En el regreso de ATAV, Justina Bustos se sube al escenario del teatro de revistas de los años ochenta
La tira de Polka que se estrena el lunes, a las 22.15, da el salto de la década del cuarenta a la época de la vuelta de la democracia para contar una historia que escenifica las consecuencias de la dictadura, el despertar cultural y la amenaza del Sida
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“Ya te salieron otra vez los genes polacos”, le dice la abuela de Anita (Justina Bustos) cuando la joven madre decide dar el gran salto y dejar su casa en Mar del Plata atrás para viajar a la Capital a probar suerte en el teatro de revistas. La frase que aparece hacia la mitad del primer episodio de la segunda temporada de Argentina, tierra de amor y venganza (ATAV), es un puente entre la nueva tira de Polka que se estrenará este lunes a las 22.15, por la pantalla de eltrece y la exitosa ficción de origen emitida en 2019. Esa mención a la sangre polaca aparece para que los espectadores del nuevo programa conecten las historias de Raquel, el personaje de la China Suárez que ahora es una imagen en un camafeo, y su nieta Ana Pérez Moretti, que cuarenta años después de los hechos que marcaron la vida de su abuela deberá enfrentar sus propios dramas y desventuras durante los tumultuosos años ochenta.
Gracias a un excepcional diseño de producción que reconstruye el aspecto de época el programa escrito por Lily Ann Martin y Claudio Lacelli abrirá un abanico narrativo que incluirá historias sobre el final de la dictadura militar, el regreso de los exiliados en busca de respuestas sobre lo que le sucedió a sus familiares secuestrados, la explosión artística y cultural de la primavera alfonsinista y las primeras alarmas surgidas alrededor de un síndrome que parecía afectar a la comunidad de hombres homosexuales. Una batería de temáticas fuertes y arraigadas en el consciente colectivo argentino que dan cuenta de la ambición de la nueva ficción que, según contó Adrián Suar, en principio estaba pensada para transcurrir en los años 60.
“Esa era la idea que barajamos en un principio pero después encontramos algo más interesante en el paso de esos cuarenta años entre el relato de las dos tiras. Ese tiempo nos habilitaba para explorar las vidas de los nietos de los personajes de la primera parte y al dar un salto a los ‘80 teníamos la posibilidad de contar historias sobre el final de la dictadura, la vuelta de la democracia, las primeras investigaciones sobre el Sida y los últimos tiempos de esplendor del teatro de revistas y sus vedettes”, explicó el productor de la tira de 125 capítulos grabados entre mayo y diciembre del año pasado. El método de realización fue una novedad para la ficción diaria hecha en el marco de la industria televisiva local, históricamente organizada para aplicar el sistema de prueba y error al contrastar su marcha con la opinión de los espectadores y los resultados del rating.
El experimento, como la época retratada en la ficción, parece ser un momento bisagra para la televisión abierta que está en pleno proceso de cambios y ajustes con la mirada puesta en la revolución del streaming aunque siempre atenta a respetar sus propias fórmulas. Que en este caso incluyen un relato coral en el que el amor romántico y los lazos de amistad comparten el protagonismo. Así, por un lado aparece Antonio, interpretado por el actor español Toni Gelabert -el nieto de Bruno Salvat (Albert Baró) y Lucia Morel (Delfina Chaves)-, un joven obligado a exiliarse en España en su adolescencia que regresa en 1984 a la Argentina para buscar a su madre desaparecida y a la beba que tuvo mientras estuvo secuestrada y reencontrarse con su amigo Segundo (Tato Quattordio), del que está enamorado y por el otro, está la mencionada Ana, el personaje a cargo de Bustos, que llega al teatro de revistas luego de ser descubierta por el productor Horacio Hills (Juan Gil Navarro), sobrino del malvado Samuel Trauman (Fernán Miras). El nuevo elenco se completa con Federico D’Elía, Gloria Carrá, Federico Amador, Malena Solda, Darío Barassi, Andrea Rincón, Belén Chavanne, Alan Daicz y Virginia Lago, entre otros.
“Tiene una epifanía”, dice Justos para describir lo que le sucede a su personaje la primera vez que espía a las vedettes en plena faena. Ella, que acepta la propuesta del exitoso Hills aunque no sepa “cantar, bailar, ni nada”, porque necesita dinero para la operación de su pequeño hijo, de repente se topa con un mundo de fantasía, glamour y brillos que le resulta irresistible. Un sentimiento que Bustos recuerda haber experimentado al menos un par de veces en su vida. La primera vez, recuerda, fue en la infancia cuando participó de una puesta amateur del musical Grease en el que le tocó interpretar a Sandy, el papel que hizo famosa a Olivia Newton John. Tan importante fue aquel primer acercamiento al mundo de la actuación para la nena nacida en Córdoba que ahora unas décadas más tarde se inspiró en el peinado de John en la película para crear el look de Ana junto al equipo de producción.
“Como pasa muchas veces en la vida, Ana va para un lado y de repente se encuentra en una situación que nunca había imaginado”, explica la actriz nacida justo hacia el final de la década que ahora le tocó retratar. “Nací en 1989 pero hablé mucho con mis padres y mis abuelos sobre aquellos años y de lo familiar pasé a la búsqueda de entrevistas de esos tiempos y me enganché muchísimo viendo a China Zorrilla al punto de que me iba a dormir viendo videos de sus apariciones en TV que se volvieron casi una canción de cuna para mí. También hice búsquedas con las apariciones de María Elena Walsh, de la que soy fanática desde siempre por sus canciones que me parecen poemas maravillosos, y aunque encontré pocas me encantaron. Además obviamente fui a las redes para ver material de Susana Giménez y Moria Casán”, detalla Bustos que completó la investigación viendo el notable documental Foto Estudio Luisita (disponible en Cine.ar) de los directores Sol Miraglia y Hugo Manso. “La película muestra el mundo de aquel teatro de revistas desde el punto de vista de su cuidada estética y mirada artística. Me fascinó”, cuenta la actriz que ya había trabajado en Polka como parte del elenco de Las estrellas. Ese encantamiento con el mundo de las rutilantes vedettes que Bustos comparte con su personaje en la ficción no es lo único que tienen en común. Es que como Ana, ella también tuvo que tomar la decisión de dejar todo lo que conocía en busca de su camino. “Creo que ella lo hace sin pensar demasiado. Su motor es la necesidad de brindarle lo mejor a su hijo, es su instinto maternal y su personalidad de luchadora. En mi caso, a los 17 años decidí dejar el confort de mi familia y de lo conocido y me vine para Buenos Aires a estudiar historia del arte”, recuerda la actriz a la que apenas se le adivina el acento cordobés de origen.
Aquel primer paso hacia lo desconocido la llevó a dar unos cuantos más y así fue que llegó a su segunda epifanía. “Estaba trabajando en Nueva York de moza y me crucé con unas argentinas que estaban estudiando teatro allá. Escuchando sus experiencias sentí el impulso de encerrarme en el baño de la casa en la que vivíamos, me miré el espejo y me dije: ¿Por qué yo no estoy estudiando esto? Me encanta lo que hacen. Nunca se me había ocurrido que la actuación podía ser un trabajo. En mi familia nadie es artista ni tiene conexiones con este mundo. Todos son muy histriónicos y mi abuelo también era poeta pero era un médico que además escribía poesía”, explica Bustos que una vez decidida a dedicarse a la actuación comenzó un recorrido que la llevó a estudiar en los Estados Unidos, a trabajar en una ficción en Uruguay y a, con los ahorros de aquel empleo, emprender una vida nómade que eventualmente la llevó a vivir en Francia y trabajar en España, escenario de un nuevo punto de partida en su carrera y en su vida personal con una escala tan larga como traumática en la isla Mauricio, en África.
Allí, como ya relató en su momento, Bustos pasó de disfrutar de la oportunidad de participar del rodaje del largometraje español Amor de madre producido por Netflix a quedar internada por 33 días cuando dio positivo su test de Covid. De aquella desventura, la actriz se llevó una nueva perspectiva sobre el mundo y una gran cantidad de imágenes filmadas por ella que ahora está terminando de convertir en un documental. “Ahora estoy en la etapa de selección de la música. El año pasado estuve con dos cosas: la tira y, en los momentos que me quedaban libres, me iba a la sala de edición de Orsai, la productora de Hernán Casciari, para darle forma a la película que ahora es totalmente diferente a la del comienzo. Es que una vez que hice base en Buenos Aires fui sumando colaboraciones, trabajé con la maestra de actores Nora Moseinco y con el actor Mariano Saborido que es uno de los artistas que más me inspira, además de ser un gran amigo. Lo llamé y le dije: te quiero en mi equipo”, cuenta y se ríe la actriz y novel directora con la convicción de una productora en ciernes que ya tiene planeada la exhibición del film en alguna plataforma de streaming luego de pasearlo por festivales de cine en los que probablemente le toque volver a subirse a los tacos altos, el único aspecto que no disfrutó de su transformación en la vedette más glamorosa de la calle Corrientes en los años ochenta.
“Era como vivir una fantasía que nunca me había imaginado pero que me encantó transitar: vestirme con plumas, el conchero, el tocado, todo me fascinó. Lo único que me incomodó fueron los ocho meses de andar con tacos subiendo y bajando las escaleras del set al camarín y viceversa. No sé cuántas veces por día lo hacía”, dice la actriz que ahora, ya de regreso en el presente, espera que el público disfrute de ver la nueva vuelta de ATAV tanto como ella disfrutó, más allá de los zapatos de taco aguja, al hacerla.
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