Martín Fierro 2018: el programa más aburrido del año
Este año, el Martín Fierro se superó a sí mismo. Que "la gran fiesta de la televisión argentina" se haya extendido a casi cuatro horas exactas, más de lo que dura una ceremonia del Oscar o del Emmy, sin un mínimo trabajo de guión o de una producción distintiva, no deja de ser un logro. Por allí hasta podría llevarse en el futuro el premio al programa más aburrido del año y quizás hasta de la propia historia del galardón, que ya lleva 48 ediciones.
Hay algo todavía más llamativo. El gran triunfador fue la excelente Un gallo para Esculapio, por lejos la mejor ficción de 2017, con un concepto de producción convergente y lanzamiento simultáneo en multipantallas y multiplataformas que adelanta el futuro. Seis estatuillas, además de la de Oro, para una obra que anticipa el futuro inmediato de nuestra TV en el medio de una ceremonia que no podría resultar más anacrónica en su concepto artístico y su puesta en escena.
Lo único que alteró la rutinaria continuidad de anuncios y premios fue una breve compilación de imágenes para homenajear a Mirtha Legranden el día del cincuentenario de su primer almuerzo televisado (logro digno del libro Guinness). La otra gran diva de la tele, Susana Giménez , se fue más que contenta con varias estatuillas bajo el brazo, entre ellas el primer Martín Fierro de la Gente, votado por el público. Quedó en claro que para Telefé la gran dueña de los domingos por la noche es Susana, cuyo regreso apareció de paso anticipado por primera vez en las pausas publicitarias.
Ni siquiera se innovó durante el segmento de recuerdo a las figuras fallecidas. Para el In Memoriam de este año fue convocado especialmente el cantante mexicano Carlos Rivera, que entonó con sonido directo y mucho sentimiento la bellísima "Recuérdame", de la película Coco, bien acorde a la ocasión. El esfuerzo de traerlo careció de sentido para verlo sólo de lejos en una secuencia poco producida, mal encuadrada y peor iluminada. En entregas previas, sin invitados internacionales, ese momento resultó bastante más emotivo.
En ese opaco In Memoriam quedaron a la vista la mayoría de los problemas que las transmisiones televisivas del Martín Fierro repite año tras año. Se persevera en el error con tanta constancia que a esta altura resulta bien clara la voluntad de no cambiar. Veamos: si un canal logra traer a la Argentina por unas horas a una figura internacional cotizada como Rivera es porque tiene recursos suficientes para hacer cualquier tipo de altar de producción y concretarlo. Para transmitir un Martín Fierro, un canal líder (en este caso Telefé) pone a disposición lo mejor de sus recursos técnicos y humanos, los productores y técnicos más capacitados y una serie de herramientas tecnológicas capaces de garantizar la mejor imagen y la más impecable salida al aire.
A priori, por tratarse de la "gran fiesta de la televisión", la noche en la que se reparten los premios al mérito, la transmisión especial de los Martín Fierro debería ser el mejor programa del año. ¿Por qué, en cambio, nos aburrimos tanto? Porque la propia industria de la TV y sobre todo la propia comunidad artística que la integra decidió eso. Prefiere mil veces sumarse a su gran encuentro anual de camaradería en una mesa muy bien servida en lugar de servir al televidente con un esfuerzo de producción, de guión y de actuación que funcione como resumen y celebración de lo mejor del año de la tele. Los organizadores parecen pensar lo mismo mientras multiplican los reconocimientos y anuncian nuevos Martín Fierro, en este caso uno para la publicidad.
No hay un equipo que piense una ceremonia distinta y la prepare con razonable anticipación para sorprender y hacer que todos los recursos que están a disposición se luzcan. No hay guionistas dispuestos a escribir monólogos o escenas que rindan tributo a los grandes momentos televisivos de la temporada. No hay intérpretes dispuestos a sumarse a lo que no es otra cosa que un reconocimiento a su propio trabajo. Lo que sí vemos, en cambio, es una producción perezosa que le confía el manejo de la ceremonia a uno de los pocos animadores del medio capaces de improvisar sobre la marcha durante cuatro horas, pero que al mismo tiempo debió cumplir anteanoche funciones de cronista social y de locutor comercial.
Una de las grandes incongruencias del Martín Fierro de este año consistió en recargar de avisos (PNTs) la ceremonia misma en su primer tramo, y dejar todas las tandas juntas para el tramo decisivo. El efecto fue devastador: entre la publicidad que aumentaba y el innecesario estiramiento de la definición, la sensación de tedio llegó a ser casi insoportable. Otra, no haber respetado de nuevo una elemental regla de cualquier manual de transmisiones de entrega de premios: nunca debe confiarse a un nominado el papel de anfitrión. Marley tuvo que disimular dos veces con su natural simpatía la incomodidad de esa situación.
Hay una tercera incongruencia que surge de toda esta realidad y a la que ya nos hemos acostumbrado demasiado. En su afán generalizado de celebrar y desligarse de todo esfuerzo que signifique darle al Martín Fierro el brillo de la gran celebración televisiva del año, los propios artistas repiten siempre el mismo vicio: se desinteresan de lo que pasa en el escenario (Marley lo reflejó con humor más de una vez) y del reconocimiento a los méritos de sus propios colegas premiados, algo que caracteriza a las fiestas de premios televisivos y por suerte no se repite en sus equivalentes radiofónicos. En el Martín Fierro de radio todos escuchan. Es la excepción de la regla.
El propio diseño de la ceremonia estimula esa conducta. El salón de la fiesta de ayer era más pequeño que el de otros años, pero con la misma disposición, mesas redondas con varias ubicaciones dando espalda al escenario principal. En la fiesta de los Globo de Oro también hay mesas y buena bebida, pero todos los invitados son ubicados con vistas al núcleo del salón. Aquí pareciera que todo está armado para que cada uno viva su propia fiesta. Entre los Martín Fierro y la comida anual de aniversario de alguna gran empresa la única diferencia pasa por la abundancia de caras famosas.
Con este panorama, el anfitrión y los premiados se parecieron mucho al pianista que se sienta a tocar en el hall de un gran hotel: trata de mostrar su talento en el medio del salón y al final de cada pieza recibe algún aplauso disperso, pero casi nadie le presta atención. Esto ocurrió con todos los premiados, desde los merecidos galardones para Un gallo para Esculapiohasta el incomprensible reconocimiento que tuvo Polémica en el bar. En un momento, al recibir la estatuilla a la mejor labor humorística, Roberto Moldavsky nos recordó lo bien que le hubiera hecho al Martín Fierro un buen monólogo sobre el momento actual de la TV y de la sociedad argentina.
En este caso, lo que recorrió de manera transversal toda la ceremonia fue el inminente debate parlamentario sobre el aborto, con una sola voz a favor "de las dos vidas" (la del hombre fuerte de Turner en la Argentina, Felipe De Stefani)en medio de un respaldo casi unánime a los proyectos de despenalización con predominio del verde en vestimentas y accesorios. También hubo expresiones de apoyo al reclamo en contra del "vaciamiento de los medios públicos" que un grupo de manifestantes hizo fuera del salón mientras se desarrollaba la fiesta y se repartían los premios.
Allí no faltaron las curiosidades, como que PH y Debo decir, dos programas casi sin diferencias formales, fueron premiados en rubros diferentes. Y ShowMatch, con Marcelo Tinelli ausente, recibió un reconocimiento que sólo se entiende si vemos al programa como el gran reality show de la televisión abierta actual en la Argentina. Más allá de cualquier significado, de cuestionamientos y polémicas, todo el mundillo de la televisión argentina sigue avalando al Martín Fierro como el único premio televisivo de cierta legitimidad. Ahora bien, si este reconocimiento funciona como espejo del estado de la TV abierta, el Oro debería haber sido otorgado a Intratables, que cada día ratifica lo que vimos anteanoche: un programa interminable con un montón de invitados que están cada uno en la suya, hablan todos al mismo tiempo y jamás escuchan a quien tiene la palabra.
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