Superación, feminismo, 'Star Wars' y el futuro de la serie; la Madre de los Dragones cuenta todo
Es lunes por la tarde y la reina esta tomando el té. “¿Puedo ser aún más inglesa con un saquito de Earl Grey?”, pregunta Emilia Clarke desde los pliegues de un sofá Chesterfield en el estudio de su hotel en Manhattan. El joven camarero muere por complacerla, pero no queda claro si entiende que está en presencia de Khaleesi, Madre de los Dragones y gobernanta de los Siete Reinos. Dicho esto, tras seis temporadas de Game of Thrones –el fenómeno cultural de HBO que se televisa en no menos de 170 países, inspiró incontables tatuajes y nombres de bautismo, y se transformó en el show televisivo más popular de todos los tiempos, con una séptima temporada que comenzó el 16 de julio y una final que se emitirá en 2018–, lo más probable es que lo sepa. Clarke sonríe y desliza sus piernas bajo el sofá. “Me asusta ser reconocida”, confiesa. “La gente dice ‘Ey, hola’, y yo respondo –empieza a gritar– ‘¡Dios mío! Hola, te pido disculpas’.”
Cuando conocí a Clarke, en 2013, la actriz tenía 26 años, era relativamente desconocida sin su característica peluca larga y rubia, y parecía algo sorprendida de haber conseguido el papel de reina guerrera, siendo que éste era su tercer protagónico en una muy corta carrera. “Soy consciente de que todo esto se puede terminar”, me dijo al encontrarnos en un camarín de Broadway, donde ensayaba para su personaje de Holly Golightly, del clásico Desayuno en Tiffany’s.
Cuatro años después, Clarke mantiene su perfil intacto –humor irónico y buena voluntad, entre otras cosas– pero está claro que la escena ha cambiado. Aun en sus jeans gastados y con un rodete improvisado en la cabeza, Emilia tiene el porte de una modelo: serena, casi deslumbrante, capaz de concentrar toda la atención. En otras palabras, su manera de apoderarse del espacio evoca inevitablemente a Khaleesi. Y es que Emilia pasó la mayor parte de su vida adulta encarnando a una de las imágenes femeninas más dominantes de nuestra cultura (al mismo tiempo que debió explicar sus escenas de desnudez en términos feministas). Acaba de cumplir 30 años (“Me da pánico admitirlo”, dice). Su imagen agració la pantalla varias veces, incluyendo un papel junto a Arnold Schwarzenegger en Terminator Genisys. Y, como el resto de nosotros, vivió el Brexit y el triunfo de Donald Trump. O, como ella lo define: “2016, el año de mierda en que pudo pasar cualquier cosa”. De modo que, para bien o mal, los tiempos cambiaron.
“No podés pretender que la gente deje de hacer su trabajo para salir a marchar en las calles todos los días”, dice sobre el volátil clima político actual. “Tendremos que seguir en esta mierda por un buen tiempo.” Y para Clarke, seguir “en esta mierda” implica no estar a gusto con muchas cosas que la rodean, una sensación que creció y se amplificó “en una época (post Brexit) donde decís: ‘¿Qué significa pensar diferente a mi vecino?’”. Como, por ejemplo, su punto de vista sobre ser una de las pocas mujeres en un set de filmación. O el hecho de que las mujeres tienen menor porción de diálogo que su contraparte masculina, aun cuando interpreten un rol protagónico. O que las mujeres deban llegar horas antes que las estrellas masculinas para hacerse el pelo y el maquillaje. “Me siento naif diciendo esto, pero es como lidiar con el racismo”, explica ella. “Sos consciente de todo pero un día decís: ‘Mi Dios, ¡está en todas partes!’. Es como despertarte una mañana y decir: ‘Esperá, ¿me tratás distinto porque tengo un par de tetas? ¿Realmente es así? ¿En serio?’. Me llevó tiempo darme cuenta de que recibía un trato distinto. Pero miro alrededor y así es mi vida cotidiana.”
Ella reconoce, desde luego, lo complicado de su posición siendo una mujer que, bueno, se benefició de tener un par de tetas. Fue para Esquire la mujer más sexy de 2015 (“Mi madre los sobornó”) y su rol en Game of Thrones está adornado de escenas donde aparece desnuda. “Eso no me priva de ser feminista”, se defiende. “¿Cuál es el problema? Sí, uso maquillaje y también tengo un alto nivel intelectual, y ambas cosas pueden convivir.” Pero el complejo empoderamiento femenino mediante esos canales explica su orgullo sobre la evolución de su personaje, una mujer que literalmente emergió de las cenizas y ahora parece destinada a ganar el juego de tronos. A través de la historia, me recuerda Clarke, “las mujeres han sido grandes gobernantes. Y a mí me toca personificar a una. Eso es suerte. Quien crea que no es una necesidad necesaria sólo tiene que mirar el panorama político, y dirá: ‘Oh sí, es necesaria. Es realmente necesaria’”.
Todo esto significa que larke enarbola el poder de su personaje de una forma que no habría sido posible años atrás, cuando la serie recién arrancaba y ella estaba fresca con el rocío de Oxfordshire. Clarke nació y creció a una hora de Londres, en la campiña inglesa de tweeds, pasteles de carne y criaturas bovinas. “Teníamos un arroyo en el jardín y había pasto adonde miraras”, recuerda. “Salíamos a buscar hongos. Había patos. Era idílico a cualquier nivel.” Emilia siguió los pasos de su hermano mayor en St. Edward’s, una escuela privada de Oxford donde, como la hija de un ingeniero de sonido (que arrancó como roadie) y una vicepresidenta de marketing (que arrancó como secretaria de escuela), se encontró marginada de las clases pudientes en su nuevo entorno. “Era una escuela para ricos”, dice, “y nosotros no éramos tan ricos”. Ella era también una chica con inclinaciones artísticas en una escuela sin inclinaciones artísticas. “Las chicas eran buenas jugando al hockey y querían ser abogadas. Yo sólo quería ser amiga de todos”, recuerda. “Era doloroso. Estaba siempre al margen observando, tipo: ‘Se nota que se divierten, ¿me puedo sumar?’”
Tras graduarse, Clarke aplicó para Guildhall, RADA y LAMDA, tres sagradas instituciones británicas para aspirantes a actores, y fue rechazada por las tres. Trabajó de mesera, ahorró algún dinero, salió de mochilera por la India y el Sudeste Asiático, y a su regreso volvió a aplicar “a un millón de escuelas”. Terminó entrando al Centro de Drama de Londres “con uñas y dientes”, cuando recibió un llamado en el que le avisaban: “Una chica se quebró la pierna. Tenés su puesto ad honórem si te interesa”.
La escuela de drama fue otro espacio donde debió ganarse un lugar. Nunca fue la favorita. Nunca interpretó a la chica hermosa e inocente. Tuvo el rol de ancianas y prostitutas degradadas. “Nos querían tirar abajo”, me cuenta. “Pero si eras una favorita en la escuela quedabas jodida de por vida. Quiero decir, salís de la escuela preguntando: ‘Ey, ¿dónde está mi huevo dorado?’. Mientras que si nunca lo tuviste, decís: ‘Hago cualquier cosa. Voy a trabajar más fuerte de lo que imaginás’.”
"De golpe despertás y decís: 'Esperá un poco, ¿vos me tratás distinto porque tengo un par de tetas?"
Se puso como meta un año para entrar a la industria. Promediando esa fecha, con los bolsillos vacíos, desesperada y ya pensando en un modo de vida alternativo, Clarke –que araña el metro sesenta, es morena y voluptuosa– recibió un llamado de su agente para el casting de la esbelta y blonda Daenerys Targaryen. Hizo en Google un curso rápido sobre las novelas de George R.R. Martin y enfrentó a los ejecutivos de HBO. En un momento de la audición, se encontró haciendo el baile del funky chicken. También se las arregló para mostrar el rango de actuación que HBO buscaba: Clarke tenía la vulnerabilidad de quien no es la favorita de la clase, pero también la fuerza de haber crecido junto a una madre batalladora, quien pasó de ser secretaria de escuela a convertirse en una poderosa presencia empresarial. “Tuve la suerte de haber sido criada por una madre que educó con el ejemplo”, dice Clarke. “Nunca se insinuó que no fuera a tener una vida dificultosa. Mi familia invirtió todo en expandir el pensamiento en vez de reducir el abdomen.”
Este background explica las razones personales de por qué 2016 fue un año de mierda para Clarke. El 10 de julio, su padre –cuyo trabajo detrás de escena en el mundo del espectáculo la introdujo a ella en la actuación– falleció a causa de un cáncer. Clarke estaba filmando una película en Kentucky y no pudo estar presente durante sus últimos días. Cuando las cosas empeoraron, abandonó el set de filmación, pero al llegar al aeropuerto de Londres se enteró de que era demasiado tarde. “Todavía siento estupefacción en diversos grados”, dice. “No hay parámetros para esto. Tenés un montón de libros sobre el dolor, pero no hay ninguna guía. Tipo: ‘El martes vas a sentirte así, pero el jueves vas a cambiar’.”
Tres semanas después de la muerte de su padre, Clarke estaba filmando la séptima temporada de Game of Thrones. Unas semanas antes, el Brexit ganó la interna británica. “De repente, el mundo se sintió como un lugar mucho más oscuro una vez que mi padre no estaba”, confiesa. “Y luego esas dos cosas, en rápida sucesión, me desbalancearon e hicieron replantearme quién soy yo realmente. Y fue en esa reevaluación que dije: ‘Soy una fucking mujer, y no hay muchas trabajando en el ámbito en que me desenvuelvo. Necesito estar segura del lugar donde estoy y ser dueña de las decisiones que tomo’.”
Eso incluye la manera en que se comporta en el set. El acercamiento de Clarke al mundo incluye una autocrítica. “Cuando uno pasa los días discutiendo las políticas de King’s Landing, es importante no olvidar tu rutina de baile del funky chicken entre toma y toma”, dice Peter Dinklage, coestrella del show, acerca de la capacidad de Emilia para pasar el tiempo. Por su parte, ella describe lo que pasa por su mente al actuar frente a un dragón mecánico: “Me digo: ‘¿Se está contrayendo? ¿Va a tirarse un pedo? ¿Qué quiere que haga?’”.
Pero en el transcurso del show, la vulnerabilidad de Clarke disminuyó, así como el poder de Khaleesi fue expandiéndose. “No podés ser madre de los dragones sin tener uno o dos cambios en tu vida”, dice. “Entender a una mujer capaz de liderar ejércitos y dominar sociedades me permitió a mí, la actriz, pararme firme sobre estos zapatos.” A Emilia le viene bien pensar en esto cuando algo en el set le recuerda la muerte de su padre y, literalmente, se le “escapa el aire”. “Una subestima la enormidad de esto”, confiesa. “Nunca imaginé que era posible sentirse de este modo.” En esos momentos, acumula fuerzas y trata de canalizar las emociones en su trabajo. “Me decía: ‘No van a verme llorar, no va a pasar eso’.” Entonces se retira momentáneamente, y vuelve para ser la reina Khaleesi.
Para clarke, la historia de Khaleesi está a punto de finalizar. En algún momento del año que viene, Game of Thrones emitirá el último episodio y el papel que ella estuvo haciendo por casi una década –“El papel que salvó mi culo; que lo propulsó, mejor dicho”– se habrá terminado para siempre. “Habrá un reacomodamiento de mi identidad, pienso yo”, dice sobre lo inevitable. “Y siento que recién entonces entenderé lo que pasó estos últimos siete años.”
Emilia promete que los nuevos episodios no van a defraudar. “Alerta de spoiler: normalmente no paso mucho tiempo en Belfast, pero esta última temporada pasé allí más tiempo del acostumbrado”, adelanta, tirando una pista a los fans obsesivos del programa. “Es realmente una temporada interesante en términos de cabos sueltos, algunos puntos satisfactorios de la trama, algunas cosas sobre las que dijiste: ‘Por Dios, ¡me había olvidado de esto!’. Los rumores van a ser confirmados o descartados.” Pero la trama de Khaleesi continuará hasta el mismísimo episodio final de la serie. “No tengo dudas de que habrá precuelas, secuelas y Dios sabe qué más. Pero yo sólo haré una temporada más y se termina todo.”
Tras la octava y última temporada, Clarke tendrá una libertad que no tuvo desde su casting a los 23 años. Los casi siete meses que pasó cada año despertándose todos los días a las 3 am para maquillarse y hacerse el pelo, las 18 horas diarias en las que hizo como que cabalgaba un dragón, lideró un ejército o caminó desnuda entre el fuego, de golpe le serán devueltas. La reflexión le resulta tan abrumadora como excitante. “Me conmueve pensar en eso”, dice ella. “Es mi principio y mi fin, lo que más cambió mi vida como adulta.”
De todos modos, no es que la libertad ya haya llegado. Cuando regrese a Londres, en pocos días, trabajará en la precuela de Han Solo en Star Wars, donde presumiblemente hará el papel de otra chica mala. “Sólo puedo decir que ella es magnífica”, me dice Clarke. “Genial. Más no puedo agregar. Hay un Stormtrooper armado con lásers que aparecerá aquí ahora si sigo hablando de esto.”
Tras Star Wars, el gran objetivo de Clarke es fundar una suerte de emprendimiento que se nutra de lo aprendido en estos años, volcar toda la experiencia que tomó durante este tiempo en algo completamente nuevo. “Adoraría crear una compañía productora llena de mujeres, divertidas y divinas, donde la vibra sea: ‘Sí, tengo un par de tetas, ¿no son adorables?’.” Mientras tanto, dice estar trabajando en expandir su mente más que en achicar su abdomen. “De golpe siento una feroz necesidad de aprender cosas. O sea, yo todos los días escucho podcasts en forma maníaca; podcasts del New York Times, The Guardian, The Economist, charlas TED y Fresh Air. Necesito información, quiero conocer más, dentro de lo humanamente posible.” Lo cual significa que Clarke está en camino de corresponder todo lo que Khaleesi le dio. “Khaleesi tuvo algo extra este año, ¿entendés lo que digo? Ella tiene una cosita más por ahí.”