Ambientada en la Australia rural del 1900, la miniserie basada en el best-seller de Colleen McCullough conquistó al mundo; gracias a su personificación del padre Ralph de Bricassart, Richard Chamberlain logró el encasillamiento en que se encontraba su carrera; intentaron continuar el éxito, pero no lo lograron
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La figura romántica de 1983 no fue el típico galán de telenovela, sino un seductor y ambicioso sacerdote católico de origen irlandés, enamorado de una mujer 20 años más joven. Ambientada en la aristocracia rural australiana del 1900, El pájaro canta hasta morir conquistó al público del mundo entero con su historia de amor verdadero y paternidad clandestina entre el futuro cardenal del Vaticano y la hija de un encumbrado linaje familiar. Protagonizada por Richard Chamberlain y Rachel Ward, la segunda miniserie más exitosa de todos los tiempos puso al monacal voto de castidad en el centro de la escena, revitalizó la carrera profesional del mítico Dr. Kildare y generó una secuela que fracasó estrepitosamente. Transformada en un global éxito de ventas, Colleen McCullough, autora del libro original en que se basó la saga, terminó odiando ambas adaptaciones audiovisuales.
Éxtasis y sacrificio
Existe un pájaro que canta una sola vez en su vida, pero lo hace con más emoción y dulzura que cualquier otro ser vivo sobre la tierra. Desde que abandona su nido, esta ave pasa sus días buscando un árbol espino. Cuando lo encuentra, elige la espina más larga y puntiaguda y, sin dudarlo, ensarta en ella su cuerpo. En ese instante de agonía es cuando emite su famoso canto. Una bella melodía que estremece el alma humana y hace que Dios, en su trono celestial, sonría. Según esta vieja leyenda atribuida a los celtas, todo aquello que es bueno trae aparejado mucho dolor porque la concreción del deseo viene de la mano de la muerte.
No está claro si la escritora australiana Colleen McCullough conocía o inventó esta historia, pero desde que la utilizó como disparador para su novela El pájaro canta hasta morir, el mundo entero pasó a darla por cierta. Corrían los años 70 y su colega en Yale, Erich Segal, había alcanzado un enorme suceso con Love Story. En base a esa repercusión, hizo una encuesta entre sus alumnos para descubrir qué les había gustado de la novela. “El romance, los personajes y la trama, pero sobre todo esa idea de que el éxtasis y el sacrificio son inseparables uno del otro”, enumeró McCullough.
Decidida a replicar el éxito, la profesora, bibliotecaria, periodista y neurocientífica tomó la premisa del amor imposible y condenado; y la instaló en el escenario australiano que tan bien conocía. El resultado, una épica ambientada en entornos de la aristocracia rural, atraviesa la vida de tres generaciones de la familia Cleary entre 1915 y 1969. Pero se detiene, muy específicamente, en la irrefrenable atracción que une y separa a la joven Meggy con el atractivo y ambicioso sacerdote irlandés Ralph de Bricassart, veinte años mayor que ella. Una relación sentimental trágica y furtiva, que a lo largo del tiempo pasa por diferentes estadíos: maestro y discípula, amigos y finalmente amantes, con el nacimiento de un hijo que ella le oculta hasta el cierre de la novela.
El pájaro canta hasta morir llegó a las librerías australianas en abril de 1977. La crítica especializada le cayó duro, pero el público adhirió masivamente a esta historia de pasiones hondas e inconfesables. Tanto que, a 47 años de su publicación, sigue siendo el libro de ficción más vendido de la historia de la literatura australiana. Publicado en los EE.UU. arrasó los rankings y en menos de un año, ganó traducciones a más de 20 idiomas, superando los 30 millones de lectores en todo el mundo. Interesado en la controversia religiosa que planteaba, Hollywood se hizo con los derechos para su adaptación cinematográfica.
En primera instancia, la superproducción se autopercibía como la nueva Lo que el viento se llevó. De ahí, tal vez, las idas y vueltas que fue sufriendo el proyecto y la cantidad de nombres que se barajaron. En distintos momentos, Christopher Reeve, Robert Redford y Ryan O’Neal sonaron para el sacerdote Bricassart; y Michelle Pfeiffer, Jane Seymour, Olivia Newton-John y Kim Basinger como Meggy. Detrás de cámara, ni Herbert Ross ni Peter Weir ni Arthur Hiller lograron enderezar el barco. Al borde de la desesperación, Warner estaba por cancelarlo todo, hasta que apareció en escena el productor ejecutivo David L. Wolper.
Humanizar el sacerdocio
“El libro estaba muy bien, pero el formato era inadecuado -sentenció Wolper. No había que ir al cine, teníamos que quedarnos en la TV. El pájaro... debía ser una miniserie”. Wolper hablaba con conocimiento de causa. Venía de sacudir la pantalla chica global con las dos partes de Raíces (1977 y 1979) y tenía muy en claro qué hacer con el material. Al frente de la producción, tomó un puñado de decisiones que resultaron definitorias. Primero, descartó las locaciones australianas y se propuso rodarlo todo en el sur de California y en la isla Kawai, una de las principales del archipiélago de Hawái. En segundo lugar, contrató como consultor al sacerdote jesuita Terrance Sweeney, voz disidente dentro de la Iglesia Católica por estar en contra del celibato y a favor de la incorporación de mujeres como sacerdotisas. “No hay ninguna contradicción entre ser cura y estar casado. Nosotros también somos seres humanos, hombres que podemos enamorarnos. La prohibición del matrimonio es una violación a los derechos humanos”, declaró Sweeney apenas se sumó al equipo.
Para la época, la relación clandestina (paternidad incluida) entre una mujer joven y un hombre mayor, que tranquilamente podría haber sido su padre, aseguraba la repercusión pública. Que ese hombre llegara a ser un poderoso cardenal del Vaticano, garantizaba el escándalo y el escarnio eclesiástico. Es cierto que la ficción no buscaba abrir ningún debate social o teológico, sólo pretendía contar una historia de amor trágico y contradictorio, a nivel emocional y espiritual. “Sweeney nos marcó el tono justo que el programa necesitaba para evitar el rechazo y humanizar el sacerdocio -aseguró Wolper. Y lo hizo a la perfección”. Además, el religioso (que en 1986 renunció a la Compañía de Jesús para contraer matrimonio) también resultó fundamental a la hora de elegir al protagonista.
Después de una década encasillado como el Dr. Kildare, Richard Chamberlain estaba empezando a despegarse del papel que le había dado fama e inmerecido ostracismo. Su trabajo en las miniseries Centennial y Shōgun (cuya reversión moderna puede verse ahora mismo en Disney+ y Star+), llamó la atención de Wolper, que lo convocó. Al principio, productor y actor chocaron en la forma de encarar al padre Bricassart. “Para mí, era un personaje mucho más fuerte y decidido de cómo querían mostrarlo -contó Chamberlain. Bricassart no era el típico galán de telenovela. No tenía el corazón partido en dos, ¡sino en tres! Tenía una genuina vocación religiosa y estaba honestamente entregado a la labor de Dios, pero el poder y el glamour de la Iglesia lo tentaban mucho más que la espiritualidad. Y se había enamorado realmente de Meggie, nunca impostó ese sentimiento”.
La visión de Chamberlain coincidió con la de Sweeney, que convenció a Wolper. “Se llevó a Richard a un noviciado en Los Ángeles por un par de noches; y cuando regresó era el Bricassart perfecto”, reconoció el productor. En base a la química que mostraban al actuar juntos, Rachel Ward fue elegida como Meggy Cleary, junto a un reparto multiestelar liderado por Barbara Stanwick, Christopher Plummer, Jean Simmons, Ken Howard y Piper Laurie. El pájaro canta hasta morir (The Thorn Birds) se emitió por la cadena ABC del 27 al 30 de marzo de 1983. Al día de hoy, sigue siendo la segunda miniserie más vista de la historia de los EE.UU., sólo superada por Raíces. Obtuvo seis Emmy y cuatro Globo de Oro, incluyendo uno para Chamberlain, que vio resurgir su carrera profesional tal como le pasaría a John Travolta con Pulp Fiction. El mundo entero quedó enamorado del programa, salvo Colleen McCullough. “Estaba todo mal. El director no tenía idea de lo que estaba haciendo, la guionista era una evangélica bautista que no entendía el catolicismo y no me gustó la actuación de Chamberlain”, sentenció la autora.
Los años perdidos
Una década después de su estreno, la miniserie mantenía un alto y constante nivel de ventas en VHS. Para celebrar el aniversario, ABC volvió a emitirla en horario central y el rating voló por las nubes. Wolper se dio cuenta de que había un público ávido por los avatares sentimentales de Bricassart y Meggy, así que convenció a la cadena de TV para retomar la trama. Como la primera parte terminaba con la muerte del sacerdote, era imposible pensar en una secuela que reuniera a los protagonistas, así que buscó un vacío temporal que se lo permitiera. Y lo encontró. “Después de que hicieran el amor en la playa, la miniserie original saltaba una década al futuro, para mostrar el encuentro entre el padre y el hijo. Ahora vamos a contar qué pasó en el medio”, adelantó Wolper.
Esos años, que coincidían con la Segunda Guerra Mundial, tampoco habían sido incluidos en la novela. Y como Colleen McCullough se negó a escribirlos, Wolper le pasó el encargo al australiano David Stevens, que estaba atravesando un momento de cierta notoriedad gracias a la obra de teatro Nosotros dos. Pero el resultado dejó insatisfecho a Chamberlain, que terminó rechazando la oferta. “No trataba bien al padre Ralph. Lo cargaba de una autocompasión que no se correspondía con su naturaleza”, declaró la estrella. Y detrás del actor, ABC se retiró del proyecto.
Wolper no renunció a su idea. Interesó a CBS y le pidió a Stevens que reescribiera el guion las veces que fuera necesario, hasta que Chamberlain diera el sí. La última versión ubicó a Bricassart en Roma, trabajando activamente para dar refugio a los judíos perseguidos por los nazis. “Como la Iglesia no estaba de acuerdo con ese accionar, castigó al padre Ralph enviándolo de nuevo a Australia -comentó Chamberlain. Y allí se reencontró con Meggie, justo cuando empezaba a sentirse libre de su recuerdo. Por supuesto, seguía sin saber que el hijo de ella era su hijo”.
Del reparto original, sólo Chamberlain formó parte de El pájaro canta hasta morir: Los años perdidos (The Thorn Birds: The Missing Years), acompañado por la actriz británica en ascenso Amanda Donohoe (Meggie) y la participación especial de Maximilian Schell. Dividida en dos capítulos de 90 minutos cada uno, la miniserie se emitió en los EE.UU. el domingo 9 y el martes 11 de febrero de 1996. El fracaso fue estrepitoso e instantáneo. El público la odió y la crítica la demolió. Para la revista Variety, “es una farsa que frustra al espectador. Lo que antes se sentía impactante y lascivo, hoy se ve dócil y domesticado. No sólo palidece en comparación con la original, también contradice directamente los acontecimientos del libro y la miniserie”.
Hasta su muerte en 2010, Wolper defendió la segunda parte, a capa y espada. “Era una historia diferente, estamos de acuerdo, pero tenía a los mismos personajes y profundizaba las situaciones originales de maneras que la primera miniserie no pudo reflejar. Y estaba filmada en hermosos escenarios naturales de Australia. No entiendo por qué no gustó”, decía a quien quisiera oírlo. Años más tarde, McCullough dio su propia versión de los hechos. “Nunca estuve de acuerdo con Los años perdidos –dijo en la TV nacional de Australia-. No quería que se haga y le mandé todas las maldiciones que pude. Y parece que funcionó porque salió horrible”.
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