Herederos de una venganza
Un efectivo culebrón con toques místicos que busca ser el placer culposo del verano
Herederos de una venganza , telenovela producida por Pol-Ka. Libro: Leandro Calderone. Fotografía: Martín Sapia y Alejandro del Campo. Dirección: Jorge Montero y Jorge Bechara. Dirección de arte: Marcela Bazzano. Vestuario: Alicia y Estela Flores. Producción: Paula Granica. Elenco: Luciano Castro, Romina Gaetani, Marcela Kloosterboer, Federico Amador, Leonor Benedetto, Rodolfo Ranni, Antonio Grimau, Daniel Kuzniecka, Marco Antonio Caponi y Betiana Blum, entre otros. De lunes a jueves, a las 22.30, por El Trece.
Nuestra opinión: bueno
Herederos de una venganza es una de esas novelas blindadas ante la crítica por el fervor sincero de su propio planteo, a caballo entre el folletín de aventuras a la Padre Coraje, y un culebrón "de hacienda" al estilo colombiano, con una gran apuesta de producción en exteriores y cuidada puesta en escena (ambos sobresalientes).
El sentido común parece indicar que, frente a ciclos como éste, sólo hay dos posturas posibles: relajarse y disfrutarlas con todas sus excesos (cual equivalente catódico a un baño bien caliente al final del día) o comenzar a pelarlas cínicamente cual cebolla crítica, a riesgo de quedarse con las manos vacías y sin disfrutar el proceso. Y Vidisterra, el pueblo chico que apenas oculta el gran infierno que asoma en los primeros minutos de la tira, tiene varios placeres para ofrecer al espectador, la mayoría de los cuales podríamos englobar dentro del rubro culposo (categoría que por cierto heredará tras la despedida de Malparida ).
Aquí, el infierno tan temido no es -por una vez- el metafórico de la lucha de clases, dado que los viñedos son la única fuente de trabajo en el lugar, controlados con mano de hierro por la empresaria Regina Piave y el intendente Capogreco (Leonor Benedetto y Rodolfo Ranni, merecedores de mejores diálogos con los que robarse la historia). Aunque hay un mínimo intento de presentar la tragedia de los trabajadores golondrina en la figura de Lucas (el ascendente Marco Antonio Caponi), quien intenta infructuosamente protestar contra su sistema cuasifeudal, el infierno es uno más bien literal, como todo aquí: aquel que amenaza con arrasarlo todo con la llegada del Apocalipsis.
En una fórmula que ya hace años que se ha tornado de rigor (y que remite al ciclo anterior de su guionista, Leandro Calderone, Casi ángeles ) la profecía que enmarca la tira sirve también como sinopsis de una historia hecha casi exclusivamente de arquetipos. El pueblo sólo se salvará del fuego del Averno con la llegada de un forastero (Antonio, el ingeniero agrónomo que interpreta Luciano Castro, quien paradójicamente es nombrado aquí como... el elegido) y el sacrificio de una mujer pura (Mercedes, la hermana asesina de Lucas, que compone circunspectamente Romina Gaetani, la mejor hasta aquí). Pero la gran logia secreta que integran los pares del pueblo -liderada por un divertido Alfredo Alcón- falla el test de la pureza al asesinar a la flamante esposa de Antonio en plena fiesta. Ella no es el objetivo, no: sólo un disparador. Su muerte ancla a Antonio en el pueblo en busca de venganza y lo acerca a la mujer con la que comparte destino (a quien le achacan el homicidio), el punto de partida de una historia que zigzaguea velozmente entre más de una docena de personajes y los conflictos que los unen y separan, de los que el debut sólo ofreció sus primeras pinceladas. Entre ellos, Marcela Kloosterboer se llevó la peor parte como la chica rica pero justa a la que amigos de lo ajeno (y de los clichés) le roban la ropa cuando se baña en el río.
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