'Hollywood'
Tres estrellas y media
‘Las películas no nos muestran cómo es el mundo: nos muestran cómo puede ser", sostiene el director Raymond Ansley (Darren Criss) en la nueva miniserie Hollywood. Y esta declaración de principios no es solo suya, sino que funciona para los creadores Ryan Murphy e Ian Brennan. Este relato en siete episodios es tanto una carta de amor a las películas de los 40 como una fantasía acerca de cuánto más inclusivo podría haber sido el negocio del espectáculo, y lo diferente que sería hoy el mundo por ello.
Empieza en el Los Ángeles de posguerra, con el veterano del ejército Jack Castello (David Corenswet) desesperado por tener éxito en las películas a cualquier precio —llega incluso a trabajar como prostituto en una estación de servicio regenteada por Ernie, un proxeneta interpretado por Dylan McDermott—. "Yo solo quiero hacer algo grande", insiste Jack.
Hollywood también aspira a lo grande. Jack es un hombre blanco hétero; Archie Coleman (Jeremy Pope), un aspirante a guionista negro; Raymond, un director de ascendencia filipina que sale con una actriz negra, Camile Washington (Laura Harrier); Avis Amberg (Patti LuPone), estrella de cine mudo a la que le costó pegarla en las películas habladas por ser "un poco demasiado judía"; y Rock Hudson (Jake Picking), un joven extraño con dificultades para entender su sexualidad. Estos marginales y fracasados (junto con un par de ejecutivos de estudios mayores representados por Joe Mantello y Holland Taylor) se reúnen para intentar hacer un film mainstream con un protagonista y un guionista negros, en una época en la que los actores de color aún eran discriminados, haciendo papeles de sirvientes de los blancos.
La cosa tiene un aspecto de melodrama de Douglas Sirk, mezclado con uno de esos films de Judy Garland y Mickey Rooney, en los que hacer un espectáculo en un granero resolvía todo. Hollywood es sensacionalista, lleva a sus personajes al llanto con frecuencia. Pero el programa también es honesto en su intento de hacer que su versión de la realidad sea la mejor posible.
Esta mezcla de tonos fue el gran recurso con el que Murphy llegó a la industria de la televisión, con el mismo optimismo y la misma ambición que Raymond o Archie. Por momentos, Hollywood parece una secuela fastuosa de Glee: nadie se pone a cantar, pero el ambiente de honestidad descarada es similar.
La sinceridad es la clave con la que los programas de Murphy funcionan con mayor potencia. Su gran drama para FX Pose es igualmente generoso con sus héroes y heroínas marginalizados, mientras que The Politician, su programa satírico junto a Brennan para Netflix, no funcionó para nada, justamente porque parecía detestar a todos los que aparecían en pantalla.
Hollywood, en algunas escenas, podría parecer demasiado juguetón, o como una fiesta de disfraces. Y aun cuando se trata de una revisión de esa época, pareciera saltearse unos pasos. Por ejemplo: todo el mundo habla de lo controvertido que es que una película esté protagonizada por un actor de color, pero nadie habla de la relación interracial que está en el centro de la historia de esa misma película.
Pero Murphy siempre fue mejor para las ideas grandes que para los detalles pequeños, y la sentimentalidad de la pieza, junto con la potencia de muchas de las actuaciones, finalmente contagian, y los puntos débiles de Hollywood se vuelven perdonables. En la serie se habla mucho sobre cómo las películas tienen el poder de transformar los sueños en realidad. (Es tremendo, pero el discurso más inspirador en toda la serie lo ofrece el proxeneta de la estación de servicio). Finalmente, Hollywood se inclina demasiado por el mundo de los sueños, pero ¿a quién no le gusta soñar con un mundo mejor que el que tenemos?
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