Gran Hermano: Marcos, el participante que todos ven como ganador, pone en valor ser “tibio” dentro de una sociedad crispada
Cuando empezó se creyó que era uno de los hermanitos que primero iba a salir por su personalidad tranquila, pero con el tiempo se fue convirtiendo en uno de los personajes más fuerte y querido de la casa
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Cuando John de Mol empezó a pensar en 1997 lo que sería luego Gran Hermano, nunca imaginó que el reality se adaptaría en más de 70 países ni que se convertiría en un género, la telerrealidad. El 16 de septiembre de 1999, en Holanda, un grupo de personas anónimas empezaron a convivir en una casa bajo la atenta mirada de decenas de cámaras. Por primera vez, quienes estaban en la pantalla no eran famosos, ni cantantes, ni actores y de un día para el otro, la TV comenzó a ser de los ignotos. La llegada de Gran Hermano marcó un antes y un después en la manera de consumir televisión.
Veinticuatro años después Gran Hermano explotó nuevamente en la pantalla chica argentina, luego de diez años de ausencia en Telefe, y lo demuestran sus altos índices de audiencia que superan, noche a noche, los veinte puntos de rating o las millones de vistas en redes sociales.
Siempre se dijo que este reality es un reflejo de lo que somos y dentro de la casa se encuentran estereotipos del bueno, el malo, la linda, el polémico, el que discrimina y el discriminado, etc., etc. Ser fan de Gran Hermano significa no tener medias tintas, odiamos y amamos profundamente a alguien, sin razón aparente, es parte del juego. La sociedad convive con una grieta que va más allá de la política y que nos exige a todos una definición: saber de qué lado se está.
Por eso sorprende que, dentro de la casa, uno de los personajes más queridos por los televidentes sea Marcos Ginnochio, el salteño que hace culto de su bajo perfil. Este joven de 22 años va a contramano de lo que se espera para un chico de su edad. En las charlas de patio contó que vive con sus padres, estudia abogacía y es muy creyente. Viene de una familia acomodada, sus hermanos viven en el exterior y es experto en artes marciales, en el país del fútbol.
“Creo mucho en Dios, en la Virgen de Salta y voy todos los domingos a misa con mi papá”, confesó una noche a varios de sus compañeros. Hace más de cien días que lo vemos 24 horas y “el Primo”, nombre por el que llama a cada uno de los que están en la casa, no se mete en problemas; por momentos vive en su mundo, no habla mal de nadie y profesa una práctica rara en este tipo de juegos: la honestidad.
Con la grieta política extendida en todos los órdenes de la vida, quienes miran Gran Hermano se dejaron seducir por un modelo que pareciera imposible de reproducir en nuestra sociedad. Quien hoy no se pronuncia como K o anti K, team verano o team invierno, membrillo o batata, se lo tilda de tibio y ya sabemos que para muchos “a los tibios los vomita Dios”.
Marcos, por el contrario, no habló mal de nadie en estos casi cuatro meses que está conviviendo con los hermanitos del reality. “Yo vivo para mí y no para los demás. Al que le gusta bien, y al que no, también”, dijo en el video de presentación. El Primo encarna los valores que, para muchos, pasaron de moda. Es muy respetuoso, escucha más de lo que opina y hasta llegaron a criticarlo porque hace la señal de la cruz antes de comer.
Pero lejos de ser un personaje de medias tintas como piensan muchos, Marcos supo ponerle los puntos a Juan con toda la calma del mundo, aun cuando se lo critica por su aspecto físico de galán hegemónico. En los primeros días de convivencia, el salteño se cruzó con uno de los participantes más frontales de la casa por un vaso de agua. El taxista le recriminó que prestara atención a lo que estaba explicando sobre el juego y el Primo lo fulminó: “¿Cuál es tu problema? No entiendo... ¿Tanto te cuesta entender que me fui a servir agua?”.
“Que tenés que tener más personalidad y ser más educado. Estuviste sentado mientras todos hablaban, empecé a hablar yo, te levantaste y te fuiste”, le reclamó Juan. “¿No tengo personalidad? Personalidad no tenés vos, que hablás mal de todos y no lo decís en la cara. Tenés 42 años”, cerró Marcos.
Esta no fue la única vez que marcó la cancha dentro del programa, ya es recurrente su “no es no” a Camila, quien se pasa días enteros buscándolo o cuando a Alfa, el personaje más polémico y longevo de Gran Hermano, le dijo que él no iba a digitar lo que tenía que opinar durante la gala sobre el comportamiento de Ariel. “No me digas lo que yo puedo decir o no puedo decir. Si me preguntan cómo te llevás con Ariel voy a decir que bien, por más que se pelee con vos”.
Si algo le faltaba al Primo para ser el más querido, es ser solidario. Hace pocas horas, contó lo que habían adelantado sus amigos en una entrevista en un canal de Salta, que Marcos colabora con un hogar para jóvenes adictos y que, si gana el premio, su idea es ayudar económicamente. A diferencia de varios, que juegan con la lástima, él decidió no jugar esa carta. En tiempos en donde todo el mundo se graba y ventila su intimidad hasta el cansancio, él entró a un reality que te expone 24 horas, pero poco se sabe de su vida privada. El único detonante que lo sacó de eje y lo quebró en llanto fue su familia, extrañarla y tenerla lejos.
Fue nominado en la primera placa y ahora, después de semanas, volvió a quedar en la cuerda floja. Para descalificar, sus enemigos lo llaman planta porque “no genera nada dentro de la casa”, pero pese al apodo, fue líder durante varias semanas dentro y fuera de la casa de GH.
¿Ganará Gran Hermano alguien que encarna un modelo pacífico, respetuoso y con valores en medio de una sociedad cada vez más crispada? ¿Logrará Marcos demostrar que se puede triunfar sin criticar a nadie y haciendo un juego limpio? ¿Será que el Primo logra cerrar la grieta? El tiempo y Gran Hermano lo dirán.
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