Gran Hermano: los nueve ganadores que conquistaron al público con sus estrategias, sus historias y sus personalidades
Con perfiles totalmente distintos y en algunos casos opuestos, los vencedores de cada una de las temporadas del reality supieron sortear las trampas de la convivencia y seducir a los televidentes
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A 21 años de su debut en la pantalla vernácula, Gran Hermano regresa este lunes a la televisión argentina. Esta nueva edición marca, además, el retorno del formato a Telefe, ahora con Santiago del Moro en la conducción y dispara nuevos interrogantes: ¿Cuál será el perfil de los concursantes y quién resultará ganador?
A lo largo de sus nueve ediciones, el público fue reaccionando con su voto (primero telefónico, luego digital) a lo que iba ocurriendo dentro de la casa. Y de esa manera se fueron estableciendo quiénes serían los finalistas. Sin embargo, en cada temporada quedó en claro que más allá de las preferencias personales de los televidentes por uno u otro jugador, la dinámica dentro del grupo fue la que resultó determinante a la hora de consagrar a un vencedor.
Y es que Gran Hermano propone un juego que resulta simple y conocido, pero que tiene, también sus complejidades. El espectador conoce a los participantes mientras ellos se van conociendo. Escucha sus charlas. Es testigo de quienes son los que están más dispuestos a realizar las tareas de la casa y quiénes se la pasan retozando en los sillones del living. También tiene el privilegio de “presenciar” las conspiraciones y la potestad de descubrir pequeñas o grandes mentiras. Sin embargo, no tiene la posibilidad de interactuar con ellos.
Por eso, el juicio que se termina haciendo sobre los participantes depende puramente de la convivencia y la dinámica que se produce dentro de la casa. Y también por eso, muchas veces los que arrancan como grandes favoritos no llegan a las instancias finales. Una mala contestación, un gesto fuera de lugar, ponerse del lado equivocado en una discusión o incluso mantenerse neutral puede ser determinante a la hora de definir la permanencia en la casa.
A 21 años del estreno del formato en el país, y a horas de su regreso, es un buen momento para recordar el recorrido de de los ocho participantes que resultaron vencedores con estrategias y perfiles bien distintos.
El chico bueno
Quizá por eso, para posibilitar distintas dinámicas y evitar repeticiones, los grupos que participaron de cada una de las ediciones fueron bien diferentes entre sí. El primero, que ingresó a la casa en marzo de 2001, estaba conformado, casi en su totalidad, por jóvenes veinteañeros de clase media de distintas procedencias, a diferencia de El Bar, que desde la pantalla de América presentaba a un grupo de personas variopintas, de distintas edades, situaciones socioeconómicas y condición sexual. Tal vez, esa elección haya respondido a la manera en la que Telefe quiso presentar el formato: apelando a la una estética “cuidada” y a los conflictos “livianos”, para que el ingreso del televidente a la casa sea lo más placentero posible.
En aquel momento, nadie tenía demasiado en claro qué era lo que había que premiar o condenar en un participante. Por eso, si bien Eleonora González y Gastón Trezeguet eran sin dudas el alma de la casa, con su parodia de romance y sus pensadas estrategias, también comenzaron a ser vistos como “demasiado jugadores” para merecer el premio. De la misma manera, Tamara Paganini aportaba la cuota de sensibilidad, pero las imágenes que comenzaron a mostrar los programas de chimentos de sus performances en boliches, despertaron un escándalo impensado y sembraron un mar de dudas entre los televidentes del canal de la familia. Por otro lado, la historia de amor de Santiago Almeyda y Natalia Fava comenzó despertando interés en los espectadores, pero ese interés se fue perdiendo a medida que avanzaban los días de encierro. Entonces, Marcelo Corazza, el chico trabajador que había entrado a mitad del programa como reemplazo; ese que evitaba los conflictos y pasaba casi inadvertido, el que todas las madres querían como yerno, terminó quedando con el gran premio.
Cada uno con su sueño
La segunda edición del reality comenzó ese mismo año, antes de que estallara la fuerte crisis económica y social que terminó apresurando la salida del gobierno del expresidente Fernando De la Rúa. La conducción del programa quedó nuevamente en manos de Soledad Silveyra, y los debates eran comandados por Juan Alberto Badía. Con respecto al casting de participantes, tampoco hubo muchas novedades: veinteañeros y veinteañeras de los distritos más poblados del país, que aseguraban un buen caudal de votos en cada nominación.
A diferencia del grupo anterior, ahora los participantes tenían al menos una idea de qué les deparaba. Y, también, de cómo los televidentes premiaban o condenaban ciertos perfiles y actitudes. Además, más allá de la competencia, muchos de los miembros de este segundo grupo de “valientes”tenían un propósito “superior”: la fama. Sólo uno de los concursantes, Roberto Parra, dejó en claro que necesitaba imperiosamente el dinero del premio; si era cierto o no es aún hoy motivo de discusión entre los hermanitos. Pero lo cierto muchos televidentes se sintieron identificados en él, y entonces, de nada sirvió el amor de Ximena Capristo por los animales de la casa ni su romance con Gustavo Conti, tampoco la simpatía de Silvina Luna ni la belleza y la templanza de Alejandra Martínez. El “Negro” Parra terminó consagrándose, pero en este caso, hubo premio para más de uno: algunos de sus compañeros pudieron también cumplir con su sueño de comenzar a ocupar un lugar en los medios.
La primera mujer
De los nueve ganadores -10, si se tiene en cuenta Gran Hermano Famosos, que tuvo a Diego Leonardi como vencedor- solo dos fueron mujeres. Y, más allá de las enormes diferencias entre las dos participantes que se alzaron con el gran premio, seguramente ambas le deben en gran parte su consagración a sus propios compañeros. La tercera edición de Gran Hermano, emitida entre 2002 y 2003, tuvo una protagonista excluyente: Viviana Colmenero.
Dueña de una mirada penetrante y una verborragia por momentos exasperante, desde la primera noche del tercer grupo en la casa, se convirtió en el blanco de las críticas y las especulaciones de sus compañeros. “¿A qué te dedicás?” Le preguntaban una y otra vez, primero con curiosidad y luego con malicia. Y ella, sin inmutarse, ensayaba respuestas vagas. No tenía vergüenza de decirles a sus compañeros de encierro que era trabajadora sexual, pero tampoco quería que su pequeño hijo lo escuchara. Así, desde la primera semana, un grupo comandado por la asistente social Fernanda Zapata comenzó a convertir ante los ojos de los televidentes a Viviana -una mujer fuerte, con calle, madre soltera y sin miedo a enfrentarse al mundo- en una clara víctima de bullying. Pero la favorita del público no estaba sola: Matías Bagnato, Romina Orthusteguy y Mauricio Córdoba se convirtieron en sus pilares dentro de la casa. Y los televidentes los recompensaron llevándolos junto a ella a la final.
Una jugadora polémica
En 2007, el programa volvió a la pantalla de Telefe con varias novedades: la conducción de Jorge Rial -hasta ese entonces un detractor confeso del formato- y la aparición de una nueva instancia dentro del juego, la nominación espontánea. En este caso, desde un principio los participantes se dividieron en dos grupos: Vanina Gramuglia, Nadia Epstein y Marianela Mirra por un lado, y Mariela Montero, Griselda Sánchez, Sebastián Pollastro y Jesica “Osito” Gómez por otro. Los demás, orbitaban entre uno y otro bando.
Todo cambió cuando Vanina fue echada por el público y Nadia se dio cuenta de sería la próxima. Para zafar, debía cambiar de equipo o victimizarse. Terminó haciendo las dos cosas a la vez: inventó que Mirra -a quien en los foros apodaban “Helecho”, porque no tenía mucha injerencia en lo que ocurría en la casa- la había insultado a sus espaldas. A partir de ese momento, la tucumana se convirtió en la enemiga de todos, salvo de Montero y Leonardi, que decidieron apartarse del resto y acercarse a ella.
A un paso de la final, la tucumana hizo una jugada inesperada: a sabiendas de que Leonardi era uno de los favoritos del público y creyendo que sus compañeros no iban a nominarlo, decidió hacer uso de la nominación espontánea y se lo quitó de encima. En una final que alcanzó los 50,1 puntos de rating, la concursante confirmó que el gusto y el juicio de los televidentes había cambiado y se convirtió en ganadora.
Una casa dividida
Si la edición anterior resultó una de las más recordadas y marcó un hito en materia de rating, la quinta entrega de Gran Hermano no tuvo la misma suerte. En este caso, fueron 20 los participantes que pasaron por la casa, seis más que en la primera y segunda temporada y ocho más que en la tercera. Quizá por eso, el público no terminó nunca de familiarizarse del todo con los concursantes. Tampoco ayudó que, una vez más, la casa se viera dividida en dos bandos desde el principio, y todos los conflictos giraron alrededor de esa situación. De un lado, Andrea Rincón y un grupo minúsculo de aliados, del otro Esteban “Bambam” Morais y los suyos, intentando a cada paso sacar de quicio a su contrincante y aprovechar cada una de sus rabietas.
Es que Rincón, a fuerza de enojos, risas, llantos, picardía y enfrentamientos, llegó a convertirse en una figura clave dentro de la casa, y en este juego, el protagonismo excesivo puede llegar a ser muy nocivo. Y ocurrió lo inevitable: blandiéndose de confabulaciones y exponiéndola ante sus compañeros y los televidentes una y otra vez, Morais y sus seguidores dentro de la casa lograron dejarla fuera de la competencia. Así, en una final aburrida y sin el encanto de las ediciones anteriores, “Bambam” se alzó con el premio, confirmando, otra vez, un cambio en las preferencias de los televidentes.
El gran estratega
La edición de 2010 fue, sin dudas, una de las más polémicas. En este caso, el gran protagonista fue Cristian Urrizaga, un estratega nato que fue marcando el paso y manejando los hilos de la convivencia y del programa, a su antojo.
Promediando la temporada, el jugador decidió abandonar la casa, pero su presencia era tan determinante que después de unos días de ausencia, se decidió armar un repechaje que posibilitó su regreso junto a otros tres exparticipantes. Sus compañeros lo recibieron con puras quejas, pero los televidentes celebraron su retorno y lo consagraron vencedor.
Un mundo de gente y un abandono sorpresivo
Casi inmediatamente después de que Cristian U se consagrara ganador, la casa volvió a llenarse, literalmente. La sexta y última edición emitida por Telefe tuvo 27 participantes, tantos, que para muchos televidentes resultó imposible aprenderse sus nombres.
El ganador resultó Rodrigo Fernández, el más chico de una casa atomizada por los conflictos, los triángulos amorosos y la entrada y salida constante de jugadores suplentes. Quizá el hecho más recordado de esta edición fallida haya sido el repentino abandono de Jorge Rial a la conducción, que posibitó el merecido reemplazo de Mariano Peluffo.
Una puerta giratoria
En 2015, el programa pasó a la pantalla de América y volvió a contar con la presencia de Rial en la conducción. El cambio de canal también trajo aparejado un nuevo paradigma: casi todos los que ingresaron a la casa eran parte, de una manera u otra, del medio artístico. En algunos casos, además, ya se conocían desde antes de entrar.
El cóctail fue explosivo: gente trepando los muros para escapar del encierro, violencia de género, golpes, discusiones, gritos, abandonos y, otra vez, un repechaje que le permitó el reingreso a uno de los concursantes más polémicos. En este caso, el favorecido fue Francisco Delgado. Al momento de su ingreso a la casa, el bailarín esperaba una hija junto a su colega Barby Silenzi y tenía acordado salir para presenciar el parto. Durante el encierro, comenzaron a correr los rumores que indicaban que la pequeña Elena no era su primogénita, sino que Ian, el otro hijo que Gisela Bernal había tenido con el productor Ariel Diwan,también llevaba su sangre. Esa sospecha fue confirmada una vez que terminó el encierro a través de un examen de ADN.
Como estaba previsto, la primera salida de Delgado fue para conocer a Elena, y regresó tres días después con información sobre el afuera y las energías recargadas. Al tiempo, decidió abandonar el programa y lo hizo, pero reingresó en un repechaje pensado a su medida. La tercera vez que rompió el aislamiento fue menos feliz: se dislocó un hombro en un juego de manos con su enemigo íntimo Mariano Verón y debió ser hospitalizado. Esta vez, el público festejó el drama casi telenovelezco y Delgado se quedó con el gran premio.
El amor después del odio
La última edición, también emitida por América, se emitió en 2016 y tuvo varias similitudes con respecto a las anteriores: parejas cruzadas, guerra de egos y una casa dividida en dos bandos. Esta vez, quienes ocupaban el rol de líderes eran futbolista Luis Fabián “Luifa” Galesio e Ivana, la hermana de Mauro Icardi, en ese entonces flamante pareja de Wanda Nara. Si bien durante gran parte del enciero se odiaron, hacia el final del programa sorprendieron a los televidentes cuando decidieron dejar de lado las diferencias y darle una chance al amor. Esta vez, el público premió el romance, consagrándola a ella como primera finalista y coronando al deportista como gran ganador.
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