Got Talent Argentina: Telefe vuelve a apostar por la anomalía de un exitoso formato y dominar así al resto de la programación
La nueva temporada del exitoso concurso televisivo de talentos, conducida por Lizy Tagliani, se replica desde el comienzo en el resto de la grilla del canal y reproduce una estrategia que viene aplicando en el pasado con MasterChef, La Voz Argentina y Gran Hermano
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La cuarta temporada de Got Talent Argentina se puso en marcha con una confesión. Apenas ingresó por primera vez al estudio desde el cual se transmite la versión local de este exitoso concurso televisivo de talentos, la conductora Lizy Tagliani dijo que antes de dormir pasó cada noche de los últimos dos años “viendo videítos en Internet de todas las performances en diferentes partes del mundo”.
Imaginemos por un momento al animador de otro clon de Got Talent instalado en algún lugar del mundo cumpliendo el mismo ritual, contándole a la audiencia que siguió el consejo de nuestra animadora y se dedicó durante un buen tiempo, en este caso, a recorrer los “videítos” de las temporadas previas de la versión argentina. Dos años le habrían quedado cortos. En apenas tres temporadas (2008, 2009 y 2011), Telefe puso en el aire un total de casi 120 emisiones de este reality show competitivo, casi el mismo número al que llegó el Got Talent de Australia en toda una década.
Como en tantos ejemplos de otras disciplinas, las fórmulas televisivas de todo tipo que funcionan muy bien en todo el mundo registran alguna anomalía cuando llegan a nuestro país. Aunque también es cierto que la Argentina no es el único lugar del mundo en el que Got Talent se presenta en tamaño extra large. Colombia, con sus 76 emisiones en una sola temporada, comparte esta suerte de excepción a la regla global que Telefe instaló en su pantalla por cuarta vez desde el lunes pasado.
Para entender el sentido de esta reincidencia no hay que buscar explicaciones en las características intrínsecas del programa. Nadie en Telefe cree que la invención del británico Simon Cowell vaya a multiplicar en la Argentina su probado éxito planetario por el simple hecho de tener más horas en el aire que sus equivalentes en otros países.
Los seguidores de las versiones internacionales (y ahora también Lizy Tagliani) saben a esta altura muy bien que en el hemisferio norte las variantes locales de Got Talent coinciden en un punto básico de su planificación. Allí, las temporadas son por definición muy compactas. Empiezan y terminan en un lapso no mayor a tres meses, a lo sumo programando dos emisiones semanales en TV, dejando el resto de la repercusión para el mundo digital. Ese ajustado lapso potencia la atención del público, concentra los esfuerzos y fortalece todavía más las expectativas creadas de antemano. El programa funciona por sí mismo. De las mejores versiones de Got Talent producidas en el Primer Mundo surgen nuevas figuras que consiguen desde esa vidriera inicial poner en marcha carreras artísticas genuinas.
Aquí, en cambio, Got Talent funciona como tira diaria, en el mismo lugar que hasta no hace mucho correspondía a las ficciones o los programas de entretenimientos del prime time. Como si los responsables locales de la TV abierta estuviesen imposibilitados de programar las cosas de otra manera. De este maratónico diseño surgieron como ganadores, en las tres experiencias previas también producidas por Telefe, el humorista e imitador Andrés Bustos (2008), el cantante Daniel “El Negro” Ferreyra (2009) y el chamamecero Diego Gutiérrez (2011), nombres que el público mayoritario (el mismo que premia con altas mediciones de rating al programa todos los días) parece haber olvidado por completo.
La preferencia por esta fórmula de largo aliento, confirmada en la cuarta temporada que acaba de iniciarse, ratifica una vez más la anomalía argentina dentro de la historia universal de Got Talent. Y también confirma, a menos que se produzca de aquí en adelante un improbable cambio en la ecuación general, que el objetivo de máxima no apunta a consagrar una nueva estrella en el firmamento artístico local sino a poner una vez más en funcionamiento la matriz de programación que desde hace unos cuantos años convierte a Telefe en líder por amplio margen de la audiencia de la TV abierta.
Telefe vive a tiempo completo de lo que le aporta este tipo de programas. Todo el día el canal gira alrededor de ese punto central de referencia que activa todo lo demás. No importa si se llaman Got Talent, La voz argentina, MasterChef o Gran Hermano, las otras muestras inequívocas de esta fórmula. Lo importante es instalar la luz principal y concentrar la atención en un formato probado, preferentemente afirmado en la competencia entre personas anónimas con modestas o elevadas ansias de fama y llevar este foco de atención al resto de los programas del canal. Así, toda la jornada funciona con un sello de identidad constante, en la búsqueda de una audiencia lo más fiel posible a ese esquema, alimentada a toda hora con estímulos parecidos.
Solo un hecho tan atípico como el temor social a los ataques organizados a comercios y supermercados, convertido en tema preferencial para un canal siempre atento a los casos de inseguridad con impacto social inmediato, dejó en las últimas horas en segundo plano la estrategia de replicar a lo largo de todo el día lo que pasa en los 60 minutos diarios de Got Talent. Una práctica insólitamente extendida a los espacios informativos. Allí descubrimos un nuevo criterio para determinar cuáles son las noticias de mayor interés público: la publicidad y el marketing institucional de la propia emisora.
¿Qué aporta esta nueva temporada en términos específicos a una estrategia tan consolidada, que a esta altura ya funciona casi de manera automática? En principio, la búsqueda de una reacción inmediata del público muy parecida a la que experimenta frente a cada reaparición de La Voz Argentina, MasterChef o Gran Hermano. Al igual que estos virtuales equivalentes, que lo precedieron y volverán en el futuro para ocupar el mismo lugar, Got Talent ofrece un matiz diferenciado respecto a todo lo que se programa a diario en la TV abierta.
Al reproducir “llave en mano” un diseño único en todo el mundo, Got Talent nos muestra de manera casi excluyente en la Argentina una versión acotada, en términos de producción, de la mejor TV que se produce y se emite en todo el mundo. La escenografía es vistosa, un despliegue amplio y preciso de recursos queda a la vista, no se escatiman detalles para darle el mejor cuidado a la imagen y se nota la logística que pone en marcha un dispositivo que involucra un gran movimiento humano y técnico. Esta maquinaria está muy por encima de todo lo demás, sencillamente porque de ella depende virtualmente el resto de la programación.
Como alterar los mecanismos básicos de esta fórmula es imposible, la producción local recurrió este año con astucia a pequeños ajustes formales para actualizar la propuesta. Sobre todo por el lado de la configuración del jurado. El trío inicial de evaluadores (representado en las figuras de Kike Teruel, Catherine Fulop y Maximiliano Guerra) tenía una formación y un estilo más bien tradicional, representado en esta cuarta temporada de alguna manera por Abel Pintos y Florencia Peña. A ellos ahora se suma la gran novedad: la incorporación al jurado del excéntrico coreógrafo Emir Abdul y sobre todo de la cantante Joaquinha Lerena de la Riva, más conocida como La Joaqui, formada en un clima musical que abrirá seguramente el juego a jóvenes ligados al mundo del trap, la cumbia, el reggaetón y otros ritmos urbanos. Expresiones que en temporadas pasadas no tenían tanto peso y serán muy tenidas en cuenta en esta ocasión.
Por sus características como concurso televisivo de destrezas artísticas, Got Talent no admite (como ocurría en el caso de La Voz Argentina) el despliegue sensiblero de historias de vida producidas alrededor de algunos de los participantes durante la etapa inicial de audición y selección. Pero un par de decisiones conscientes y deliberadas que hace el programa (el crucial trabajo de casting y la propia inclinación al sentimentalismo del equipo de jurados) llevará a que cada emisión incluya algún momento excesivo en azúcar, y hasta alguna lágrima, todo convenientemente ilustrado con música de fondo recargada en emotividad. Ya tuvimos pruebas en las dos primeras emisiones.
El “talento argentino” de una competencia que coronará a su ganador con un premio de 15 millones de pesos tiene la configuración de un programa de variedades en el sentido más literal del término. Entre el lunes y el martes ya desfilaron frente al jurado y a una entusiasta tribuna cantantes, bailarines, gimnastas, ventrílocuos, payadores y hasta un pizzero con dotes de malabarista. Habrá momentos especiales cada vez que algún chico forme parte de la competencia o aparezca en escena alguna destreza completamente fuera de lo común.
En este tipo de programa el marco permanece inalterable. Lo que cambia es el cuadro, a partir de la novedad del participante que llega al escenario dispuesto a mostrar cuál es su talento. Lo que siempre se espera, como lo demuestra toda la experiencia internacional, es que mientras avanza la competencia más grande es la influencia que adquiere el jurado. Tan fuerte y dominante resulta, que el conductor queda de manera inevitable reducido a un segundo plano, acotado a las interacciones (sobre todo detrás del escenario) con los participantes.
Esta vez Telefe le confió esa función a Lizy Tagliani, una figura a esta altura con oficio suficiente, adquirido sobre todo en sus participaciones de los últimos años junto a Marley, para cumplirla a satisfacción. En su momento de mayor responsabilidad, en la emisión inaugural, la vimos muy segura, precisa, desenvuelta, divertida y con un atributo muy útil para esta tarea: saber reírse todo el tiempo de sí misma. Aquella confesión del comienzo es un ingrediente más dentro de un gran plato cocinado y servido casi de memoria. En su regreso a la televisión abierta argentina, a contramano de lo que ocurre en casi todo el mundo, ese único menú aparecerá en pantalla cinco veces por semana durante unos cuantos meses.
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