En la pantalla chica siempre pasan cosas, y por supuesto que la semana que se va dejó unas cuantas perlitas que bien vale destacar
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Días, semanas, meses... En la tele parece como si el tiempo pasara en cámara lenta, cada mañana, tarde o noche es apretar el botoncito del control remoto para encontrar más de lo mismo. O casi.
El hotel de los famosos trajo una nueva forma de reality show, en que los televidentes son meros espectadores de lo que pasa, ya no se puede votar al menos querido, ni hinchar por el más carismático. Y por un lado mejor, porque a juzgar por los ejemplos que dan en pantalla, lo más probable es que se produjera un éxodo masivo, y Pampita no diera abasto con el check out.
Jey Mammon debutó con La peña de Morfi, dando lo mejor de sí a un programa que se va a tener que acomodar a él, algo que probablemente Iván de Pineda se vio venir cuando dio un paso al costado. Al exconductor de Los mammones se lo vio más acartonado que de costumbre.
En 100 argentinos dicen, la novedad no pasa por el juego que es siempre el mismo, sino por la repentización constante de Darío Barassi, que marca un diferencial hacia el futuro de la conducción.
Cuando la fama es puro cuento
Las noches de la tele tienen poco para decir. Tan pero tan poco que el descontrolado y azaroso zapping nos puede jugar una mala pasada y dejarnos a las puertas de El hotel de los famosos. Con instalaciones, tareas y pretensiones de alojamiento cinco estrellas, esta hoguera de las vanidades sigue el devenir de un grupo de (casi) famosos con ganas de mostrarse tal cual son.
O en realidad, no son, ya que es lo que uno quiere creer cuando ve, que velada tras velada, cómo los variados aspirantes a estrellas se esfuerzan por sacar lo peor de sí mismos. En el catálogo de bajezas -fuerza motora de cada emisión que incluye gritos, peleas y maltratos y situaciones propias de colegio secundario- sobresale el bullying, al que la gran mayoría suscribe con entusiasmo.
Desde un muchacho grande como Alexander Caniggia, hasta un señor mayor como Maxi “Chanchi” Estévez, no se salva casi nadie de caer en la “tentación” de humillar al de al lado. Habrá que ver cuánto aguanta la recién ingresada, Belu Lucius, antes de ser abducida por ese pozo negro.
Aunque la edición y la incomprensible participación de Carolina “Pampita” Ardohain y Leandro “Chino” Leunis como conductores pretenden imprimirle una pátina de simpatía, lo cierto es que los ejemplos en pantalla dejan mucho que desear. Seguramente cuando vuelvan al mundo real dirán que “todo fue un juego” pero por lo visto hasta el momento, no alcanza como justificación.
Sapo de otro pozo
Las comparaciones son odiosas pero que las hay, las hay. A partir del domingo último, Jey Mammon se colocó al frente de La peña de Morfi, llenando el espacio dejado por Gerardo Rozín.
Le fue muy bien en términos de rating -apuntalado por la presencia de Abel Pintos y Los Palmeras- pero en virtud de las circunstancias el número era lo que menos importaba. Lo fundamental fue ver cómo se acomodaba Jey a un formato establecido, y bastante alejado de su estilo. Y la respuesta fue: más o menos.
Mucho nervio lógico en un debut de estas características, un corset en el que no se lo vio fluir como en el pasado, y un formato hecho a la medida de la lucidez de un periodista como Rozín, que a él le tira de sisa. Vendría a ser un caso inverso al de Los mammones, un ciclo que estaba tan impregnado con la esencia de su creador, que solo funcionaba con él al frente.
Jey es, como podría decir el tango: “más que conductor, artista, con vicios de conductor”. Mientras Rozín era meticuloso al detalle, Mammon necesita espacio para el in promptu. Es en ese sentido que tendrá que ir La peña de morfi en el futuro, porque tienen a una persona de enorme talento al frente y el peor error sería insistir con un esquema que, ni fue pensado para él ni le permite explotar todo su potencial. Hay tiempo para un cambio de rumbo, pero ¿lo harán?
Un tema tabú
Con su lugar al frente de 100 argentinos dicen, Darío Barassi perfeccionó un nuevo estilo de conducción en programas de entretenimientos. A un catálogo de viejas fórmulas (que van de Héctor Larrea a Marcelo Tinelli, pasando por Berugo Carámbula), Barassi le aportó su histrionismo natural y sus dotes actorales ofreciendo un combo inteligente y atractivo, aunque por momentos desbordado.
Lejos de dormirse en los laureles, el conductor suma constantemente nuevos ingredientes a este cóctel, y esta semana decidió meterse con un tema tabú: la competencia. Sobre el final de la emisión del martes, luego de cantar entusiasmado aquello de “arriba chicos, somos segundos” de Cebollitas, a Barassi se le dio por hablar de la pantalla de enfrente”, Telefé.
“Telefe está como en 11 puntos, soy el Cebollita de la tarde y me hincha las pelotas. Empecemos a hablar en turco, hagamos una novela a ver si nos va bien. ¿Cómo se llama con la que compito, Zuleya? ¿Y qué es Zuleya, el nombre de ella? Pregúntenle a cualquiera de su familia que seguro la ve”.
Más allá de lo filoso de la ironía, en una televisión que cuida las formas al límite de lo absurdo, estos momentos son para agradecer. Darío Barassi marca, nuevamente, el camino a seguir para los futuros conductores.
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