CQC: el llamado que descolocó a Mario Pergolini, el feroz ataque que condujo a un mea culpa y los cuestionados límites del humor corrosivo
El 14 de abril de 1995, esta reversión de La noticia rebelde desembarcó en la pantalla de América TV y se convirtió en un suceso que dejó huella por su manera de retratar la realidad argentina e incomodar a la ya por entonces cuestionada dirigencia política
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Dicen que la imagen fue análoga a la de aquellos malos momentos en el colegio secundario, cuando el profesor hacía una pregunta y la inseguridad llevaba al estudiante a buscar desesperadamente una respuesta, sino satisfactoria, por lo menos salvadora.
El “profesor” era Eduardo Eurnekian, figura máxima de América; y el “alumno dubitativo” Mario Pergolini. La historia oficial dice que Mario, por entonces emblema de la cultura joven merced a su trabajo en Rock and Pop, La TV Ataca y Hacelo por mí, se reunió con el mandamás de América para ver la manera de sumarse a las huestes de la emisora. Ante la pregunta: “¿Qué tipo de programa querés hacer?”, Pergolini quedó descolocado. Titubeante, empezó a mirar para todos lados hasta que una foto le llamó la atención: “Un noticiero de humor al estilo de La noticia rebelde, pero adaptado a esta época”, respondió con una semi sonrisa. Corrían los años 90, y el espíritu reinante en la sociedad fue un excelente caldo de cultivo para una idea que, aparentemente, surgió de casualidad.
Como había sucedido con el programa de Jorge Guinzburg, Carlos Abrevaya, Adolfo Castelo y Raúl Becerra una década antes, Caiga quien caiga se transformó en un emblema televisivo de la época, animándose a empujar los límites de la dinámica periodística hacia lugares impensados, con la irreverencia, originalidad y talento de un grupo de profesionales de los medios para nada improvisados (aunque en el resultado pareciera). Precisamente como La noticia rebelde.
Ernesto “Cune” Molinero fue productor ejecutivo de CQC en todas sus etapas. En diálogo con LA NACION recuerda la génesis del ciclo: “Me convocaron a principios de marzo de 1995, yo venía de trabajar en ESPN. Lo primero que me dijo Diego Guebel (socio de Mario Pergolini) fue que Mario se iba a cortar el pelo e iba a usar traje, una idea que me pareció excelente”.
Además del cambio de imagen, a Pergolini le gustaba describir ese proyecto todavía en ciernes como una suerte de adaptación local en clave pasatista del formato de CNN. Y aunque el día a día hizo que Caiga quien caiga rumbeara hacia otros puertos, Molinero confirma que algo de eso había: “El primer plan era hacer algo parecido a un noticiero, que se centrara en la actualidad. En principio se iba a reutilizar el material que había salido en la tele, pero no a la manera de Perdona Nuestros Pecados o Duro de domar. Queríamos tomar la materia prima pero hacer algo propio. Esa idea duró muy poco, porque cuando empezamos a pensar secciones vimos que era necesario salir a la calle”.
Ese “salir a la calle” marcó el pulso que haría la diferencia, porque no se trataba solamente de agolparse junto a la turba movilera en la sala de prensa del Congreso de la Nación, sino de buscar cómo incomodar a una clase política, tanto ayer como hoy, inimputable: “El primer exterior de CQC fue Juan Di Natale para una sección que se llamaba ‘Nuestros diputados’. Se trataba de revisar la lista de proyectos y encontrar los más extraños o ridículos que se habían presentado, como declarar a un pueblo del Chaco como ‘Capital Nacional del Meteorito’, esas cosas. Otra de las primeras notas fue con Andy (Kusnetzoff) en la inauguración del Tren de la Costa. Vimos que los políticos nos daban bola y que haciendo preguntas ‘distintas’ podíamos ganar. En ese momento América se arriesgaba a programas más ‘experimentales’ como podían ser El Rayo, Las patas de la mentira, Cha, cha, cha. Hoy sería impensable un canal que le diera lugar a propuestas como esas, o como la nuestra”.
Los malos de la película
CQC debutó el 14 de abril de 1995, con Mario Pergolini como centro de atención, Juan Di Natale a su diestra y Eduardo de la Puente a su siniestra. Los tres de traje oscuro y anteojos de sol que, dicen, ocultaban el achinamiento de los ojos producto de un ritual previo en la terraza del canal, para aflojar tensiones y controlar nervios. Detrás del power trío, un equipo soporte que fue rotando con los años, pero que en cada una de sus versiones supo cómo jugar en toda la cancha. Fuera entrevistando a un senador con alergia a las preguntas incómodas o a un actor de Hollywood.
El primero que rompió el molde, o más bien que rompió el molde “por primera vez” porque desde entonces hasta hoy lo sigue haciendo, fue Andy Kusnetzoff. Dueño de un libre albedrío que se basaba en un talento inusual para el repentismo, el periodista recibido en TEA era capaz de lograr que Lady Di abandonara su custodia para acercarse a él y recibir un regalo absurdo, seducir a Sandra Bullock en Hollywood, o preguntarle a un otoñal Fidel Castro si planeaba “una nueva revolución que nos quiera adelantar” (imagen que recorrió el mundo, y fue replicada en Estados Unidos hasta por CNN).
En 1997, un joven Andy se enorgullecía de su éxito en diálogo con LA NACION, al mismo tiempo que reconocía los límites de su actividad: “En mi trabajo existe un límite. El mismo que existe entre lo que hace un humorista y el periodista que hace humor. El humorista puede desubicarse; nosotros, en cambio, no podemos pasarnos. Sobre todo en este país, donde hay algunos temas muy complicados sobre los que no se puede bromear como los atentados a la AMIA y a la embajada de Israel, el asesinato de José Luis Cabezas o de María Soledad Morales, entre otros. El límite siempre me lo marca mi sentido común. Siempre me pregunto: ‘¿cómo hacer para no quedar desubicado y al mismo tiempo ser irónico?’. Trato de tener al televidente de mi lado. Si te pasás de agresivo, el televidente siente lástima por el entrevistado y piensa que te desubicaste. En el fondo siempre pregunto lo que todos querrían preguntar. y eso me pasa tanto con Hugh Grant como con los políticos de acá”.
La referencia a la dirigencia autóctona no era inocente. Tanto antes como ahora, la clase política se las arregló para entregarse mansamente a quien quisiera ironizar sobre su conducta, pensamiento o imagen. Y en tiempos de menemismo, Mario Pergolini lo vivió en carne propia, en un encuentro inesperado con el presidente riojano.
Llamada perdida
En abril de 1997, durante una de las emisiones de Caiga quien caiga, Mario Pergolini propuso a modo de chiste llamar en vivo a Carlos Saúl Menem. Contra todo pronóstico, siendo un programa que iba pasadas las diez de la noche, y también asumiendo que un primer mandatario tendría en ese momento cosas más importantes que hacer (como dormir), el trío probó, y probó, y probó. Hasta que Menem los atendió. “Presidente, pensé que no nos iba a atender”, dijo un Pergolini titubeante. “¿Por qué no? -recibió como respuesta del otro lado de la línea-, yo siempre atiendo a los de Boca”.
La situación fue un hallazgo, aunque el diálogo fue breve. Tanto que los diarios al día siguiente se apoyaban en la desilusión de la falta de reflejos del trío conductor, y hasta incluso hablaban de un “cazador cazado”. Colegas como Nancy Pazos -que había tenido la misma idea ocho meses antes sin éxito- reflexionaba en su programa de Radio Mitre: “El presidente nunca me atendió. Le debe tener más miedo a mis preguntas que a las de Pergolini. Voy a seguir intentando”.
Sin embargo, en las entrañas de CQC la sensación fue otra. Así lo recuerda el productor ejecutivo, Ernesto Molinero: “Llamar al Presidente en vivo fue una idea de Mario. Por supuesto enseguida notamos que sabía que lo íbamos a llamar, alguien le debe haber contado. Además habíamos probado en el programa de la semana anterior llamar a Casa Rosada, y no estaba. Después fue el llamado de Olivos. No coincido con que no se haya animado a preguntarle nada. Creo que fue al revés, le hizo la pregunta que más le incomodaba que era hablarle de su condición de mufa, de que traía mala suerte. Y me parece que esa era la mejor forma de llegarle, de incomodar como era nuestro estilo. En ese momento CQC no era un programa que profundizara en temas de corrupción, como sí sucedió después. Además era el presidente, hay que animarse a hablar con alguien así en vivo, y Mario no tuvo ningún problema”.
Los enfrentamientos de Caiga quien caiga con los poderosos de turno comenzaron a ser la columna vertebral de su éxito, y en general siempre les dio buenos resultados. Aunque hubo excepciones, y la más repudiable de aquella primera etapa generó un cimbronazo sin precedentes en el grupo. No a todos les divertía la irreverencia, y algunas fuerzas de choque eran capaces de hacérselos saber… por las malas.
Un ataque sin precedentes
El 17 de octubre de 1999 Daniel Tognetti, movilero que continuó la senda entre irreverente y corrosiva de Kusnetzoff, cubría el acto de la lealtad peronista organizado por Eduardo Duhalde. El periodista denunció que cerca de la medianoche, en Rivadavia entre Alem y 25 de Mayo, unos 15 integrantes de la organización del acto del PJ, que estaban dentro de un micro, lo atacaron a golpes.
El caso tuvo una condena unánime en los medios y terminó en la justicia. Días después Mario Pergolini -que había recibido el llamado de jefes de prensa de varios candidatos solidarizándose y prometiendo investigar “hasta las últimas consecuencias”- colgaba el saco y la sorna habitual para hablar del tema muy en serio: “Las últimas consecuencias las pelotas. Sabemos que no es así. No les creo. Si nadie cree en nada, ¿en qué querés que creamos, en los candidatos? ¿En qué candidatos? ¿En los jueces?¿En qué jueces? ¿En esta mierda en la que aprendimos a vivir?”. Tras mostrar la grabación en la que se veía a los militantes en pleno ataque a Tognetti, el conductor se dirigió a la clase política con una frase sintética: “Si lo quieren, acá está el tape. Pero, si me preguntan a mí, yo sé que el domingo se van a olvidar de todo”.
Tiempo después, más reflexivo, recordaba el incidente en una entrevista con LA NACION: “Lamentablemente siempre me va a quedar, y no tengo formas de pedirle disculpas a Tognetti y a su familia por lo que pasó con él en el cierre de la campaña de Duhalde. Nunca pensé que iba a pasar eso. Siempre creí que estábamos al límite, pero que a fin de año cuando todo estaba terminando, alguien saliera lastimado, no. Eso para mí arruina casi los cinco años. Un programa de televisión no se merecía que a alguien le vuelen tres dientes y le partan el labio. Eso me puso muy mal e intenté comunicárselo a Tognetti y a su familia. Pero... ¿Qué le voy a decir? ¿Que lo mandé al muere? ¿Que le pedí que sea tan, tan, tan, que terminó recibiéndola él? ¿Por qué no me viene a cagar a golpes a mí? Eso fue lo peor. Por otro lado, hubo momentos en que fuimos muy soberbios, en los que creíamos que podíamos hacer las cosas más de taquito que con trabajo. Y en esto es importante mantener la humildad”.
El último cacareo
El martes 21 de diciembre de 1999 terminó la primera y más recordada etapa de Caiga quien caiga, con una emisión en vivo desde el Teatro Gran Rex. La confirmación de lo que había significado el ciclo para la televisión argentina se tradujo en que las 3200 localidades de la sala se agotaron en una hora y media.
Cosa rara en la tele, la decisión de matar a la gallina de los huevos de oro no había sido hija del rating, sino de una férrea convicción de Mario Pergolini: “Cinco años me parece que están bien. No quiero hacer toda la vida lo mismo ni estirar un programa para que funcione. Y además, porque creo que así lo protejo. Aunque sea vulgar decirlo, lo que uno realiza no deja de ser como un hijo. Y me parece que hay que dejar que este hijo, que inicialmente estaba programado para tres meses, termine. Está bien así. Este chico tiene que ser recordado como lo que fue: un buen muchacho, un tipo que se fue al exterior y que triunfó (el formato se desarrolló en diferentes países como Brasil, Chile, España, Francia, Israel, Italia y Portugal entre otros, con idéntico éxito). ¿Por qué tengo que estirarle la vida con medicamentos? Yo quiero que Caiga… quede en la historia de la televisión, pero bien”.
Sin embargo, el conductor siguió al frente del ciclo hasta 2010, cuando sí decidió poner un punto final. Cune Molinero aporta para LA NACION una mirada más abarcadora: “No es que Mario se baja de CQC, lo que pasa es que había vendido la productora. Ya tenía su proyecto de ir hacia el lado de la tecnología, de otro tipo de empresas, de su propia radio, lo que hoy es Vorterix. Me enteré de la decisión porque tenía un diálogo permanente con él y con Diego Gebel, y la sensación fue un poco de sorpresa y un poco de tristeza. Igualmente sabíamos que sin Mario de todos modos podíamos hacer el programa. Ya se había probado en otros países, se habían construido otras figuras. No fue un shock tremendo porque lo sentimos como un nuevo reto: ver cuán fuerte era el formato. Y de hecho lo resistió. Nosotros veníamos trabajando fuertemente en secciones y tipos de notas, que hacían que las intervenciones de los conductores fueran más acotadas. Además la televisión había cambiado, medían más los exteriores que los pisos”.
Este pensamiento interno de que CQC era capaz de resistir incluso sin sus caras visibles se materializó con sucesivas versiones a lo largo del nuevo milenio, siendo la más recordada la última, con la conducción de Ernestina Pais, secundada por Juan Di Natale y Guillermo López. Por primera vez, un programa que en más de una oportunidad había sido tildado de “misógino” ponía al frente a una mujer. Recuerda su productor: “La elección de Ernestina surgió de pensar cómo reemplazar a Mario, alguien que había sido tan determinante para la imagen del programa. Y creo que fue una decisión muy acertada porque, entre otras cosas, evitamos las comparaciones. Trabajamos muy bien con ella, no vino como una conductora que quería cambiar todo, al contrario, llegó para aportarle cosas. Toda su etapa fue muy buena. Me acuerdo especialmente de lo bien que manejó una situación inesperada. Había ingresado una persona al piso de prepo, amigo de Luciano Arruga, para visibilizar el caso. Y la verdad es que nosotros ya veníamos siguiendo el tema en producción porque nos había llegado una denuncia quince días antes y la estábamos investigando. Ernestina habló con él, le preguntó qué quería denunciar, y así lo hizo”.
Diecinueve años después, el 17 de septiembre de 2014, con una televisión muy diferente, y un país que hacía rato había dejado de aplaudir la desmesura y vanidad noventera, CQC se despidió para siempre en la pantalla de Canal 13. Un ciclo que puso la lupa y echó luz a los rincones más oscuros del poder y los poderosos, con la audacia de los que saben hacerlo. Le moleste a quien le moleste, y caiga quien caiga.
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