El ciclo, conducido por Víctor Hugo Morales y César Mascetti, fue una creación de Eduardo Metzger y marcó, hace 40 años, una forma distinta de hacer televisión
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El artículo 1° de la Constitución Nacional establece: “La Nación Argentina adopta para su gobierno la forma representativa republicana federal, según la establece la presente Constitución”. Históricamente, nuestro país esgrimió el federalismo como una de sus banderas constitutivas. Sin embargo, no siempre la praxis ha sido coherente con aquello que enarbola su carta magna. El centralismo de Buenos Aires hizo perder de vista aquello que se fundamenta en los principios básicos de la Nación. La televisión no estuvo al margen de esta cuestión.
Sin embargo, hubo un programa que rompió con ese poderío endogámico de la gran ciudad a orillas del Río de la Plata. Comenzó llamándose El Espejo para que la gente se mire y, como una “engaña pichanga”, arrancó mostrando qué sucedía en las barriadas de Capital Federal y el Conurbano bonaerense, un ensayo y error (de “error” muy poco) para, tres meses después, lanzarse a la aventura de ir en busca de los puntos más reconocibles y también los más olvidados y recónditos de la Argentina.
El Espejo nació -entre agosto y septiembre de 1984- para hacer historia, pronto se cumplirán 40 años de aquella primera emisión. “El mérito fue haber sido el primer programa que vio a la televisión de manera federal, ya que antes el medio había sido un muestreo de lo que sucedía en Buenos Aires”, define Eduardo Metzger, el creador del formato y una de las cabezas creativas más importantes que ha tenido, y tiene, nuestra televisión. Un prócer del medio y padre de la periodista Dominique Metzger, actual coconductora de Telenoche.
El Espejo, reflejando el país -como transmutó su nombre- se convirtió rápidamente en un programa de culto en las tardes de Canal 13 y, aunque incluyó tales contenidos en su agenda, nunca fue pensado como un ciclo con objetivos turísticos. Nada más lejos.
Víctor Hugo Morales, César Mascetti y una debutante Silvina Chediek fueron las caras representativas del espacio que llegó a medir 27 puntos de rating y cuyos promedios habituales rondaban entre los 15 y 20 puntos. Millones de televidentes se congregaban a las dos de la tarde frente al televisor para sentirse empatizados con las historias de vida, los datos curiosos y los planos bellísimos de la geografía nacional. El móvil de El Espejo se estacionaba donde, usualmente, no iba la televisión. “Andar por el país, conocer la Argentina profunda, fue un regalo”, reconoce Silvina Chediek.
Con la cortina musical leitmotiv compuesta por el maestro Raúl Parentella -todo un sello del espacio- el formato no sólo es recordado como un baluarte de nuestra televisión por los valores altruistas que enarboló, sino también por haber sido una proeza de orden técnico en tiempos donde no era nada sencillo transmitir en vivo desde sitios alejados y de geografías complejas.
“Hoy se puede salir al aire desde cualquier lugar, pero antes había que sortear muchas dificultades técnicas. El Espejo era artesanal, las cámaras eran pesadísimas y se conectaban con cables, porque no existía la tecnología inalámbrica. Ahora es fácil, pero antes salía mejor”, se sincera Eduardo Mazzitelli, el director de cámaras que se sumó al ciclo prácticamente desde sus comienzos.
Si se tomase en cuenta la cantidad de kilómetros que El Espejo recorrió y se trazase una línea recta, la distancia resultante sería superior a la que separa a la tierra de la luna. Pero no se trata sólo de cuestiones estadísticas. El gran valor de esta creación es haber ido en busca de aquellos hombres y mujeres de la patria profunda. De sus alegrías y esfuerzos; de sus culturas y tradiciones más arraigadas; de orgullos y penurias eternas.
El Espejo no reflejó una abstracción llamada país, sino que entendió que la construcción del federalismo más cabal se ejercía a través de la gente que habitaba su territorio de norte a sur y de este a oeste. Una verdad de Perogrullo y, sin embargo, tantas veces olvidada. “Me interesaba descubrir personajes, por eso yo decía que era un programa hecho por los argentinos para los argentinos”, grafica Metzger, profesional notablemente creativo que también fue el ideólogo de éxitos como Mónica Presenta, el recordado programa de actualidad con Mónica Cahen D´Anvers, y quien “inauguró” las mañanas de la televisión con aquel noticiero llamado Desayuno, que fue conducido, en diversas épocas, por Víctor Hugo Morales y Daniel Mendoza, y que le hizo competencia al prime time de la radio al amanecer.
Eduardo Metzger también fue el responsable de llevar a cabo la campaña presidencial de Raúl Alfonsín en 1983.
Curioso origen
La idea de El Espejo nació como La historia de una cuadra, un segmento dentro del programa Mónica y Andrés que conducían Mónica Cahen D´Anvers y Andrés Percivale. Se trataba de ir en busca de los personajes de un punto concreto de la ciudad de Buenos Aires. “Funcionó muy bien, pero recuerdo que le dije al productor Luis Cella, mi mano derecha, ´los vecinos no hablan, guardémoslo para más adelante´. Era lógico, la gente tenía miedo, ya que aún era el tiempo del gobierno militar, así que, a las tres semanas lo frené”. Sin embargo, aquel intento breve se convirtió en la semilla de El Espejo.
La elección del nombre de los programas suele ser una empresa compleja. Esto no fue la excepción. En un primer momento, el ciclo se iba a llamar De punta a punta, pero, tal como reconoce Metzger, “era obvio”.
En plena tarea de preproducción y a pocos días de comenzar a promocionar el estreno en la pantalla de Canal 13, el realizador se encontraba manejando su vehículo por la autopista 25 de Mayo cuando, desde atrás, otro vehículo le hizo luces pidiendo paso. “Miré por el espejo retrovisor e inmediatamente me dije ´este es el nombre’”.
Definido el título, el paso siguiente fue, como corresponde, registrarlo en Argentores (Sociedad General de Autores de la Argentina). “Allí me dijeron que no podía ser porque había una película de (Francisco) Mugica con ese nombre, entonces lo extendí y quedó El espejo para que la gente se mire”, rememora el creador. Cuando -luego de tres meses de surcar los empedrados porteños- en enero de 1985, el enorme camión de exteriores de Canal 13 se adentró en las rutas nacionales, el programa comenzó a llamarse El Espejo, reflejando el país.
En aquella primera etapa por Capital Federal y el Conurbano, la conducción estaba a cargo de Víctor Hugo Morales y Silvina Chediek, y una notera que luego no continuó en el rubro. Cuando se federalizó la propuesta, se sumó César Mascetti, el querido periodista apodado “El Gaucho”. “A veces Víctor Hugo no podía estar, porque tenía que cumplir con sus compromisos como relator de fútbol y viajar siguiendo a la Selección Nacional, entonces la conducción quedaba solo en manos de César. Si estaban los dos disponibles, se iban turnando, uno viajaba a la provincia de destino desde donde salía el programa y el otro se quedaba en el estudio del canal”, explica el productor.
Luis Cella, durante años a cargo del ciclo de Susana Giménez, fue el ladero de Eduardo Metzger en El Espejo. En ese equipo también figuraban reconocidos profesionales como Emilio Cartoy Díaz, Marcela Duarte, Roberto Butula y Marcela Maillmann.
La chica que estuvo con Marthineitz
El ingreso de Silvina Chediek al programa es otra de las curiosidades que conforman el anecdotario del programa. En 1984, la joven de ojos celestes impactantes era profesora de inglés en un colegio porteño. En ese tiempo, el recordado periodista Hugo Guerrero Marthineitz, al frente de su programa A solas, en las trasnoches de Canal 9, solía reportear a personajes desconocidos para retratar sus historias de vida. Algo hizo que Chediek fuera una de esas entrevistadas sin entender muy bien por qué estaba sentada frente al locutor peruano para ser vista por millones de personas. Lo hizo. Como en aquella máxima oriental del “in-yun” (que se expresa en el laureado film Vidas pasadas), el destino de Chediek la cruzó con quien la tenía que cruzar.
Durante esa semana, en las oficinas de Buenos Aires TV Color -propiedad de Metzger- en una reunión de producción donde se debatía a qué periodista escoger para realizar notas en El Espejo, apareció el nombre de la entonces desconocida Silvina Chediek. “Victor Hugo me cuenta sobre ella, porque la había visto en esa entrevista de la noche, y yo la cito”, recuerda Metzger.
“No sabían ni cómo me llamaba, era la chica que había estado con Guerrero Marthineitz”, se ríe la periodista. Acaso el primer desafío de El Espejo fue dar con ella. Susana Espinosa, secretaria de Metzger, escuchó lo que estaban barajando Victor Hugo Morales y el productor y les dijo “anoche fui a cenar con mis amigas y una de ellas me comentó que la conocía, porque había sido su preceptora en el colegio Lenguas Vivas”. “In-yun” o el criollo “creer o reventar”.
Dieron con Chediek, quien llegó a la entrevista acompañada por su hermano. “No sabía ni dónde me metía”. Sin embargo, de aquella reunión en las instalaciones de Colonia 156, en Parque Patricios, la joven veinteañera salió con dos convicciones: renunciaría a su trabajo de profesora de inglés y aceptaría formar parte del programa, ingresando a un mundo absolutamente desconocido para ella.
“Siempre le agradeceré a Víctor Hugo porque fue él quien puso el ojo en mí. Fue bárbaro trabajar con él y con César Mascetti; tenían dos estilos distintos, pero eran dos caballeros, dos animales del medio. Se llevaban muy bien, no competían; les guardo un gran agradecimiento”, asegura.
Silvina se hizo de abajo. “Entré a la televisión con muchas ganas de aprender. Me educó gente como Eduardo Metzger, Luis Cella y los técnicos. Cella me decía, ´vos corta (sic), de rastrón´, lo que importa es el entrevistado” y agrega “El espejo me dio una vocación y fue una escuela; me dio amigos y una pátina de calle”.
Si bien el programa salía en vivo, a Silvina Chediek le tocaba realizar también aquellas entrevistas que, por una razón u otra, salían grabadas. No siempre sus personajes eran los más destacados. “Hacía todo lo menor. Cuando fuimos a Núñez, me mandaron a presentar a una banda que ensayaba en un garaje y que nadie conocía, pero charlé con ellos con mucho gusto”. Aquella agrupación se llamaba Soda Stereo y, para mostrar algo de su música, tocaron el tema “Vitamina”. La canción en poco tiempo tuvo destino de hit y esa ignota banda se convirtió en una de las más influyentes de la historia del rock latino de todos los tiempos.
La voz de los sin voz
Una de las características que definieron al formato fue cederles el micrófono a aquellos personajes con historias valiosas para contar y que conformaban ese conglomerado de millones de personas anónimas para la mayoría y muy valiosas en sus lugares de pertenencia.
Marta Eva, la esposa de un gendarme que habitaba en Las Cuevas (Mendoza) fue una de las más carismáticas entrevistadas. En la Patagonia, la producción encontró a “El hombre perdido”, un habitante de la estepa que vivía en absoluto aislamiento y sin luz eléctrica. “Cuando hicimos un programa especial con los entrevistados más relevantes, lo trajimos a Buenos Aires. No podía creer lo que veía, cuando se tuvo que volver, no paraba de llorar de la emoción”, recuerda Metzger.
Dada la federalización enarbolada y aplicada por el programa, los reencuentros se fueron convirtiendo en moneda corriente. Una mujer en La Rioja le contó a César Mascetti que creí que tenía una hermana en Puerto Madryn, a quien no veía desde hacía cuarenta años. La encontró frente a cámaras.
Un mozo de Campana pidió conocer a su madre, de quien solo tenía una foto, dado que había sido dado en adopción a una familia cuando era un bebé. Luego de difundir aquella imagen al aire, se dio con la mujer y se produjo la unión, pero, lo más curioso es que, cuando salió al aire ese momento tan emotivo, un hombre se comunicó desde la ciudad de Concordia: era otro hijo de la señora que había sido separado de ella.
“A veces, el primer encuentro no lo grabábamos, porque era demasiado fuerte para ser mostrado en público”, sostiene Metzger, un profesional al que siempre lo acompañó la cautela y no la búsqueda de rating a cualquier precio.
Chediek recuerda algunos de sus “highlights” como “entrevistar a una señora de 90 años que no sabía lo que era un micrófono, volar en monomotor, arrojar desde un avión una carta para que sea recogida por César en medio de la transmisión o conocer a Carlos Menem en La Rioja cuando era gobernador y nadie imaginaba que podía ser presidente”.
“Le pedía a mi equipo no rendirse, ir siempre por el sí, me gustaban los desafíos. Todos tenían la camiseta puesta”, explica Metzger, aún orgulloso no sólo de su creación, sino del grupo de colaboradores que lo acompañaba, incluida -show al fin- una maquilladora quien, aunque se saliera al aire desde el medio del desierto, cumplía con su trabajo para que todos lucieran bien.
Logística
Más allá de los loables contenidos de El Espejo, lo que no se puede dejar de soslayar es que se hacía con la escasa tecnología disponible hace cuatro décadas para poder llevar a cabo una aventura televisiva de estas dimensiones.
Metzger aclara, para asombro de algún lector de la “Generación de Cristal”, que “no existían las antenas satelitales ni los celulares”. Teníamos que salir desde donde pudiéramos, inyectando nuestra señal de microondas en la estación de Entel, para que esta compañía pudiera transportarla por los coaxiles y a sus microondas”, explica. Las microondas eran una suerte de platos voladores ovalados de color naranja sostenidos por un trípode. Se trataba de unos dispositivos, de origen francés, no muy grandes, pero sí muy pesados. El microondas emisor debía conectar con otro receptor. Pero la teoría, que suele simplificar las cosas, no siempre se condecía con la realidad.
“Nunca se había salido en vivo desde las Cataratas del Iguazú porque no había enlace, desde allí no podíamos ‘ver’ la estación de enlace de Puerto Iguazú. Se podía enlazar a varios kilómetros, pero sin una selva o edificios que te cortasen ese paso”, explica el productor general del programa. “Salir desde Cataratas fue lo más difícil”, reconoce el director Eduardo Mazzitelli.
Ante la dificultad, Metzger le pidió al productor Pinco Carrillo que fuese hasta Misiones con anticipación para ver cómo se podía hacer el enlace. “No vuelvas a Buenos Aires sin eso”. Lo consiguió: “Descubrió que en el territorio de Brasil había una torre del ejército desde donde se ‘veía’ la planta de Entel”.
Para salir al aire se enlazó Cataratas con la torre en Brasil donde se instaló la microondas y de ahí la señal a Entel en Iguazú. “Media hora antes que comenzara el programa, nos dimos cuenta que un técnico había colocado en Brasil dos microondas receptoras, pero no estaba la que podía emitir, así que, en balsa, enviamos la microondas que faltaba y salimos al aire media hora más tarde”. Un punto de inflexión en el historial técnico del envío.
El programa tenía un cerebro técnico que era el inmenso camión de exteriores. Allí no sólo se almacenaba el equipamiento, sino que estaba ubicado el control, el switcher, que operaba Eduardo Mazzitelli: “A las seis de la mañana salíamos de los hoteles para montar los equipos ya que era muy complicado el armado”, afirma el director de 78 años y quien fuera un histórico realizador de Canal 13, habiendo dirigido especiales con Luciano Pavarotti, los Rolling Stones, el programa especial La noche del Milenio y ciclos como La noche del domingo y La peluquería de Don Mateo, de Gerardo Sofovich, o Sorpresa y ½ con Julián Weich.
El Espejo, reflejando el país se hacía con tres cámaras, ubicadas estratégicamente por Mazzitelli para mostrar las bellezas naturales e históricas de cada sitio, y con una cámara portátil con la que se grababan notas durante todo el día, generalmente a cargo del camarógrafo Carlos Castillo. “Era milagroso, salir diariamente en vivo era una proeza”, confiesa Chediek, dimensionando la precariedad técnica de la época.
“En Catamarca, como no había celular, nunca supimos si estábamos en el aire, recién lo supimos cuando terminó el programa y pudimos comunicarnos con Buenos Aires”, rememora Eduardo Mazzitelli, quien estalla en una carcajada cuando recuerda que “pusimos un piano de cola bajo el sol de Potrero de los Funes y se destrozó”. Puede pasar. El director también recuerda la gran transmisión desde la Casa Histórica de San Miguel de Tucumán.
El programa contaba con tres equipos de producción que trabajaban en simultáneo. Mientras uno estaba afincado en la provincia desde donde se salía al aire, otro ya trabajaba en la preproducción en el lugar de destino de la semana siguiente. Un tercero, apoyaba la logística desde las oficinas porteñas. Medio centenar de profesionales formaban parte de este mecanismo de relojería.
Silvina Chediek volvía a Buenos Aires cada tres semanas y solo permanecía en la ciudad unas pocas horas para visitar a su familia. “Por eso no me daba cuenta que había comenzado a ser conocida”, confiesa.
Mónica Cahen D´Anvers -quien ya había trabajado con Metzger y era la esposa de César Mascetti- solía colaborar cuando era llamada de urgencia para suplir la conducción en Buenos Aires.
Inolvidable
Cuando se le pregunta a Metzger si se trataba de un programa costoso, el productor niega tal cosa al afirmar que “recaudaba mucho en publicidad y los hospedajes y comidas del equipo se conseguían por canje”.
A pesar que el espacio está muy asociado a la pantalla de Canal 13, por esta señal salió al aire unos pocos meses de 1984 y durante la temporada 1985. En enero de ese año, Salta fue la provincia escogida para iniciar el derrotero federal.
En 1986 se mudó a Argentina Televisora Color (ATC), quien dispuso sus históricos móviles azules para recorrer el país durante dos años. Silvina Chediek participó poco tiempo en esta etapa, siendo reemplazada por María Areces. En 1995, el programa tuvo una reentré por la señal de Canal 9, con la conducción de María Belén Aramburu.
A cuarenta años de su estreno, algunas tibias reuniones ya comenzaron a gestarse con vistas a un posible regreso. Por ahora, una convocatoria en redes con la imagen de Silvina Chediek busca rescatar anecdotario.
El Espejo fue una idea que escribió páginas lúcidas de nuestra televisión. Una bitácora televisiva, una road movie diaria y sin red. “Lo que yo quería era un programa que conectara al país y en vivo, no me interesara que saliera grabado. Hoy se compran formatos, en aquella época se creaban y se exportaban”, sintetiza Eduardo Metzger a modo de despedida. No hace falta agregar nada más.
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