Gran Hermano: lo que no se vio en pantalla, las perlitas y todo el detrás de escena del reality show
Anoche más de 500 personas llenaron el estudio de Telefe para celebrar a los nuevos participantes del exitoso programa
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En medio de las luces, las cámaras y la emoción que pueden producir a dos minutos del aire quinientas personas reunidas en un estudio de televisión, la melodía de “Así habló Zaratustra”, de Richard Strauss tan reconocible gracias a 2001, odisea del espacio, apenas se escucha pero alcanza para hacer aún más curiosa la experiencia de un programa de televisión en vivo. Y no cualquier programa. Anoche, el detrás de escena de la emisión inaugural de la nueva temporada de Gran Hermano reflejó el impacto del reality show que, como dijo Santiago del Moro “no es solo un programa de TV sino también un fenómeno social y cultural”. Lo que le faltó agregar al conductor fue que en vivo el exitoso ciclo de Telefe además es una fiesta que por momentos tiene mucho de estudiantina y por otros de celebración deportiva con las tribunas alentando a sus jugadores con gritos, carteles y hasta vestimenta creada para la ocasión. Y todo eso antes de que el primer concursante cruce la puerta del estudio para caminar ligero al encuentro del conductor.
“Estamos viniendo”, dice el director del piso desde el control y sus asistentes en el estudio levantan los brazos para alentar el fervor de las tribunas que llega a su punto más alto cuando finalmente aparece Del Moro. Mientras los familiares y amigos de los que ingresarán a la casa se paran, saltan, gritan y bailan, detrás de las tribunas maquilladores y vestuaristas miran los monitores para ver cómo luce su trabajo en pantalla. El despliegue de producción frente a las cámaras está sostenido por un enorme grupo que detrás de ellas también baila, festeja, saluda y se ríe. Y la alegría es contagiosa. Ya habrá tiempo para los momentos de tensión que forman parte de la esencia del reality show. Ahora todo está por comenzar y todas son posibilidades: solo en estos minutos potencialmente cada uno de los veinte participantes que ingresan a la casa tienen las mismas chances de ganar o de conseguir la fama que los jugadores de la temporada pasada, presentes en primera fila, todavía disfrutan.
Santiago Del Moro, conducción
El mundo gira, la gente grita, las cámaras se mueven, todo se mueve, menos el conductor del programa. O más bien se mueve lo justo y necesario. Del Moro parece saber cómo conservar el nivel de energía que este programa exige y no lo desperdicia. Detrás de su escritorio, se lo nota concentrado, atento a lo que sucede a su alrededor, pero lejos del torbellino que ocurre, coordinado pero torbellino al fin, detrás de cámaras. Es él quien busca las valijas para entregárselas en mano a los participantes y nadie más que él es capaz de domar las emociones y los nervios que traen consigo. Del Moro sabe que el ritmo del programa depende de sus decisiones y anoche tomó todas las correctas.
Alfa, presente
Entre las quinientas personas presentes en el estudio puede que la más celebrada sea Alfa, el inefable jugador de la temporada pasada que sigue disfrutando de la fama que el programa le consiguió. Cada uno de sus movimientos fuera de cámara suscita aplausos y la aprobación del público que lo arenga. Su rol protagónico, si se cumplen las reglas del reality show, no durará mucho tiempo más, pero tanto él como sus compañeros de encierro llegaron al estudio con la experiencia de haber pasado ya por todo eso y listos para disfrutar de ver el show desde afuera del ring. Entre saludos, ovaciones y selfies Ariel, La Tora y Nacho eran los veteranos de la batalla dándole la bienvenida a los nuevos reclutas que llegaron para reemplazarlos.
De encierro en encierro
Los estudios de Telefe en Martínez, como todo estudio de TV de grandes proporciones, pueden parecer y ser laberínticos para quien no suele recorrer sus pasillos, pero anoche lo eran aún más. Es que hasta el momento de ser presentados en vivo los participantes estuvieron aislados entre sí y el del resto del mundo en distintos rincones del centro de producción. Cada movimiento de los invitados al estreno estaba calculado para evitar filtraciones o encuentros prematuros. Nadie tenía permitido circular libremente por los diferentes estudios o los pasillos ni siquiera para ir al baño. El personal de seguridad amable pero vigilante tenía encomendada la tarea de mantener la identidad de los jugadores en secreto hasta que entraran al estudio y se pararan frente a las cámaras.
Tribuneros listos
Mientras el conductor saludaba a un participante y le señalaba el camino hacia la “casa más importante del país”, los productores ya corrían a las tribunas para organizar la recepción del siguiente. La precisión de la coreografía que hacía circular a los familiares y amigos a la primera fila de la tribuna en el momento en que su jugador entraba al estudio era casi hipnótica aunque nadie-o casi nadie-, le prestara demasiada atención. “Andá a saludarlos”, le decía Del Moro una y otra vez a los participantes con la certeza de que sin falla sus parientes estarían en la posición esperada para recibirlos. Apenas un detalle de un show que detrás de escena se mueve como un ensayado mecanismo de relojería para dar lugar a que la emoción y la espontaneidad ocurran en pantalla.
Casi famosos
Más de veinte años después del lanzamiento de Gran hermano en la TV argentina, la mayoría de los espectadores saben qué esperar del programa y, lo más importante, los participantes también. La ingenuidad y el asombro de los comienzos fueron reemplazadas hace tiempo por la intencional búsqueda de la fama que el ciclo garantiza. El experimento sociológico de principios de 2000 ahora atravesado por las redes sociales cobró una forma que ni siquiera los creadores del programa podrían haber anticipado. Pero aun con un aceitado casting y un manejo de cámaras que los participantes originales ni siquiera podían imaginar, al observar a las personas “comunes” que anoche ingresaron en la casa un detalle repetido delataba su inexperiencia en las grandes ligas. Ante las preguntas de Del Moro varios intentaban apoderarse del micrófono que sostenía el conductor. Un gesto innecesario pero transparente: frente a las cámaras el anonimato empezaba a dar lugar a la celebridad tan anhelada.
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