Cómo fue el detrás de cámara de la mesa de Mirtha Legrand
Mirtha Legrand tiene algo de legendaria rockstar que sabe volver a ponerse de pie y elevarse por encima de sus peores caídas arrojándose sobre las multitudes que la siguen para revitalizarse y seguir adelante en pos de nuevas batallas. Que las habrá.
Anoche volvió a repetir ese número arriesgado de mostrarse descarnada frente a su público, como lo hizo por razones más dramáticas y personales cuando murieron su marido, Daniel Tinayre (1994) y su hijo del mismo nombre (1999) y compartió su dolor con el público.
Luego de una semana tremenda en la que le subió la presión, durmió entrecortado y no aceptó ningún ansiolítico para bajar el disgusto que le dio ver -no se privó de hacerlo- cómo buena parte de la corporación mediática la crucificaba por haber llevado a su programa a Natacha Jaitt para que hiciera sus escandalosas denuncias que intentaron relacionar famosos y periodistas con los abusos de menores recién descubiertos en el mundo del fútbol.
Asistir a un programa normal de Mirtha Legrand ya es un acontecimiento para cualquiera. La primera vez que lo vi por televisión yo tenía diez años y corría el año 1968. La primera vez que fui invitado, y fueron muchas, ya transcurría 1991 y tenía 33. Ahora a los 60 me sentí un poco telonero de esa rockstar que padeció en estos días porque "como te ven te tratan y si te ven mal te maltratan". Y todos cayeron sobre Legrand.
Me tocó cumplir sobre el incómodo tema en cuestión el papel más filoso en una mesa en la que las otras invitadas -Elisa Carrió, Mariana Zuvic y Silvia Mercado- se preocupaban en hacerle saber a la dueña de casa, en el aire y todavía más en las tandas, que todos estábamos allí para homenajearla y desagraviarla.
A mí me pareció que hizo un descargo lógico y previsible pidiendo las correspondientes disculpas a quienes habían sido aludidos el sábado anterior, pero sin inmolarse. Tampoco anunció, como en otras ocasiones, aunque nunca lo haya cumplido, que ahora sí pensaba en retirarse. Y, por supuesto, cargó las culpas sobre el equipo que, en efecto, debió asesorarla mejor o atender su resistencia a invitar a Jaitt, si eso es lo que realmente sucedió. Hubo cierta tensión en los preparativos del programa que fue cediendo paulatinamente después de que Mirtha Legrand hiciera su catarsis, combinando improvisación y lectura.
Son esos grandes momentos televisivos que justifican la existencia de los menguantes canales por aire, que languidecen por la más variada oferta del cable y ni qué se diga de los sistemas on demand.
Los invitados tuvimos que ver ese monólogo doloroso, pero sin lágrimas, desde un monitor en camarines. Solo pudimos acceder al estudio cuando un miembro del equipo pronunció en voz alta "minuto y medio" para que las cámaras apuntaran hacia la mesa, con la anfitriona en la cabecera de la mesa y los cuatro comensales a su alrededor.
Todo fue más austero que en otras ocasiones: el saludo inicial resultó más corto y sin los aires juguetones de diva que suele imprimirle a ese momento. Tampoco se refirió a lo que llevaba puesto ni a la bijouterie. Se la veía con un rictus más severo que en otras ocasiones y más apagada aunque, siempre coqueta, en un corte repasó su boca con lápiz labial, pero sin dejar de referirse a lo mortificada que anduvo en estos días y a las conversaciones con Goldie, su hermana gemela sobre que las redes sociales han vuelto más áspero al sistema mediático.
El clima de la mesa, sin embargo, fue cordial porque más allá de las denuncias picantes a las que nos tiene acostumbrados Elisa Carrió, la dirigente de la Coalición Cívica supo ponerle humor a la velada y eso distendió los ánimos. Mirtha me otorgó el puntapié inicial para introducir el tema y casi no interrumpió. No estaba con humor para lucirse como en otras ocasiones con infinidad de acotaciones.
Carrió disparó como de costumbre contra el presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti y también contra el ministro Germán Garavano, tendió a restarle gravedad al personaje de Jaitt y dijo que Aníbal Fernández era más Frankenstein que aquella. En un corte, la diputada dijo haber recibido una llamada del procurador general bonaerense Julio Conte Grand para adelantarle que Natacha Jaitt sería citada esta semana para declarar en la causa de los abusos de chicos.
Una estrella tiene una sola misión en la vida: brillar. Difícil tarea. En sus 78 años en la vidriera pública, Mirtha Legrand ha sabido brillar la mayor parte de las veces. Pero la sobreexposición constante a la que la ha sometido la televisión en el ya inminente medio siglo que lleva al frente de su programa comestible la ha llevado en varios momentos a eclipses parciales de esa luz.
En una pausa le dije que esta no era la primera batalla ni la última. Y le recordé dos momentos más difíciles por los que había atravesado:
1)"Qué lindo debe ser trabajar en un canal donde se tenga libertad", se le plantó en los inicios de los años 70 a Alejandro Romay, cuyo eslogan encima era "Canal 9 Libertad". Legrand salió eyectada de esa pantalla, aunque con los años (con las décadas, mejor dicho) tuvo la revancha de volver a esa casa y limar asperezas con el zar de la TV.
2)Y peor todavía cuando su ciclo fue levantado en 1974 tras permitir un debate sobre si la TV era partidista. Los canales habían sido recién estatizados y no se toleraban ese tipo de disidencias. Ella misma debió enfrentarse a las miradas secas y frías de José López Rega y Carlos Villone en la Casa Rosada, mientras la presidenta Isabel Perón le prometía que repondría su programa, cosa que nunca cumplió.
También hubo una infinidad de escándalos variados con epicentro en su mesa -invitados que se levantaron abruptamente y se fueron, como Silvana Suárez, o vehementes altercados, como el que tuvo con Cecilia Rosetto, del que se arrepiente hasta el día de hoy.
Las estrellas tratan de preservarse siempre en su cajita de cristal porque saben que una inesperada brisa, por más leve que sea, puede arruinar para siempre lo que ahora se define tan insistentemente como la "zona de confort". No es el caso de Mirtha Legrand: nunca rehuyó de los desafíos difíciles.
Con un rostro de una belleza y luminosidad dignas de Hollywood, se consagró durante 28 años a contribuir muy protagónicamente a la época dorada del cine argentino con películas edulcoradas que el público adoraba.
Era muy cómodo estacionarse allí y vivir para siempre de esos laureles. Pero ya muy tempranamente mostró su sorprendente veta disruptiva al permitirse protagonizar en La patota (1960) el drama de una maestra que era violada. Y su apuesta, sin saber si lo perdía todo, de hecho fue mucho más fuerte al aceptar conducir una mesa diaria televisada, a partir de 1968 hasta la actualidad, a la que sientan personajes del más variado pelaje.
Eso no es algo poco frecuente: simplemente no hay registro mundial de nada parecido y, mucho menos, con medio siglo de vigencia. ¿Cómo no equivocarse no una, sino muchas veces?
Los almuerzos, y sus distintas versiones nocturnas, fue el gran triple salto mortal de la estrella. En la primera etapa de ese programa, "la vueltita" (al mostrar lo que llevaba puesto giraba sobre sí misma) y las "rosas rococó rosadas", que adornaban su mesa, fueron ritos mal entendidos por sectores supuestamente ilustrados. Las sonrisas socarronas de los intelectuales, las crónicas despiadadas de Satiricón, muchos la subestimaron. Se quedaron en su superficie aparentemente frívola y no entendieron el fenómeno mucho más profundo que encarnaba Legrand, que ya incubaba en esos todavía estimulantes años sesenta, a aquella Mirtha poderosa que, después de un impasse, retomó en los años 90 su labor de ser anfitriona de encuentros comestibles, sorprendiendo a todos al presentar una versión de sí misma mucho menos afectada y más desinhibida y sagaz.
En la década menemista, Legrand empezó de a poco a desarrollar un "instinto asesino" para preguntar que se volvió sistemático y hasta feroz en la era kirchnerista. Las adversidades que debió afrontar entonces, producto de sus posturas inflexibles frente a ese régimen, la volvieron más fuerte y blindada. Pero en el fondo, era la Mirtha de siempre: un fuego rebelde disimulado en envoltorio de papel de seda.
A las 0.30 de este domingo un auto salió del estudio de TV de la calle Ravignani hacia su casa. En pocas horas estará por allí de vuelta para hacer un nuevo programa. Como hace cincuenta años.
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