Peyton Place, la soap opera que convirtió en estrellas a Mia Farrow y Ryan O’Neal fue revolucionaria por su mirada sobre la sexualidad femenina y la infidelidad en el pueblo ultraconservador que le daba su nombre; conquistó a mujeres y hombres, adultos y adolescentes, antes de perderlos a todos sus fans de un plumazo
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Fue la primera telenovela que se emitió en el prime time norteamericano. Fusionó el melodrama romántico con la brecha generacional y los conflictos sociales más álgidos del momento: la lucha de clases, la violencia de género, el adulterio, el aborto. Presentó una mirada realista y moderna sobre la sexualidad femenina y sobre la monogamia, condenando la hipocresía que reinaba en un ficticio pueblo ultraconservador de los Estados Unidos, Peyton Place. Recuperó para la pantalla chica a una de las grandes figuras del séptimo arte, Dorothy Malone, y consagró a dos ignotos principiantes: Mia Farrow y Ryan O’Neal. La caldera del diablo supo concentrar el interés de adultos y adolescentes, antes de desdibujarse en las brumas del estereotipo y el trazo grueso.
Adiós a las armas
Exaltación sentimental melodramática, protagonismo coral, múltiples tramas que se entrecruzan, confunden y continúan hasta desembocar en un final feliz. Tres de las características principales del género que la Argentina denomina telenovela, México conoce como culebrón y los EE.UU. bautizaron con el nombre de soap opera. Básicamente, porque los primeros radioteatros de este estilo estuvieron financiados por fabricantes de productos de limpieza. Promediaba 1961, y en la mesa de negociaciones de la cadena televisiva ABC, los programadores le exigían al productor Paul Monasch (1917-2003) una soap opera que se adueñara del encendido y atrajera el presupuesto publicitario de los principales anunciantes de electrodomésticos. “Les dije que eso ya se había hecho; y muy bien -recordó Monasch en 1999-. Y que nosotros teníamos que ir por más, por una ‘antología dramática sobre la clase alta’. Puede parecer lo mismo, pero no lo es”.
Monasch no era ningún improvisado. Venía de escribir el piloto del último gran éxito de la cadena propiedad de Disney, Los intocables, y hacía tiempo ya que elucubraba una cruza extraña a la que le tenía una enorme fe. Estaba obsesionado con Peyton Place, la novela escrita en 1956 por Grace Metalious, best seller irrefrenable gracias al minucioso retrato de un pequeño pueblo ultraconservador de Nueva Inglaterra durante la Segunda Guerra. Siguiendo la historia de tres mujeres que se enfrentaban a la sociedad pacata e hipócrita de la época, Metalious denunciaba las inequidades sociales y los privilegios de clase mientras hablaba de incestos, abortos, adulterios, suicidios y asesinatos varios, en un clima de permanente tensión erótica.
Para Monasch, la adaptación cinematográfica protagonizada por Lana Turner en 1957 había traicionado el original: “Al bajar la carga sexual del relato, La caldera del diablo se quedó en los escándalos sociales del pueblo y no fue más allá. Y mi propuesta era, justamente, ir más allá”. En particular, quería llegar al modelo explotado por la serie británica Coronation Street, apoyado en una especie de realismo sucio que mostraba la contrastada cotidianidad de una clase trabajadora domesticada por el sistema, incapaz de entender (y contener) la angustia juvenil de una generación que buscaba romper los límites impuestos por una sociedad ya obsoleta. “La clave -sostuvo Monasch- estaba en mantener los conflictos y cambiar la época. Había que decirle adiós al entorno bélico y plantar la serie en presente. Si contábamos lo que pasaba en nuestras casas con nuestros hijos, íbamos a tener un éxito asegurado”. Y lo tuvo.
Pueblo chico, infierno grande
Con el proyecto aprobado por ABC, se filmó el episodio piloto de una hora. El capítulo puede ser definido como una cruza entre la novela original y su adaptación cinematográfica. “No estaba mal, pero no era lo que yo quería -dijo Monasch- así que lo tiramos a la basura y volvimos a empezar”. Cuando todo parecía haberse ido definitivamente al diablo, entró en escena Irna Phillips, guionista y actriz que manejaba como nadie los hilos de la soap opera. Contaba en su haber con varios de los principales radioteatros más escuchados y tenía la capacidad de escribir para acaparar el interés de las mujeres, capturando en el camino la atención de hombres y adolescentes. Su fuerte eran las historias dramáticas protagonizadas por mujeres jóvenes, principalmente porque sabía muy bien de lo que hablaba. Feminista de avanzada, había quedado embarazada a los 19 años y, tras ser abandonada por su novio, decidió ser madre soltera en 1920. Para Monasch, “Irna entendió todo y terminó salvando el programa”.
Phillips hizo cirugía mayor en la Biblia de la serie: eliminó personajes, modificó algunos y creó otros. Cambió las historias y dinámicas familiares para representar mejor los tiempos que corrían y los intereses sociales dominantes. Puso bajo el peso constrictor de la iglesia del pueblo a cada una de las felices fachadas hogareñas con que los habitantes de Peyton Place enmascaraban los fracasos maritales adultos y los sinuosos amoríos adolescentes. Por no mencionar los vicios más íntimos de esa sociedad autopercibida como “perfecta”: infidelidades, discriminación, consumo de alcohol, violencia doméstica y escolar, mala praxis médica, grandes negociados empresariales. Peleó por sostener las implicancias sexuales de la novela original, aunque se vio forzada a eliminar las secuencias más álgidas de la trama por presión de la cadena televisiva. Aun así, se las ingenió para incorporar un tema que empezaba a acaparar espacio en los medios de comunicación masivos: el embarazo adolescente.
En líneas generales, la serie enfocó sus lentes sobre tres de las principales familias del pueblo: los MacKenzie, los Harrison y los Anderson, cuyos lazos iban a marcar el tempo dramático del programa. Entre padres que odian a sus parejas e hijos que detestan a sus padres, la pata policial se fue consolidando con el correr de los episodios, involucrando asesinatos e intentos de suicidio. Cuando La caldera del diablo debutó el 15 de septiembre de 1964, la televisión norteamericana cambió para siempre. Era una telenovela para adultos que, por los temas polémicos que abordaba, no podía emitirse a la tarde y por ello desembarcó en el prime time. El público la adoptó, la consagró y la instaló entre los veinte programas más vistos de la semana. A los pocos días del estreno, la serie pasó a emitirse dos veces por semana. Al mes, ocupaba tres de las cinco noches centrales. La soap opera con la que había soñado ABC para vender avisos era una realidad.
Algo estúpido
Monasch insistía en que “el verdadero protagonista de la serie tenían que ser las historias y el pueblo”, por eso buscó un nutrido grupo de actores poco conocidos para encargarse de los roles protagónicos. La excepción fue Dorothy Malone, actriz de vasta experiencia que había filmado con Frank Sinatra, Humphrey Bogart, Rock Hudson y Lauren Bacall, entre otras figuras. Suyo fue el papel de Constance MacKenzie, pautado como el más importante del programa. Propietaria de una librería y tienda de regalos, mantiene una tensa relación con su hija, a quien le oculta la identidad de su verdadero padre. La hija, una chica inteligente y tranquila que responde al nombre de Allison (la debutante Mia Farrow), se involucra sentimentalmente con Rodney Harrington (el también debutante Ryan O’Neal), un muchacho serio que está siendo permanentemente manipulado por sus padres.
El resto del elenco, que se ensamblaba alrededor de este trío, estaba conformado por adultos y adolescentes, cuyas historias corrían en paralelo: Matthew Swain (Warner Anderson), editor del diario local y figura paterna para Allison; Michael Rossi (Ed Nelson), cirujano que abandonó Nueva York por razones que prefiere ocultar; Betty Anderson (Barbara Parkins), perdidamente enamorada de Rodney; Julie Anderson (Kasey Rogers), adúltera madre de Betty; George Anderson (Henry Beckman), alcohólico y violento esposo de Julie; Leslie Harrington (Paul Langton), padre de Rodney y amante de Julie; Norman Harrington (Christopher Connelly), hermano menor de Rodney; Laura Brooks (Patricia Breslin), enamorada en secreto del doctor Rossi; Catherine Harrington (Mary Anderson), madre de Rodney; el doctor Robert Morton (Kent Smith), rival de Rossi y amigo muy cercano de los Harrington; Elliot Carson (Tim O’Connor), esposo de Constance MacKenzie y padre de Allison, que había pasado 18 años en prisión siendo inocente, y Rita Jacks (Patricia Morrow), chica de clase trabajadora enamorada del poderoso Norman Harrington.
“Teníamos un plan específico para Constance, Allison y Rodney -contó Irna Phillips en 1970-, pero el público los cambió”. De la noche a la mañana, los jóvenes se convirtieron en figuras ultrapopulares, opacando a la propia Malone. Los espectadores más jóvenes se apropiaron de sus modismos, sus apariencias y sus vestuarios. De hecho, el modelo de campera que lucía O’Neal, históricamente conocido como Baracuta G9 (que popularizó James Dean en Rebelde sin causa) pasó a ser comercializado con el nombre de Harrington, en referencia directa al personaje.
Para la segunda temporada (1965-1966), el nudo argumental se centró directamente en la pareja de enamorados, siguiendo el devenir de un juicio por asesinato contra Rodney Harrington y el coma en el que cae Allison MacKenzie después de un accidente automovilístico. El rating se disparó y la mala fortuna se cebó con el show. Primero, Dorothy Malone tuvo que ser operada de urgencia y, como la rueda no podía pararse ni un segundo, la actriz Lola Jean Albright la reemplazó por un par de capítulos. Acto seguido y contra todos los pronósticos, Mia Farrow anunció su desvinculación de la serie. “Sé que lo hizo presionada por su marido, Frank Sinatra –aseveró Monasch-. Nunca dijo el por qué, pero para mí se puso celoso del reconocimiento de Mia. Fue algo estúpido. Una pena, fue el golpe que empezó a hundir el barco”. De común acuerdo, actriz y productor decidieron cerrar el ciclo con Allison alejándose de Peyton Place, caminando por la ruta hacia quién sabe dónde.
La partida de Farrow rompió el contrato tácito entre el programa y su público. A pesar de que la tercera temporada (1966-1967) se emitió en colores, el encendido empezó a decaer. El casamiento de Constance y Elliot Carson no alcanzó para remontar la debacle. El nacimiento de su hijo, tampoco. La incorporación de Rachel Welles (Leigh Taylor-Young), adolescente abusada por su propio tío, mucho menos. Incapaz de generar interés, la trama empezó a complicarse sin sentido. El pueblo se llenó de hijos ilegítimos, complots para apropiarse de herencias multimillonarias, traiciones sentimentales, depresiones e internaciones varias, crímenes diversos y embarazos no deseados. Y Rodney Harrington se desdibujó hasta volverse irreconocible y (casi) intrascendente.
Poco a poco, los riesgos fueron cediendo terreno frente al avance de las vueltas de tuerca netamente melodramáticas. Durante la cuarta temporada (1967-1968) ABC recortó las emisiones semanales a dos, razón por la cual Dorothy Malone también dejó el programa. La quinta temporada (1968-1969) intentó imponer una nueva pareja, elevando el protagonismo del doctor Rossi y Marsha Russell (Barbara Rush), divorciada con un pasado que la condena por adulterio. No hubo caso: en febrero de 1969, cayendo en picada, la serie pasó a emitirse semanalmente. El 2 de junio, cuando los protagonistas sobrevivientes empezaban a interpelarse sobre su posible futuro, La caldera del diablo fue levantada tras 514 capítulos. Las preguntas que formuló el final quedaron flotando en el aire.
De vuelta al pago
Luciendo la cucarda de clásico televisivo, la serie conquistó los mercados latinoamericano y europeo y se repitió varios veces en los EE.UU. Luego de una de estas tantas pasadas, NBC consideró que era un buen momento para revivir la franquicia. James Lipton, mucho antes de convertirse en el entrevistador estrella de Inside the Actors Studio, escribió la Biblia y los primeros episodios de Regreso a la caldera del Diablo (Return to Peyton Place), que aterrizó en las tardes televisivas el 3 de abril de 1972, emitiéndose de lunes a viernes. La premisa era interesante y buscaba recuperar el eje argumental de las dos primeras temporadas. Luego de tres años vagando por el país, Allison MacKenzie (interpretada por Katherine Glass) regresaba a Peyton Place con un esposo, que en realidad era el hermano gemelo de su marido muerto. Un hombre que la golpeaba y la introdujo en el consumo de drogas, hasta que Allison le pegó un tiro.
Para Lipton, Glass era “una de las personas más talentosas con las que he trabajado. Tiene una flexibilidad increíble; no hay casi nada que no pueda hacer. Y es dueña de una hondura emocional poco común en actrices de cualquier edad. Es un verdadero tesoro”. Pero que no duró mucho. A fin de año, Glass renunció al programa y fue reemplazada por Pamela Susan Shoop. No fue la única: Bettye Ackerman (Constance MacKenzie) dejó su lugar a Susan Brown; y Lawrence P. Casey (Rodney Harrington), a Yale Summers. Todos coincidieron en algo: la serie era aburridísima. Aun así, se mantuvo durante tres temporadas, completando 425 episodios hasta el 4 de enero de 1974.
Tres años después, furioso con el desastre que había patentado NBC, Monasch decidió arreglar los tantos y produjo Murder in Peyton Place, autopostulada como “continuación oficial y definitiva” de La caldera del diablo. De hecho, Monasch contactó a los actores originales y consiguió el compromiso de gran parte del elenco (incluyendo a Dorothy Malone, Ed Nelson, Tim O’Connor, Joyce Jillson y Christopher Connelly), aunque Mia Farrow y Ryan O’Neal no se sumaron al revival. Despechado, Monasch encargó un guion que giraba alrededor de las misteriosas muertes de Allison MacKenzie y Rodney Harrington, alineadas con un diabólico plan que pretendía arruinar a la comunidad. La película se estrenó el 3 de octubre de 1977, dentro del ciclo NBC Monday Night at the Movies; y fue un completo fracaso. “La verdad, me equivoqué”, se sinceró Monasch poco antes de morir.
El 13 de mayo de 1985, NBC jugó su último intento de revivir la franquicia. Ambientando la historia 20 años después de la segunda temporada de la serie, la película Peyton Place: The Next Generation intentó convertirse en el piloto de un nuevo programa. Quiso ganarse a los televidentes históricos recuperando otra vez al reparto original (salvo Farrow y O’Neal) para presentar a la blonda Megan MacKenzie (Marguerite Hickey), hija perdida de Allison. No les fue nada bien. El film fue boicoteado por los fanáticos y sigue siendo duramente castigado. La caldera del Diablo no es lugar para débiles.
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