El amor nunca muere: la telenovela, al tope del rating en la TV abierta, conquista también el top 10 en streaming
La ficción televisiva más clásica vuelve a ser reivindicada y funciona como trampolín para la búsqueda y la creación de nuevas maneras audiovisuales de narrar en América latina; desde la bíblica Génesis, lo más visto de la pantalla chica, hasta clásicos como Pasión de gavilanes dominando Netflix, el género es un puente entre la tradición y la vanguardia
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Génesis: el origen de todo se llama en la Argentina la telenovela bíblica brasileña que acaba de ponerse en marcha desde la pantalla de Telefe con números óptimos en las mediciones de audiencia. A partir de ese título reaparece de manera inmediata y literal una de las leyes de hierro que tiene la TV abierta. En el origen de todo está la telenovela, y en el futuro también.
La vigencia de la expresión más antigua y duradera de las ficciones televisivas está una vez más a la vista, como ocurrió tantas otras veces a lo largo del tiempo. No debería sorprendernos por lo tanto este regreso, que ante todo sugiere que la TV evoluciona en este terreno a partir de un recorrido histórico más circular que lineal. Nos dice también otra cosa bastante elemental, que suele pasar inadvertida pese a que está en primer plano: las nuevas generaciones no son para nada reacias al contacto con este tipo de relatos de raigambre tradicional y más bien conservadora. El fenómeno se renueva también a través del streaming.
Un vistazo a la pantalla de inicio que tienen las diferentes plataformas disponibles en la Argentina puede proporcionarnos indicios tan útiles como los números diarios del rating en los canales abiertos para entender un poco más este fenómeno cada vez más sólido y revelador. Desde hace un buen tiempo, para asombro de muchos, un clásico inoxidable del género en su genuina identidad latinoamericana, la colombiana Pasión de gavilanes (2003) sostiene un liderazgo pleno entre las series más vistas de Netflix, al menos en el registro que aparece en la versión local de la plataforma.
Pasión de gavilanes no está sola en este juego, como demostración de que estamos hablando de una tendencia firme y no de un hecho curioso y completamente aislado. Otro exponente histórico de la rica producción colombiana de telenovelas, Pedro el escamoso (2011), con sus maratónicos 315 episodios, estuvo varias semanas merodeando el cotizado “Top 10″ de las series disponibles en Netflix. Y allí también hubo (y hay) espacio para unas cuantas producciones más recientes que asumen ese perfil y ese legado. Por ejemplo, la reciente remake de Café con aroma de mujer y La reina del flow, que se acerca a su tercera temporada sostenida en la fenomenal repercusión de las dos anteriores.
Como si el streaming fuese la versión actualizada de la antigua rivalidad entre canales abiertos expresada desde la competencia entre las telenovelas más vistas, HBO Max replica algunos de los comportamientos registrados en Netflix sobre ciertas preferencias que tiene el público local en materia de ficciones. Solo la llegada de un acontecimiento global tan poderoso e irresistible como La casa del dragón logró desplazar del primer plano a las telenovelas que lograron encaramarse a lo más alto de la convocatoria dentro de esa plataforma.
Dos de los ejemplos que representan esa conducta son de origen turco y el restante tiene origen brasileño: el drama Traicionados, la comedia romántica ¿Será que es amor? y Verdades secretas, una clásica telenovela surgida de Rede Globo que surge como primer testimonio del acuerdo en materia de contenidos firmado entre la más poderosa cadena televisiva de Brasil y HBO Max. Hasta el estreno de la precuela de Game of Thrones, este trío de ficciones de esencia más bien tradicional consolidó durante las últimas semanas un nuevo modelo de preferencias entre los abonados de una plataforma cuyo nombre suele estar asociado con el riesgo y la innovación.
En la versión local de una herramienta tan globalizada como las plataformas de streaming, Colombia, Brasil y Turquía expresan a la perfección esta nueva-vieja tendencia de reivindicación de la telenovela. Desde la patria de las narconovelas (y de producciones lejanas y a la vez vigentes como Pasión de gavilanes) el sagaz crítico Omar Rincón dijo hace poco que el éxito de las ficciones colombianas se explica a partir de una incomparable capacidad para asimilar y fusionar lo mejor de las distintas manifestaciones geográficas del género.
“La telenovela colombiana ha sabido mezclar y fusionar todas las tendencias del formato telenovela -señaló el reconocido especialista en una columna publicada a fines de agosto en el matutino El Tiempo-. Así hemos creado un sancocho bien sabroso. De lo mexicano y venezolano asumimos que el amor es nuestra gran epopeya y el criterio fundamental para subir de clase y hacer justicia. De lo brasileño nos inspira su modo visual de narrar, pero sobre todo esa reflexividad sobre los relatos fundadores de la nación, esa pregunta de quiénes somos y de dónde venimos. De lo argentino nos gusta lo urbano, culturoso y atrevido moralmente”.
Conviene detenernos aquí para tratar de entender con mayor detenimiento este nuevo reverdecer de la telenovela. La esencia de este género (expresión original, plena y máxima de lo que entendemos como ficción televisiva) permanece invariable desde sus comienzos: los clásicos conflictos románticos y melodramáticos planteados en un contexto de contrastes sociales apreciables entre sus protagonistas.
Para evitar los riesgos de rigidez y anquilosamiento, esta fórmula encontró en las últimas décadas con bastante eficacia la fórmula para adaptarse a la inevitable evolución de los comportamientos sociales y de las costumbres. Colombia, según agrega Rincón, sumó el humor y la comedia a la invariable conformación melodramática de las historias. Y en otras regiones, como Brasil y la Argentina, se fueron agregando con el tiempo –sobre todo en la última década y media- otros elementos más realistas, testimoniales (desde el tráfico de personas hasta la violencia de género), eróticos y hasta políticos. La telenovela se fue sumando cada vez más a los debates de moda entre la opinión pública.
Hoy, hasta uno de los territorios tradicionales por excelencia de la telenovela clásica, como es México, recibe con muestras recientes de esa transformación el respaldo del público. Es lo que viene pasando en Netflix con Donde hubo fuego, una de las series más vistas hoy en la Argentina de esa plataforma, que propone un nuevo formato de telenovela, más actual, más impactante, menos dependiente de las identidades del pasado, más corta en su extensión y con más suspenso, tendencia que va encaminada a consolidarse muy rápidamente. El cambio queda también a la vista desde una expresión generacional. El histórico galán de la telenovela mexicana Eduardo Capetillo comparte cartel con su hijo homónimo en esta novela escrita por un autor que vale la pena seguir con atención, el chileno José Ignacio Valenzuela. En su pluma parece haber entendido mejor que la mayoría de sus colegas por dónde se pasa esta transición entre lo viejo y lo nuevo, qué perdura de la tradición y cuáles son los aspectos más relevantes que corresponde incorporar.
¿Tendrá algo para decirnos en este sentido el regreso de la teledramaturgia bíblica de origen brasileño? Tal vez menos, porque estas historias parecen a primera vista menos abiertas a la renovación, pero no podemos al mismo tiempo soslayar la importancia de estas producciones y su conexión con algunos debates contemporáneos, a veces inducidos de manera deliberada e intencionada por sus responsables. A eso se suma otro factor, menos vinculado al origen brasileño y mucho más visible en la Argentina. El estreno local de Génesis, además de sugerir la posibilidad de un cierre al largo ciclo de historias basadas en relatos del Antiguo Testamento, porque ya todo parece haber sido dicho en las novelas previas, le permite a Telefe recuperar una vez más a ese público fiel a las historias largas, bien producidas y trabajadas sobre todo a partir de componentes emocionales fuertes.
Sabemos bien que las ficciones y dramatizaciones de cuño religioso suelen convocar a una extensa audiencia familiar que se acerca a ellas mucho más por razones de fe que de estricto interés televisivo. Parte del público que las sigue no ve otra televisión, ajena por definición a sus inquietudes espirituales. Pero también sabemos al mismo tiempo que en la Argentina desde hace un buen tiempo existe una corriente favorable entre el público todavía afecto (y adicto) a la TV abierta hacia las grandes historias de ficción que se apoyan en un imponente despliegue de recursos (algunas son verdaderas superproducciones, como Génesis) y proponen de manera sencilla temas sensibles de interés contemporáneo.
Entre ese público, que jamás debería desdeñarse porque es grande en número e influyente en pensamiento, prenden muy rápido las historias que recurren a temas esenciales de toda gran trama de ficción (el amor, la muerte, las ambiciones, la traición, la venganza) y reivindican vínculos básicos y concretos, sobre todo familiares. Sobre esta base conceptual, los programadores de Telefe eligieron desde hace tiempo armar la oferta vespertina del canal con una seguidilla de ficciones de origen turco: Hercai, Nuestro amor eterno, Soñar contigo y Zuleiyha. Una detrás de la otra.
Tan fuerte resulta en este terreno la influencia turca que una de las novelas más exitosas de ese origen que pasó en los últimos años por la TV abierta argentina, ¿Qué culpa tiene Fatmagül? encontró hace poco en España una correspondencia en forma de remake. Alba, que revive ese éxito en un nuevo contexto, está hoy disponible en Netflix, plataforma a la que llegó con muy buena respuesta de público en la Argentina. Y con una distinción notoria respecto de la historia original. ¿Qué culpa tiene Fatmagül? alcanzó en Turquía los 80 episodios en dos temporadas. Alba, en cambio, aparentemente concluye en su ya difundida primera temporada de apenas 13 episodios.
La Argentina, como se ve, nunca dejó de ser una activa receptora y consumidora de este tipo de relatos. Lo que ocurre hoy no es otra cosa que la ratificación de una vieja costumbre que renueva por estos días una vez más la atención plena, como lo testimonian las planillas de rating de la TV abierta y los charts de las plataformas. Queda en medio de ese crédito para un público considerable en cantidad y compromiso la pregunta clave de por qué semejante interés no se traduce en una producción más amplia, a la altura de tanta expectativa. Hace pocos días, un actor local muy identificado con este mundo como Rodolfo Ranni lamentó la ausencia de ficciones en los planes de las productoras argentinas.
Sin embargo, asistimos hoy a la constante aparición de proyectos y lanzamientos de ficciones made in Argentina, muchas de ellas en coproducción con otros países de habla hispana, lo que desmiente en principio a Ranni. Pero el lamento del experimentado actor estaría justificado en un terreno mucho más específico, el de las producciones de más largo aliento, que hoy están ausentes de los canales abiertos líderes (Pol-ka y Underground tienen hoy otras prioridades) y parecen quedar en manos de otros territorios con economías más estables e identidades más definidas. El primero de nosotros, que además de verse en Telefe, también se hizo fuerte en la plataforma Paramount+ –que ya anuncia la nueva versión de un clásico del género, Pantanal– parece ser con sus 59 episodios un último espacio de resistencia a este cambio.
La producción de ficciones argentinas, mientras tanto, mira hacia adelante en medio de otras incógnitas. Y también de otros estímulos. Parece haber encontrado un nuevo espacio de afirmación y seguridad en formatos más breves (miniseries de entre 6 y 8 episodios, sobre todo), junto a historias que empiezan a preguntarse, por ejemplo, cuáles son los vínculos afectivos y amorosos que definen las relaciones humanas en este momento del nuevo siglo en ciertos sectores sociales. Todo lo “urbano, culturoso y moralmente atrevido” que identificó el colombiano Rincón.
Ya lo había anticipado a fines de 2011 el especialista chileno Lorenzo Vilches: las ficciones televisivas en este lado del mundo, tan condicionado por la sombra abarcadora de la telenovela, se van transformando y renovando a partir de la aparición de personajes femeninos mucho más ricos en materia de personalidad, inquietudes y búsquedas, y figuras masculinas de mayor complejidad, resueltas desde hace tiempo a romper con el viejo estereotipo del galán.
En el origen de todo está la telenovela. Y en el futuro puede haber muchas más cosas.
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