Gran Hermano: tras 20 años de ausencia, en apenas una semana se convirtió en el acontecimiento del año para la TV abierta
El formato consolida sus reglas y va configurando una nueva expresión televisiva híbrida, ubicada entre la ficción y la realidad; el programa ya domina toda la programación de Telefé
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En el futuro, los libros de historia mediática en la Argentina dirán que casi a fines de 2022 apareció en la pantalla el acontecimiento más importante del año para la televisión abierta local. Ni el más optimista de todos los responsables de tomar decisiones de programación en Telefe imaginó que Gran Hermano, veinte años ausente en los canales de aire de nuestro país, cerraría su primera semana con un registro sostenido y constante de rating elevado que se fue consolidando alrededor de los 20 puntos de rating.
Debe haber sorprendido mucho a los analistas y observadores del medio que la nueva edición argentina 2022 del programa madre de todos los reality shows haya mantenido esas mediciones de audiencia sin acusar, como viene ocurriendo con todos los lanzamientos estelares de la TV abierta de los últimos tiempos, una caída muy pronunciada inmediatamente después de la expectativa abierta por el debut.
Aquí, en cambio, asistimos a un fenómeno que hacía tiempo no se veía: un solo programa convertido en dueño casi absoluto del encendido total: el miércoles, dos días después del programa presentación, llegó a un impresionante registro máximo del 66,5%. Esto no solo significa que más de la mitad de los televisores activos en los hogares argentinos estaban atentos a lo que ocurría con Gran Hermano. El dato también nos indica que un número altamente significativo, estimado al menos en un millón de personas, volvió después de mucho tiempo a ver la tele en su expresión más tradicional.
Esto nos sugiere que la expectativa no solo pasa por saber qué ocurre a diario en “la casa más famosa de la Argentina”. Más bien habría que decir que el interés mayor se conecta a la intención de seguir pendiente todo el tiempo de esos avatares, siempre vistos desde el principio de la historia de Gran Hermano como una manifestación del comportamiento más banal que puede exhibir la conducta humana.
Algo debe haber detrás de la atracción que provoca la observación constante de lo que para mucha gente es la nada misma expresada en imágenes. Lo que pudo haberse pensado en sus orígenes como la puesta en escena televisada de un experimento psicológico y sociológico sobre el encierro voluntario de un grupo de personas expuestas las 24 horas frente a una multitud de cámaras y micrófonos indiscretos hoy es un show de éxito globalizado que funciona a partir de una serie de reglas extraídas del pasado y del presente de la televisión. Aquí nada es espontáneo.
La fórmula, consolidada sin pausa a lo largo de dos décadas, contó esta vez en nuestro caso con una ayuda circunstancial y muy oportuna. La intromisión del Gobierno en las primeras rutinas del programa después de revelarse el comentario al paso de uno de los participantes con calificativos sobre la honra del presidente Alberto Fernández desató una corriente de atención adicional hacia un programa que en cualquier otra instancia hubiese quedado circunscripto a los límites mediáticos.
Hay que decir que Telefe, por razones de cautela, conveniencia y necesidad (o todo junto), evitó zambullirse en las aguas profundas y peligrosas de un debate de implicancias políticas que se demostró desde el principio inútil, innecesario e inconducente, con todo para perder en el caso del Gobierno, sensibilizado hasta la exageración por dichos de un participante hasta aquí casi desconocido de un reality show.
Reaccionar de la manera en que el Gobierno lo hizo no logró otro resultado que dejar a la vista la confusión que viven las más altas autoridades del país cuando analizan las prioridades de su gestión en un contexto de crisis política, económica y social de ribetes pavorosos. Los duros cuestionamientos a la estrategia gubernamental planteados desde el propio espacio oficialista dicen mucho sobre las consecuencias del episodio ante los ojos de la opinión pública y la falta de sensibilidad por parte del Gobierno para registrar esa percepción.
Lejos de prestarle atención a las derivaciones políticas del episodio, Telefe se concentró en otra cosa. Al influjo de números de audiencia tan favorables hizo que Gran Hermano (el programa) se convirtiera como en un juego de cajas chinas en otro Gran Hermano cada vez más grande, que empieza a ocupar de a poco toda la pantalla del canal. No importa ninguna otra cosa.
Desde esta perspectiva, la transmisión en vivo durante las 24 horas de lo que ocurre en la casa desde uno de los canales de la plataforma gratuita Pluto TV ya dejó de ser una herramienta complementaria dentro de la estrategia original, imaginada para reinstalar el programa en la atención de los televidentes. Ese primer objetivo se cumplió rápidamente. Ahora funciona casi por decantación como un espejo hacia el cual empieza a orientarse toda la transmisión de Telefe. El sueño de un Gran Hermano de 24 horas también en la nave insignia, la pantalla principal del canal de aire.
La emisión central de Gran Hermano -que arranca de lunes a viernes a eso de las 21.30, después del noticiero- y su inmediata continuidad en un programa apéndice llamado Espiando la casa no son ya las únicas manifestaciones del reality show en la grilla diaria de Telefe. Programas matutinos (A la Barbarossa) y vespertinos (Cortá por Lozano) renunciaron a tratar cualquier otra temática. El canal encontró hasta el resquicio para filtrar en medio de las tandas publicitarias algún detalle inédito que sería mejor no perderse. Hasta los espacios informativos del canal le prestan una atención especial al tema, lo que empieza a poner en duda la definición de noticia con valor periodístico en la que creímos toda la vida.
Si a Telefe le dieran la oportunidad, seguramente hasta se las ingeniaría para meter al Gran Hermano en medio de la trama de las ficciones turcas que ocupan buena parte del segmento vespertino de la programación. No se llegó a tanto, por supuesto, pero la ficción extranjera en un punto logró quedar absolutamente subordinada a las nuevas prioridades. La llegada de Gran Hermano desplazó a la telenovela brasileña Génesis hacia un lugar marginal e inverosímil de la programación: cada episodio diario del relato bíblico comienza ahora pocos minutos antes de la medianoche. Como si ya no existiera más. Ciencia ficción.
¿Cómo se explica semejante resurrección? O dicho en palabras del recordado Eliseo Verón, el destacado sociólogo que en alguna de las primeras versiones del Gran Hermano argentino llegó a sumarse a los debates, ¿de qué manera se construye este acontecimiento? La evolución misma del programa sugiere la respuesta. Y sobre todo hay que buscarla en el perfil y las características de los participantes.
Un desliz del conductor Santiago del Moro dejó a la vista la trampa. Apenas empezó el programa, entusiasmado, proclamó: “La sociedad argentina está acá adentro”. Cuarenta y ocho horas después, en medio de otro enfervorizado “debate”, tuvo que dar casi de manera inconsciente marcha atrás al reconocer frente al grupo encerrado en Martínez que “la vida real está afuera y ustedes están jugando”.
¿A qué juegan estas 18 personas? A demostrar que saben moverse mejor que nadie en el mundo mediático del que sueñan formar parte. Para eso están allí. Este tiempo de reclusión voluntaria es para ellos equivalente al período de instrucción. Tienen que dar pruebas suficientes de que estarán a la altura del lugar al que aspiran llegar en caso de ser elegidos. Preparados y listos.
En ese sentido, ninguno es un completo improvisado. No se llega a la casa por casualidad. El casting funciona cada vez más como filtro y elemento determinante de un criterio de selección que tiene en cuenta la destreza de cada participante para actuar ahora con la mayor exposición posible en un universo cada vez más virtual y condicionado por la influencia de las redes sociales. El ganador de Gran Hermano tendrá que demostrar por encima de todo que su vida está determinada por ese contexto. O, en el mejor de los casos, que es quien mejor sabrá adaptarse al entorno, por encima del resto.
Uno de los participantes sinceró ese deseo frente a las cámaras cuando dijo que entraba a jugar “como persona y como personaje”. Es decir que cada uno de ellos tiene una historia propia, personal, intransferible, pero al mismo tiempo sabe lo que hay que hacer en el mundo de los reality shows, claramente organizado, predigerido y autorreferencial. Actuar para vivir.
Buena parte del renovado atractivo que tiene Gran Hermano se relaciona con el grado de sofisticación y perfeccionamiento que parece haber alcanzado el mecanismo de una fórmula que luce en apariencia igual a la de sus primeros años, pero que en el fondo no hizo más que acumular conocimiento de su propia experiencia para organizarse en torno a reglas más precisas.
Esa fórmula es la que empieza a despertar el interés por ver lo que pasa. Ya son cada vez más visibles los movimientos tácticos y estratégicos: alianzas, silencios, acercamientos, separaciones, cálculos. Y esas conductas determinan mucho más que antes la evolución del show sobre todo en la versión argentina, que tiene mayor cantidad de horas cotidianas en vivo emitidas por canal abierto que sus pares en otros países. Como los Estados Unidos, en donde acaba de concluir la temporada número 24 con no más de una o dos emisiones semanales por canal abierto.
La sobreexposición local condiciona cada vez más las conductas de los participantes. Tal vez ellos no lo sepan, pero la propia lógica del debate interminable en pantalla (mañana, tarde, horario central) reduce mucho las opciones puestas sobre el tablero, impuestas casi siempre desde afuera. Como escribió la investigadora galesa Janet Jones en 2004, Gran Hermano está diciendo que no estamos solo ante una competencia televisiva y tampoco frente a un examen para determinar quién es el más capaz para vivir en aislamiento junto a otras personas. “Este es un concurso sobre quién vive mejor bajo vigilancia”, señaló.
Hay también, por supuesto, matices propios en cada experiencia local o nacional pensados para crear nuevos tipos de expectativas y convocar la atención de públicos distintos. El detalle más llamativo de la configuración de este Gran Hermano 2022 seguramente pasa por la inédita presencia (en cantidad y exposición) de participantes con algún dato personal ligado a la política.
Entre ellos aparece incluso una exdiputada kirchnerista, Romina Uhrig, aunque no parece haber sido convocada por su desempeño parlamentario. Más bien parece responder a otras causas más ligadas a cuestiones mediáticas. Para entenderlo hay que mirar a Walter Santiago, el dueño de la frase sobre el Presidente que causó tanto revuelo. De haberse propuesto el estímulo a algún tipo de contrapunto político, Telefe tenía el poder de recurrir a Uhrig para responderle. O hacer intervenir al analista político Agustín Guardis, autodefinido como anarquista. Nada de eso ocurrió.
En el caso de Santiago, lo importante pasa por otro lado. Sobre todo desde que trascendió que el “Alfa”, como lo llaman, ya compitió en otro reality show, más precisamente en el primer Masterchef (2014). ¿Cómo desaprovechar en una nueva instancia toda esa experiencia acumulada?
Quizás lo más interesante pase por allí. Entre frases descartables, tiempos muertos y personas que pasan el día entero sin hacer nada, una nueva fase en la evolución de los reality shows parece estar configurándose. Las competencias se construyen a partir de una mezcla entre la propia memoria del género y algunas reglas propias de la ficción y del entrenamiento actoral, sobre todo el incentivo a improvisar reacciones frente a determinados comportamientos. La curiosidad del público crece cuando se trata de saber cómo reaccionará cada uno frente a todos estos estímulos.
El competidor de un reality show sueña ante todo con la fama y todos sus beneficios colaterales. Piensa en el futuro. El espectador de un reality show está en cambio pendiente de lo que ocurre en el presente. Quiere saber cómo hace cada participante para ganarle a los demás en pos de ese objetivo. Por eso atrae tanto Gran Hermano 2022, al que le alcanzó menos de una semana para convertirse en el gran acontecimiento del año para la televisión abierta en la Argentina.
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