La TV Pública en su laberinto, casi sin audiencia y con una programación atrapada entre la historia y el presente
Propuestas que se repiten, programas largos y espacios de actualidad con evidentes sesgos son los comunes denominadores de una grilla que reclama una renovación
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Cualquier decálogo de buenas prácticas sobre el comportamiento de los medios de comunicación nos dice que el principal propósito de una emisora pública de televisión no pasa por la búsqueda del rating. En todo caso, y así puede certificarse a través de varios casos exitosos alrededor del mundo, una audiencia creciente, atenta y fiel al mensaje de las cadenas públicas televisivas se alcanza con dos metas: una programación de calidad que no sea incompatible con la búsqueda del entretenimiento y una identidad sostenida a lo largo del tiempo, ajena a cualquier condicionamiento, interés o intención del circunstancial ocupante del gobierno.
El canal decano de la televisión argentina (hoy identificado con la sigla de la TV Pública) no pudo resolver ninguno de estos dos dilemas en la mayor parte de sus siete décadas de existencia. No es casual que en nuestro país el concepto de televisión pública tenga el mismo significado que el de “televisión oficial”, “televisión estatal” o “televisión gubernamental”. A todos los efectos prácticos, todos ellos casi siempre fueron sinónimos. La tentación de cada uno de los gobiernos de utilizar a su favor (y a sus intereses) el poder real y simbólico de los medios públicos fue siempre mucho más fuerte que el esfuerzo por otorgarles (sobre todo a la televisión en manos del Estado) una autonomía suficiente como para plantearse objetivos a más largo plazo que los períodos presidenciales y tratar de cumplirlos.
Al viejo Canal 7 le tocó, cuando se denominaba Argentina Televisora Color (ATC), atravesar una etapa en la que su principal responsable se proponía a toda costa librar una inútil carrera con sus pares privados a partir de una consigna difícil de entender, que recurría a las iniciales del nombre de la emisora: “Ahora también competimos”. Hoy parece estar en el lugar opuesto: completamente fuera del radar e indiferente para la inmensa mayoría del público en un tiempo, vale señalarlo, en el que los canales abiertos retroceden más que nunca en su historia frente al avance de otras opciones innovadoras, como las plataformas de streaming. Las cifras de encendido son incuestionables.
¿Quién ve hoy la TV Pública? Un medio de estas características debería en principio llegar a la mayor cantidad de hogares posibles, reflejar el quehacer de los argentinos en su vida cotidiana y brindarles a los televidentes repartidos por todo el territorio plausibles opciones para el entretenimiento y el interés general. Tiene todas las posibilidades formales para hacerlo: una impecable salida al aire, una imagen perfectamente adecuada a estos tiempos de alta definición y una llegada óptima a todo el país.
En ese sentido, al menos en los papeles, hay un espíritu federal presente en el diseño de la programación actual del canal. El horario central de la semana incluye por ejemplo un ciclo, Festival País, con expresiones musicales de distintos estilos que le da continuidad al tradicional seguimiento de las grandes fiestas populares y de cultura nativa del calendario veraniego.
Ese programa tiene un apéndice matutino (Festival País – La Mañana) que conecta actuaciones en vivo con varios segmentos transmitidos desde puntos del interior argentino en los que se expone ese amplio acervo de festividades, acciones y propuestas regionales, así como detalles de la vida cotidiana de cada región, sus artistas, artesanos y creadores. ¿Qué diferencia hay entre esas dos horas mañaneras y las otras dos que ocupa por las tardes el programa Todos estamos conectados? Casi ninguna. Los dos cuentan con distintas parejas de conductores y la propuesta vespertina mezcla con más decisión elementos culturales y mundanos. Pero por lo demás, son casi idénticos. Además, para incorporar esta edición matutina de Festival País, la TV Pública dejó de lado el tradicional programa de salud, buen vivir y servicios que con suerte dispar y diferentes formatos se mantuvo durante muchos años en ese horario.
La referencia más nítida en la que se apoyan estos dos envíos federales de la TV Pública es España directo, uno de los programas insignia de la televisión pública de la península y sobre todo una atractiva crónica social de la vida cotidiana en todas las regiones españolas. Lo que tiene el programa de RTVE es un estilo mucho más dinámico y salpicado, con más segmentos incorporados en menos tiempo, y una mezcla de emisión en vivo y trabajo de edición que mejora los resultados. Una mirada más atenta de España directo podría enriquecer las propuestas locales.
En la mayoría de su grilla, vemos que la TV Pública argentina parece haberse contagiado de una curiosa tendencia que desde hace un buen tiempo marca el funcionamiento de la pantalla abierta local sin distinciones. La televisión extra large. Los programas son cada vez más largos, duran más de lo aconsejable y le quitan a la programación algunos matices que podrían hacerla más atractiva, al menos en los segmentos transmitidos en vivo o con producción propia.
Además de los programas citados tenemos un ejemplo cabal de esta práctica en Cocineros argentinos, una idea rendidora que ya forma parte de la columna vertebral del canal con dos horas y media de emisión diaria. Desde sus comienzos, Cocineros argentinos –que enfrentó en los últimos días la confusa salida de Sofía Pachano- siempre resultó una propuesta televisiva probadamente amena y útil para la audiencia, pero 150 minutos todos los días parecen demasiados para mantener la atención constante en la pantalla hacia un programa de un solo decorado.
La TV Pública también replica en sus noticieros esta tendencia a la duración ilimitada que desde hace mucho identifica a los espacios informativos de los canales abiertos privados. Ya hemos dicho que a diferencia de lo que ocurre en América, El Trece, Telefé o El Nueve, la emisora pública toma distancia en sus espacios informativos de los temas cotidianos que podríamos llamar “de la gente” (con su inevitable carga emotiva) y opta por un formato noticioso generalista más bien clásico, dividido en secciones (política, economía, servicios, deportes, espectáculos), con la presencia de columnistas y la incorporación de mesas de debate sobre temas de actualidad.
También dijimos –y la realidad de los últimos días lo ratifica- que fuera del sobrio y objetivo enunciado de los temas del día con un espíritu ajeno a cualquier énfasis, la elección de la agenda de los noticieros y sobre todo el perfil de columnistas y analistas convocados responde a una matriz que se identifica todo el tiempo con la mirada de los más altos funcionarios y figuras políticas de las distintas corrientes del oficialismo, en especial la que responde al kirchnerismo.
Un ejemplo bien reciente es el tratamiento de la guerra en Europa. Inclusive antes de que se produjera la invasión a Ucrania ordenada por Vladimir Putin, la presencia de analistas con visible sesgo pro-ruso se hizo constante en la pantalla de la TV Pública. Ese cariz se hizo todavía más notorio en algunas emisiones de Desiguales, un programa de análisis político incorporado al horario central del canal, en el que uno de sus conductores llegó a decir que la cobertura de la política internacional en la prensa argentina suele responder a instrucciones dictadas “con letra directa desde algunas embajadas”.
El día en que las tropas rusas entraron a Ucrania a sangre y fuego, los analistas invitados recibieron la siguiente pregunta: “¿Es realmente una invasión lo que estamos viendo?”. En ese momento, los graphs de l programa hablaban inequívocamente de invasión. Naturalmente, las respuestas apuntaron sin excepción a las culpas casi exclusivas de Occidente y a la “nazificación” del gobierno ucraniano. Esas posturas se reiteraron en los últimos días, hasta que el sábado último, en el habitual espacio del noticiero internacional, quienes opinaron con rigor y precisión sobre el conflicto fueron Rut Diamant e Irma Argüello, dos reconocidas expertas en temas internacionales.
La discusión del acuerdo con el FMI en el Congreso desplazó en los últimos días el interés de la TV Pública por el resto de los temas, incluyendo a la guerra, que recibió un tratamiento casi marginal en el cierre de la semana pasada. Para el tratamiento del nuevo tema excluyente, como viene ocurriendo desde hace tiempo con todos los asuntos de interés general, las voces del espectro más cercano al oficialismo convocadas por la TV Pública tuvieron una abrumadora ventaja por sobre las de la oposición o los analistas independientes. Hubo una excepción el pasado jueves en Desiguales, con un extenso y picante ida y vuelta entre el diputado radical Rodrigo de Loredo y el conductor Pablo Caruso.
Los fines de semana la programación está mucho más segmentada, con ciclos culturales y religiosos de larga data, algunos programas de servicios, documentales, transmisiones deportivas y cine. A propósito, vuelve a lamentarse en estos días la ausencia de Filmoteca. Son jornadas reacias a la novedad en términos de programación, más allá de la aparición de un interesante programa dedicado a la publicidad desde múltiples enfoques (El festival del bien público) y a la breve experiencia surgida a fines del año pasado de Estudio 1, un ciclo musical en el horario central de los domingos que le permitió a la TV Pública después de mucho tiempo aprovechar las posibilidades visuales, acústicas y escenográficas que ofrece, justamente, su inmenso estudio principal.
¿Por qué no tomar en este caso como referencia los grandes shows musicales de la TV Pública italiana (la RAI) y adaptarlos a nuestro medio? Hay una gran tradición musical acreditada desde los orígenes del viejo Canal 7 y una inmejorable prueba la tuvimos en una de las primeras emisiones de Estudio 1, cuando se recuperaron para el homenaje a los 100 años de Ariel Ramírez espléndidas imágenes de archivo de un recital del gran compositor y pianista santafesino junto a Lolita Torres y otros artistas, grabada en ese mismo lugar.
Sería muy promisorio después de las fiestas populares del verano que Estudio 1, con algunos ajustes, pueda tener algún relanzamiento o la continuidad garantizada. Algo que también podría reclamarse para un espacio dedicado a la memoria del canal a partir de nuevos y atractivos conceptos visuales, y no sólo respondiendo a necesidades circunstanciales como el reciente homenaje a los 70 años de la televisión argentina. No sabemos qué se conserva en el archivo de imágenes del canal y tampoco todo lo que se perdió para siempre.
Hasta lo que sabemos, hay varias ideas y propuestas para renovar la pantalla en la gerencia artística de la TV Pública. También hay tiempos políticos que condicionan la planificación y los tiempos de esos proyectos. Las mejores experiencias de la TV Pública en el mundo nos hablan de una programación en la que los géneros clásicos (ficciones, entretenimientos, noticias, quiz shows, programas de interés general y de servicios) están en proceso constante de actualización, atentos a las nuevas tendencias y a los cambios de expectativas y hábitos entre el público. No puede ser que para algunos hombres del Gobierno la única opción posible para recuperar la atención del público consista en transformar de nuevo a la TV Pública en una virtual señal deportiva con la incorporación de más partidos de los torneos de la AFA, en especial los que juegan River y Boca.
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