Electric Dreams, la serie propulsada por la desbocada imaginación de Philip K. Dick
Muchas veces se ha definido a Philip K. Dick como uno de los escritores más visionarios de la ciencia ficción. Cada adaptación de su obra a un nuevo lenguaje –sea cine o TV, sea buena o mala– reflota el viejo interrogante sobre la vigencia de aquellos mundos imaginados, de aquellas realidades alternativas, de aquellos dilemas espirituales que definieron su genio. Gran parte de la ciencia ficción escrita en los vértices de la Historia –eras de cambio, como el pasaje del siglo XIX al XX en pleno Imperialismo, o la finalización de la Segunda Guerra con el fantasma del Holocausto y las bombas atómicas– dio nacimiento a reflexiones sobre el presente de notable profundidad, siempre a partir de relatos de invasiones alienígenas, de desvíos insospechados del poderío científico y tecnológico, de mutaciones animales, o de tantas otras pesadillas que cobraban forma en fantasías sobrenaturales.
La vitalidad de esas creaciones muchas veces depende de su atemporalidad, de su capacidad de escaparse de coyunturas específicas, de disparar reflexiones universales. Algo de eso ocurrió con la obra de Dick, y la nueva serie de antología que ya está disponible enAmazon Prime Video es una buena oportunidad para corroborarlo.
Producida por la cadena británica Channel 4 y Sony Pictures, Electric Dreams está basada en una serie de cuentos del autor, adaptadas en forma unitaria en cada uno de los diez episodios. Así, el formato permite concebir cada entrega casi como una película, tejiendo el hilo conductor alrededor de la imaginería de Dick y las claves de su extraordinaria sensibilidad.
Es que si hay algo que lo distingue de otros autores de la ciencia ficción no es tanto la originalidad de sus historias, su demencial inventiva, sino la sintonía espiritual con una serie de preocupaciones que inquietan al ser humano más allá de toda época, tanto respecto a lo incierto del tiempo y el devenir de las tecnologías en relación a la vida humana, como a la evolución de las sociedades modernas. Sus historias nunca dependen de la predicción del futuro a base de la especulación que permite el presente sino que son universales en tanto desplazan definitivamente la idea de una única realidad. La duda existencial, el desafío al control corporativo, el inagotable deseo de libertad anima a sus personajes más allá de las exigencias de los tópicos clásicos del género, y es justamente el género el que se convierte en una fuente inagotable de recursos para dar vida a esos perpetuos interrogantes.
Comandada por el showrunner Michel Dinner, la serie trabaja con equipos creativos que imponen sus propias reglas en cada episodio, alternando estéticas más herederas de los colores fríos de Blade Runner con otros universos más coloridos y lúdicos, casi reversionando los viejos melodramas de Douglas Sirk de los 50. Es que a diferencia de lo que ocurre en otras series de antología como American Horror Story, de Ryan Murphy, oRoom 104, de los hermanos Duplass, aquí la impronta autoral no está en el creador del producto audiovisual sino en el aura que impone el espíritu de Dick.
Por ello algunos de los futuros distópicos son más lúgubres, como el del episodio “The Hood Maker”, más adherido al universo de las ficciones apocalípticas, y otros son más plásticos y artificialmente luminosos, como el pueblito estilo Brigadoon que aparece en el tercer episodio, “The Commuter”, en el que todo parece tan aterradoramente ideal como el barrio de las Stepford Wives de Ira Levin. Esta notable libertad estética otorga a cada episodio cierta autonomía, sumada a la posibilidad de contar por un solo episodio con actores de primera línea como Bryan Cranston (también productor ejecutivo), Geraldine Chaplin, Janelle Monáe, Holliday Grainger, Richard Madden, Anna Paquin, Steve Buscemi, Greg Kinnear, Vera Farmiga, Juno Temple; directores en alza como Dee Rees (Mudbound) o Alan Taylor (Game of Thrones), y guionistas como David Farr (Hannah, The Night Manager). La prosa de Dick cobra vida en puestas diversas, pero siempre impregnadas de su mítica, conscientes de su imperecedera trascendencia.
A diferencia de lo que ocurre con Black Mirror, la serie de antología que mejor ha leído la febril paranoia de nuestro tiempo, atada a la explosión de las redes sociales y el reinado de la egolatría audiovisual, Electric Dreams recorre con naturalidad aquellas íntimas preocupaciones que son comunes a todos los tiempos, que han estado presentes en las primeras narraciones orales y que Dick ha recogido bajo el paraguas accidental de la ciencia ficción. Allí están las sociedades de control, los mundos interiores (los sueños, los pensamientos, la idea de privacidad), la libertad y la autonomía (de decisión, de acción), y la convivencia entre “normales” y “diferentes”, entre quienes detentan el poder y quienes lo resisten. Y todos esos núcleos de inquietudes adquieren diversas formas: en “The Hood Maker”, los diferentes son los que tienen el poder de leer la mente y son repudiados porque resultan instrumentos de control; en “Impossible Planet”, las utopías son el territorio del pasado, de un mundo perecido y recreado a partir de la memoria y el recuerdo; en “Crazy Diamond” se fabrican seres artificiales a partir de células porcinas en los que se implanta una “conciencia” que dispara el dilema sobre aquello que define a los seres humanos. Individuo y sociedad, privacidad y control, esencia de lo humano, utopías y sueños dorados son algunas de las claves que la serie recupera de la filosofía de Dick, de su creencia sobre mundos interconectados y sobre el efecto de nuestros actos en la vida de los otros.
Adaptar una obra literaria al lenguaje audiovisual siempre ha dado lugar a reproches y frustraciones. Nunca quedan todos conformes, siempre hay un disgusto en ciernes, o entre los fans del autor, o entre sus herederos, o entre quienes han leído el libro a último momento para hacer la comparación. Y con un escritor de culto como Dick siempre es de esperarse todo tipo de repercusiones.
Sin embargo, Michael Dinner tiene algo a su favor: fue la misma hija de Dick, Isa Dick Hackett, quien lo contactó para que llevara a la pantalla los relatos cortos de su padre. Armado el equipo con el visto bueno de la heredera –en el que figuran grandes conocedores de la obra del escritor, como el mismo Cranston o la actriz Janelle Monáe (Moonlight, Talentos ocultos), quien interpreta a un androide enamoradizo en el episodio “Autofac”–, el universo fue cobrando forma. Como la misma figura de Dick, que fue adquiriendo su estatura con el tiempo, cuya prosa resulta hoy tan valiosa por la mirada que acompaña a cada una de sus creaciones, sus sueños también adquieren textura en esta nueva puesta en imágenes, en esta compleja cosmogonía que asimila y fortalece su legado.
¿Y si los nazis ganaban la guerra?
En Amazon Prime Video también está disponible una de las últimas adaptaciones de la obra de Philip K. Dick al universo del streaming: The Man in The High Castle. Basada en la novela El hombre en el castillo, publicada en 1962, la historia parte de una ucronía: ¿cómo habría sido el mundo si los nazis hubieran ganado la Segunda Guerra? Con ese fascinante disparador, asistimos a las aventuras de miembros de la resistencia, dobles agentes y funcionarios temibles en un escenario de Guerra Fría con nuevos protagonistas. Es los Estados Unidos y no Europa el que se encuentra dividido entre la dominación alemana y la japonesa, y es la inminente muerte de Hitler la que desata una sangrienta carrera por la sucesión. Lo curioso de la apuesta comandada por Franz Spotnitz (conocido por su trabajo de años en The X-Files) –en la que se han tomado bastantes libertades respecto al original– es cómo ante nuevas circunstancias emergen las mismas pasiones. Así, en la nación de la democracia el colaboracionismo está a la orden del día, y el más perverso de los tiranos con la esvástica puede vivir en los suburbios del progreso norteamericano.
Un autor ideal para el cine
Muchas y variadas han sido las adaptaciones de la literatura de Dick al cine. La primera, y la más famosa, es sin duda Blade Runner (1982), nacida de Do Androids Dream of Electric Sheep? y consagratoria para la carrera de Ridley Scott, quien siempre ha asegurado que no había leído ni una palabra de la prosa de Dick antes de recibir el proyecto. En 2017 se estrenó Blade Runner 2049, continuación dirigida por Denis Villenueve. Otras dos de las grandes películas inspiradas en la obra de Dick son El vengador del futuro (1990), de Paul Verhoeven, en la que Arnold Schwarzenegger decide viajar en sus sueños a través de implantes de memoria, y Minority Report (2002), de Steven Spielberg, en la que Tom Cruise es un policía que persigue deseos y pulsiones criminales antes de que se conviertan en realidad. Hay muchas más que no hacen demasiada justicia al autor. Sin embargo, una de las mejores y menos conocidas es A Scanner Darkly (20016), de Richard Linklater, que más que sobre el futuro y el totalitarismo habla de la desintegración de la identidad en un mundo en el que nada parece ser definitivo.
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