Pequeña Victoria: el triunfo de quienes saben adaptarse
Pequeña Victoria
Nuestra opinión: buena
Idea: Erika Halvorsen y Daniel Burman. Autores: Erika Halvorsen, Mara Pescio, Anita Accorsi, Martín Vatenberg y Lucas Newton. Elenco: Julieta Díaz, Luciano Castro, Natalie Pérez, Inés Estévez, Mariana Genesio, Facundo Arana, Jorge Suárez, Nico Francella, Alan Sabbagh, Celina Font, Darío Lopilato. Producción ejecutiva: María José Fuente Buena. Dirección: Miguel Colom y Diego Sánchez. Producción artística: Daniel Burman. Canal: Telefe. Horario: lunes a jueves, a las 22.15.
Además de su original eje narrativo, que le viene dando satisfacciones cotidianas en los registros de audiencia, Pequeña Victoria tiene unas cuantas cosas para decir sobre el estado actual de la ficción en los canales de aire de la Argentina. A la larga recordaremos esta producción como la primera en su tipo decidida a romper formalmente de raíz en su planteo central con la presencia tradicional de una familia tipo en una historia marcada por el costumbrismo y los códigos tradicionales de la vieja telenovela. Pero fuera de la deliberada y enfática postura de reivindicar ciertos temas instalados en la agenda pública social de estos tiempos, lo que se desprende de este ciclo es la admirable capacidad de adaptación de uno de los géneros fundacionales de la TV.
El punto de partida del relato es uno de los más originales de los últimos tiempos: una exitosa empresaria seguramente atenta al llamado de su reloj biológico (Julieta Díaz) decide finalmente ser madre subrogando el vientre de una jovencon serias necesidades económicas (Natalie Pérez). Por dinero, ella gesta en su cuerpo los óvulos fecundados por el esperma de una donante que resulta ser una mujer trans (Mariana Genesio). En el medio aparece un personaje extrañísimo encarnado por Inés Estévez: una mujer de espiritualidad profunda y a flor de piel que además es chofer de Uber (publicidad explícita al máximo en medio de la trama) y se convierte en el único sostén afectivo de la madre gestante.
El alumbramiento potenciará los instintos y sentimientos maternales de las cuatro. Ninguna de ellas querrá quedar afuera de ese compromiso. En ese momento aparece el verdadero leitmotiv de Pequeña Victoria: cómo compatibilizar este ejercicio múltiple de ser madre dejando al mismo tiempo bien a la vista que esa actitud es posible y genuina mucho más allá de las cuestiones biológicas. De esta postura, por supuesto, se desprenden otras instancias y dimensiones más controvertidas, éticas y legales, que los responsables de la historia prometen tratar más adelante.
Los cuatro personajes que se funden en la común necesidad de atender de la manera más amorosa a la recién nacida tienen a la vez sus propias historias de vida, sus vínculos con el sexo opuesto (los hombres tienen aquí roles siempre secundarios y subordinados), sus proyectos y el lugar que quieren ocupar en el mundo.
Todo esto transcurre con las habituales y previsibles líneas de tantas y tantas historias televisivas que mezclan el viejo melodrama, el habitual costumbrismo y una reciente sofisticación visual y de puesta en escena que logró aggiornarlas un poco sin perder la tradición. Los equívocos amorosos son los mismos, las derivaciones de esos encuentros también.
Con todo, la mayoría de las escenas funcionan. Las motivaciones de cada personaje resultan claras y los sentimientos se expresan con fluidez, mérito de un elenco que parece estar disfrutando mucho de lo que hace. El contexto es claro: temas novedosos y controvertidos que no se esconden, pero atravesados siempre por un tamiz tradicional, el de la telenovela clásica. En otro marco quizá más propicio para narrar este tipo de historias (el de las series limitadas de la TV paga) podríamos imaginar mayores audacias.