momento, suspenso mediante, en que la silla de uno de los jurados comienza a girar y la expresión “quiero tu voz”, así como el rostro del evaluador, se coloca de frente al bisoño cantante. Además, los eliminados cuentan con una segunda oportunidad en la versión digital del programa.
La fortaleza de La Voz Argentina está allí y no hace falta modificarla. Funciona sola, inclusive a través del estímulo a las peleas internas y a una competencia con algunas reglas maliciosas que prometen exacerbarse. Nada que no se haya visto en ediciones anteriores, aquí y en el resto del mundo. La continuidad de Marley (siempre en un papel más bien secundario, el protagonismo es de los jurados-preparadores) y de la encantadora Soledad Pastorutti también nos muestra que no hace falta hacer demasiados cambios en un equipo ganador.
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