El futuro aparece por primera vez como una incógnita todavía sin respuesta para Marcelo Tinelli
Forzado por primera vez a instalarse en un horario marginal e indiferente, el conductor más exitoso de la TV comprobó que sus clásicas fórmulas televisivas ya no responden como antes
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Los concursos de baile armados como grandes shows televisivos todavía gozan de muy buena salud. Hay al menos una decena de países en los que este tipo de producciones se mantienen en el aire con 15 temporadas o más sobre sus espaldas. El público les responde, los anunciantes también y en las listas de famosos que anhelan convertirse en competidores siempre queda gente afuera.
Nuestro país estaría en condiciones objetivas de formar parte de esa selecta lista que incluye entre otros a Estados Unidos, el Reino Unido y varios países escandinavos, cuyo público es fiel como pocos en el mundo a este formato de TV. Pero nuestro “Bailando…” (hace tiempo que los sueños quedaron en el olvido) puede estar escribiendo su final al término de su temporada número 15, primera bajo el sello de “La Academia”. Una denominación engañosa, porque lo que empezó como un certamen de variedades, supuestamente resuelto a marcar diferencias con épocas previas, terminó como todos los anteriores. Dominado con exclusividad por los números danzantes.
Aquí aparece otro engaño, porque para Marcelo Tinelli el concurso de baile 2021 fue muy diferente a los anteriores gracias a otra clase de números, los del rating. Por primera vez no funcionó como escudo protector de eltrece para sostener las mediciones de audiencia del canal en el horario central de la TV y enfrentar, por lo general con éxito, el poder de fuego mucho más variado de Telefé.
Esas cifras menguantes hicieron algo peor. Enviaron al hombre más poderoso de la televisión a un horario marginal en pleno desarrollo del certamen. No podría haber nada peor para las aspiraciones de continuidad de una idea televisiva que dejarla en el medio del camino en un lugar donde nadie la ve.
¿A quién se le ocurriría llevar un programa de elevada producción (un big show televisivo) al rincón menos transitado de la programación? ¿Y por qué no pasa algo parecido con los otros “Bailando…” que encuentran continuidad alrededor del mundo y sostienen el interés de públicos tan diversos temporada tras temporada?
Quizás haya que empezar a buscar la explicación por el lado del hastío. El Dancing With The Stars estadounidense (30 temporadas) y el Strictly Come Dancing británico (19 temporadas) se renuevan porque son competencias en serio, envueltas en un ropaje de grandes shows. Los famosos (algunos tan mediáticos como los de acá) se unen a los bailarines profesionales para cumplir con las reglas del certamen y ninguna otra cosa. Y los jurados suelen ser expertos en esa materia y no en otras cosas.
Es muy raro, además, que un famoso forme allí parte de la competencia en más de una temporada. Y más raro todavía es que cuenten con leyes y guías lo suficientemente flexibles como para desaparecer, como ocurre en nuestro caso. En materia de elasticidad de las reglas no hay demasiadas diferencias entre el espacio televisivo de Tinelli y ese otro mundo que el conductor conoce también al dedillo. Los campeonatos profesionales de ascenso organizados por la AFA se rigen por el capricho, las necesidades y las conveniencias de algunos de sus participantes. Varios equipos vieron cómo se les corría el arco en plena competencia.
El atractivo del show diario de los famosos logró compensar esas incongruencias durante mucho tiempo con la ayuda del hábil fogoneo de Tinelli, alrededor del cual se creó un gran sistema solar televisivo lleno de satélites dedicados solamente a hablar de ese centro que los alimentaba y del cual dependían.
Pero llega un momento en que tanto consumo del mismo menú provoca empacho. La cura, imprescindible, consiste en salir a buscar otros ingredientes y usarlos para platos mucho más distinguidos, saludables y hechos por las manos más exigentes. Por eso, los certámenes danzantes o las competencias de talento televisadas tienen en el mundo, por lo general, una sola frecuencia semanal. Aquí, en cambio, un país ansioso y necesitado de estímulos constantes traslada cualquier idea televisiva exitosa al formato diario, que tarde o temprano va a provocar agobio y agotamiento, además de estar mucho menos cuidado.
Ese estado de ánimo apareció con la pandemia, que cambió hábitos, comportamientos, reacciones y conductas. También fomentó muchas divisiones y sacó lo peor de nosotros. Tinelli lo reconoció en su extenso alegato final, previo a la definición de la competencia 2021. Allí habló, con una actitud estoica digna de ser destacada, de la aceptación de un tiempo complicado y de la necesidad de responder con buena cara a todas las dificultades. Los tiempos agitados también pueden sacar lo mejor de nosotros, reflexionó.
Dijo además que cuenta con el mejor equipo de producción de la TV argentina. Un equipo, por cierto, que consigue armar un vistoso cuadro musical protagonizado por la talentosa Laurita Fernández y convocar a Chano para un breve set con sus canciones puede, si se lo propone, ser el artífice de ese big show que Tinelli lleva demasiados años prometiendo sin cumplir.
Depende todo de él. Este año comprobó que no puede adaptar su viejo estilo de humor varonero y cachador a estos tiempos de mayor corrección política. Y mucho más comprobó que el desfile con las figuras mediáticas de siempre no alcanza para renovar el interés masivo por un formato apoyado mucho más en los escandaletes y el ruido mediático que en el talento artístico de los participantes, algo que solo se aprecia en el momento de la definición.
El futuro inmediato de Tinelli en la TV tiene un condicionante. Cada cuatro años, los planes de algunos de los protagonistas de este mundo aparecen condicionados por el Mundial de fútbol. Tinelli quiere estar en Qatar 2022 (lo dijo varias veces en el programa de cierre) y eso le llevará al menos dos meses de dedicación exclusiva.
En un escenario tan acotado, Tinelli debe tomar decisiones cruciales sobre su futuro televisivo. La estructura de producción que armó no podría tolerar otra temporada en un contexto tan alejado de los primeros planos como el de 2021. ¿Querrá por fin mirarse en el espejo de las competencias de talento con famosos que gozan de buena salud en el mundo y asimilarlas para impulsar, por fin, un cambio de paradigma en la televisión argentina?
La despedida fue ambigua y dejó un final abierto. Tinelli prometió volver a la televisión en 2022, pero no dijo dónde va a estar, cómo va a estar y qué va a hacer. En este año atípico aceptó una realidad que le impuso jugar casi de perdedor. No parece dispuesto a repetirla el año que viene. ¿Pensará en algo así como empezar todo de nuevo, con otras ideas y otro espíritu?
Habría que mirar hacia atrás para empezar a buscar la respuesta. Su historia está llena de promesas de cambio e innovación que siempre terminan con un regreso a las fórmulas más facilistas y menos arriesgadas. Pero lo que cambió fue justamente esa salida: por primera vez dejó de ser garantía de éxito. Tinelli lo sabe y por eso no quiso dar todas las certezas sobre su futuro en la tele. Le debe estar preocupando la salud resquebrajada de la versión local de un concurso de baile que en otros lugares del mundo desborda de vitalidad.
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