Quedarse solo con la imagen de una persona no solo es superficial sino también injusto. No porque esa imagen no devuelva una realidad, sino porque esa realidad suele ser un recorte de un universo mucho más amplio. Ya lo decía el fotógrafo estadounidense Ansel Adams que "la fotografía es un concepto". Lo es, pero detrás de esa impresión, hay aún más. La buena imagen permite intuirlo. Aunque el espectador receptivo podrá, también, generarse un mundo que no siempre se condice con el real. Expectación activa. Casi teatral. Sea como fuere, la foto a primera vista de Evelyn Scheidl expone a una mujer bella como pocas; elegante hasta más no poder; simpatiquísima; y sumamente seductora. Tan guapa que hasta las marcas de su rostro se convierten en surcos sensuales. Así es esta mujer de 67 años, Evelina Elena Scheidl, descendiente de austríacos, viuda, madre de cinco varones y abuela, quien, al posar para el fotógrafo, esgrime indeleble el oficio de tantos años de modelo de alta costura. Esbelta y llamativa, no pasa inadvertida. A la hora de conversar con LA NACION, sus hermosos ojos atraviesan al interlocutor. Rápidamente rompe con el prejuicio, si es que existía tal.
La nota arranca en el set de Las Rubias + Uno, el ciclo del canal KZO bastoneado por Marcela Tinayre, que la cuenta como una de sus partícipes fundacionales. La charla se interrumpe debido al comienzo de otro programa. Silencio, estamos en el aire. Nos trasladamos al camarín que se encuentra cerrado. No es problema para Evelyn que no duda en sentarse en el piso de un pasillo al aire libre y seguir charlando como si nada, en medio de un ventarrón fresco que azota a Palermo. Finalmente, el camarín compartido con sus compañeras será el sitio propicio para que Evelyn desnude su alma y nos aparte de ese recorte incandescente que no refleja todo su ser. Natural. Simple. Se queda descalza para conversar y compartir sus vivencias. Hay otra mujer. La que sufrió. Y mucho. La que tuvo que hacerle frente a esos duelos no imaginados. Sobrellevar las pérdidas materiales y de las otras, esas que duelen más.
Ganar y perder
Debutó en las pasarelas a los 21 años. "Fue en 1971. Ya te dije mi edad, pero no me importa", dirá sin que se le mueva una pestaña al confesar la cercanía con las siete décadas en solo tres años. Pertenece a esa estirpe de modelos que hacían un culto del bajo perfil, no formaban parte de la farándula y se diferenciaban una de la otra a partir del estilo propio. Mora Furtado, Teresa Calandra, Teresita Garbesi, Adriana Constantini, y varias más conformaron aquel dream team chic. Pero más allá de esa carrera intachable, Evelyn hace tiempo que es una cara televisiva: "Nunca tuve una experiencia como la que transito en Las Rubias + Uno porque mi programa lo grababa en casa, lo editaba en mi propia isla y al canal llegaba la lata terminada", explica.
—Ahora que trajinas los estudios y la competencia de la televisión diaria, ¿te sentís cómoda?
—Entiendo que hay bastante hipocresía dando vueltas, pero nunca nada del medio me afectó demasiado. Fui atleta y me educaron para competir. Si gano, gano. Y si pierdo, pierdo. Eso no me desarma para nada. Todo eso me lo enseñó el deporte. Por suerte, comparto el programa con queridas amigas, eso me hace sentir más cómoda.
—¿Cómo te llevas con los celos y las envidias propias y ajenas?
—No soy celosa. Admiro a la gente que me gusta y lo manifiesto abiertamente. No digo nada ofensivo, no agredo a nadie públicamente. No corresponde, no tiene sentido hacer esas cosas frente a cámara.
—Hay mucho de eso en las pantallas.
—Me molesta ver peleas y agresiones en televisión. Sé que, a veces, es un juego; pero a mí eso no me va. No me gusta. Hace mal, es dañino, perverso. Por eso trato de no ver esos programas. Vivimos un mundo muy revolucionado, entonces para qué sumar.
Cultura machista
—Sos madre de cinco varones. ¿Cómo te las ingeniaste para criarlos y trabajar fuera de casa al mismo tiempo?
—Tengo a la generación Peter Pan, a la Millennial, y a la Z. Entre hijos y nieto hay de todo.
Evelyn es madre de Fernando, Agustín, Máximo, Ezequiel y Facundo. Hoy, ante la ausencia de su marido, son su gran sostén. "Los críe en un mundo muy cuidado, con un papá muy machista. Hoy, los varones esperan a la mujer con la mesa puesta. En mi época no era así, mi marido no sabía ni donde estaban los vasos en la cocina".
—Sin embargo, vos no eras la mujer que respondía al paradigma de tu época.
—Trabajé toda mi vida a la par de él, pero había actividades de la casa que solo las hacía yo. Si bien era una mujer que tenía su profesión, puertas adentro había algo de la dinámica de la vieja usanza.
—¿Por ejemplo?
—Cuando mi marido estaba descansando, yo les pedía a los chicos que no hicieran ruido porque el papá estaba durmiendo.
-Casi un culto reverencial a la figura masculina.
-Sí, hoy eso cambió. Está bueno que el hombre esté al lado de la mujer y tenga las mismas tareas. Todo está más igualado. De todos modos, si bien los cambios en las mujeres me gustan, siento que algunos las perjudican.
-Rompiste el modelo impuesto cultural y socialmente a partir de tu independencia económica y en una profesión poco usual. ¿Cómo llegás al modelaje?
-Mi mamá, que me idolatraba, era amiga de una de las mejores amigas de Karin Pistarini, que era la presidenta de la Asociación de Modelo Argentinos. A través de ese nexo, mi mamá la contactó.
-Es decir que tu madre impulsó tu carrera como top model.
-¡Para nada! Ella lo que buscaba es que yo fuese femenina.
-¿No lo eras?
-Era atleta y tenía hermanos, así que no era muy femenina que digamos. Me trepaba a los árboles, jugaba a juegos de varones. Era una chica "varonera". En la Asociación de Modelos aprendí a caminar, a sentarme como una dama y luego pasó lo que pasó. La vida te regala momentos que uno tiene que saber aprovechar. Hoy puedo decir que amo mi carrera y la agradeceré de por vida.
Del dolor a la paz
-La foto irradiada de Evelyn Scheidl tiene que ver con el universo glam, la distinción, una vida soñada. Sin embargo, atravesaste momentos muy dolorosos, duros.
-Muy duros.
-Los has transitado con mucha dignidad.
-Se cumplirán nueve años de la muerte de mi marido y puedo decirte que lo extraño todos los días de mi vida. Estoy al aire y pasan situaciones o noticias que me hacen recordarlo, pero no me puedo poner a llorar en cámara. Al contrario, es como que me llega su mensaje, lo tengo metido en mis entrañas.
Fernando Diez era un exitoso empresario, dueño de la famosa casa Botticelli, una de las zapaterías más exclusivas de Buenos Aires. Había regresado de un viaje cuando la muerte lo sorprendió dentro del vehículo que lo transportaba desde el aeropuerto de Ezeiza en plena avenida 9 de Julio. El parte médico dio cuenta de un infarto masivo. Corría el mes de mayo de 2010. "El dolor por la muerte de mi marido fue insoportable. Insoportable", remarca la conductora que estuvo casada 37 años.
-¿Qué pasó con vos luego de semejante tragedia?
-Los primeros meses estuve muy acompañada por mis hijos. Éramos una unidad sufriendo y no se separaron los amigos, quienes estuvieron presentes todo el tiempo. Literalmente, no se movieron de nuestro living.
-No hay una fórmula para salir de ese pozo.
-Cuando pasan esos primeros tiempos, uno comienza a procesar ese dolor que solo es de uno, intransferible. Porque, además, el entorno no se tiene que hacer cargo de eso. Trato de no meter a la gente dentro de mi dolor. Lo sufro sola.
-¿Pudiste sola?
-Me cuesta llorar porque lloré mucho. Ahora no lloro ante situaciones por las que antes lloraba. Me endureció la vida. Lloré por mi mamá, por mi suegra, por mi marido. Todos se me fueron muy jóvenes y de manera repentina, tenían entre 61 y 62 años.
-Duele más aún.
-No estás preparado. Era gente sana, espléndida. En los duelos hay que atravesar todas las etapas hasta llegar a la aceptación.
-¿Esa aceptación es anular o convivir con el dolor?
-Es aceptar que esa persona nunca más estará, que nunca más pondrá la llave en la cerradura. Esa aceptación no es inmediata. Se tarda bastante. Incluso tuve mucho tiempo conmigo las cenizas de él, hasta que las arrojé en Punta del Este.
-¿Cómo te sostuvieron tus hijos?
-Se turnaban para no dejarme sola. Cuando me di cuenta de eso, les mentí. Una tarde les dije que me iba con mis amigas a cenar. Ante eso, cada cual armó su plan. Cuando se fueron, me encerré y me metí en la cama, pero sirvió para liberarlos. Además, necesitaba estar en soledad. Ellos sufrieron mucho y merecían retomar su vida normal.
-¿Cómo lo recordás a tu marido?
-Tuve un matrimonio maravilloso, fue un padre adorable. Era una persona amorosa.
Ley del desapego
Algunas corrientes filosóficas y varios gurús contemporáneos dan cuenta de la importancia de desprenderse de lo superfluo, pero no siempre se tiene el valor o la capacidad para discernir qué es lo que sirve y qué sobra. A Evelyn, el despojo le llegó a la fuerza. Y lo que fue una tragedia, otra más en su vida, ella lo resignificó. En abril de 2014, un cortocircuito provocó un incendio en su dúplex de 600 metros cuadrados ubicado en el barrio de Recoleta, precisamente en esa "isla" detrás de la avenida Pueyrredón lindante con la Biblioteca Nacional que balconea hacia Libertador. La ex modelo se encontraba con dos de sus hijos, quienes salieron ilesos de las llamas que rápidamente consumieron buena parte del lujoso departamento. "A mi hijo Máximo no le quedó nada. Ni una foto, ni una ropa. Se quemaron todos los recuerdos de los chicos: boletines, cosas de chiquitos. Ahí comenzamos una vida nómade. Yo me fui a lo de mi amiga Sofía Neiman y los chicos, cada uno a la casa de un amigo diferente. No pudimos volver por mucho tiempo debido al olor a humor que tarda tanto en irse", explica.
-Sos un Ave Fénix.
-No hay otra alternativa. En la vida hay dos opciones: o te levantás triste o te levantás feliz. Solo depende de nosotros. Un psiquiatra o un psicólogo te pueden ayudar o no, pero si uno no pone de su parte, en todos los órdenes de la vida, es imposible que avances. Yo aprendí a buscar el sí. El no ya lo tenés antes de salir de tu casa.
-¿Es cierto que tuviste señales de tu marido ya fallecido?
-Es un tema que muchos no comprenden, a pesar que hoy se está abierto mucho más a lo espiritual. Respeto al que no cree y es cierto que soy naif y compro buzones, pero yo viví situaciones muy puntuales.
-¿A qué te referís?
-Una tarde estaba con amigas, de las cuales una de ellas no cree en nada. Tenía sobre la chimenea ocho velas a pilas apagadas. De golpe, se encendieron todas juntas, sin que mediara nada. ¿Qué es eso? La que no creía en nada me dijo: "Si me lo cuentan, no lo creo". O me ha sucedido de entrar a la habitación y que se prenda la tele y se apague sola.
-¿Pensás que tu marido está ahí?
-No tengo dudas.
-¿Sentís que te acompaña?
-Obvio. A veces se pianta a jugar al golf. Me río mucho con eso.
-Es bueno que te puedas reír. Celebrar la muerte es muy oriental.
-No soy oriental, pero me las ingenio. Hay que tratar de enfrentar la vida con alegría, a pesar de los momentos de tristeza que siempre son más que los otros, por eso la felicidad hay que aprovecharla. Hay que tomar conciencia de vivir bien el momento y soltar toxicidades.
Cuestión de piel
-Se te ve espléndida. ¿Cómo te llevás con el paso del tiempo?
-Trato de mantenerme. Tengo la suerte que la profesión me obliga a estar bien, si fuese ama de casa no se si tendría ganas.
-Es un trabajo lucir bien.
-Es un trabajo tremendo cuidarse. Lo que hacemos las mujeres es mucho. Pero no me peleo con la edad. Tengo una actitud decente y me visto como corresponde por respeto a mis hijos y al golfista, mi marido.
-¿Te permitirías un nuevo amor?
-No. Estoy ciento por ciento cerrada.
-¿Y si aparece?
-Hoy te digo rotundamente no y si dentro de dos años aparece algo, hacemos otra nota.
-¿Se acercó alguien en este tiempo de viudez?
-Nadie, jamás.
-Evelyn, ¡debés tener una lista extensa de candidatos!
-Ni uno. Jamás me llamó un hombre. ¿Te quedó claro? No me lo cree nadie, pero es así.
-¿Inhibís?
-Uno pone un blindex. Yo soy muy amorosa, abrazo a todo el mundo, incluso a los hombres. Pero eso no les hace creer que pueden avanzar. O, quizás, no le gusto a nadie.
-Eso no es fáctico...
-No tuve nunca un llamado.
-¿Qué ves cuando te mirás en el espejo?
-A una mujer agradecida que tuvo una buena vida. A veces me enojo, me pasaron muchas cosas feas, pero trato de agradecer. Soy de familia austriaca, mi padre, cuando era chico, vivía bajo tierra, en los tiempos de la guerra, será por eso que somos aguerridos.
-El temple se convierte en marca de las futuras generaciones.
-Lo llevás en el ADN. Por ejemplo, yo necesito tener siempre la alacena muy llena. No soporto que no haya mercadería. El acopio tiene que ver con la guerra. Mi mamá era igual. Aunque con el incendio aprendí a vincularme con el despojo. Perdí toda mi ropa, la mejor. Me quedó lo poco y feo que tenía en una valija. Ahora, solo tengo tres calzas, un jean. Regalé todo, ando así desde diciembre en que se vendió mi departamento y me tengo que mudar a algo más chico. ¿Querés que te diga algo? No necesito más.
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