Ryan Murphy da una mirada directa y compasiva de la cultura drag de los 80
Pose es la novena serie creada por Ryan Murphy (sin contar American Crime Story, donde es un influyente productor ejecutivo). También es, de un modo bastante improbable, su programa más sutil y honesto, más allá de su tema.
O quizás precisamente por este.
Creada junto a Brad Falchuk y Steven Canals, Pose tiene lugar en Nueva York a fines de los 80, en la escena drag ball que llegó brevemente al mainstream con el video de “Vogue” de Madonna y el histórico documental Paris Is Burning. El elenco es en su mayoría desconocido y transgénero, representando a un grupo de mujeres y hombres latinos y queer que se reúnen periódicamente para competir para ver quién va a ser la más auténtica –o sencillamente fabulosa– a través de una combinación de baile, vestuario y actitud. Muchos no tendrían dónde dormir si no fuera por la benevolencia de la “madre” de las casas respectivas en las que viven, con nombres como House of Abundance o House of Evangelista.
Incluso bajo los estándares de un mundo mucho más homofóbico y transfóbico que el que conocemos 30 años después, las heroínas de Pose viven en los márgenes de lo que tolera la sociedad supuestamente educada. En un episodio, Blanca (Mj Rodríguez) –la madre de House of Evangelista, que puede simular lo suficiente como para tener un trabajo en el mundo hétero, pero la identifican como trans en el mundo gay– es expulsada de un bar porque sus encargados y clientes blancos encuentran que su presencia es vergonzante y aterradora. Cuando la policía la arresta por resistirse, todo el bar explota en un aplauso y una risa burlona. “Todos necesitan a alguien para hacerlos sentir superiores”, sugiere Lulu (Hailie Sahar), una mujer de una casa rival a la que Blanca está tratando de reclutar. “Pero eso se termina con nosotras.”
Quizás porque los personajes son tan vulnerables –el HIV es una epidemia extendida en esta comunidad, afectando a varios habitués, y aterrando al resto– o quizás porque sus estilos personales son tan llamativos, Pose adopta una actitud protectora con ellos, y un abordaje bastante directo en cuanto a su narrativa. Está lejos de ser un programa anodino –la secuencia de apertura incluye a Elektra Abundance (Dominique Jackson) y sus “hijas” robando vestimentas reales de un museo para ponerse en una fiesta–, pero también prescinde de los artilugios que Murphy tiende a aplicar en programas como Nip/Tuck, Glee y American Horror Story. Por momentos, es casi sorprendentemente convencional, como cuando el primer episodio alcanza su clímax en una audición en una escuela de danza copiada de Flashdance.
El elenco es en su mayoría desconocido y transgénero.
Gran parte de Pose funciona así, con Murphy, Falchuk, Canals y compañía confiando en que sus personajes son tan únicos y conmovedores que agregar cualquier adorno sería contraproducente. Que hayan contratado actrices trans para papeles trans es lo justo, pero la enorme cantidad de personajes jóvenes trans, junto con la anterior carencia de oportunidades para intérpretes trans, significa que ahora hay muchas desconocidas sin experiencia con grandes responsabilidades. La mayoría está más que a la altura del desafío, particularmente Indya Moore, en el papel de Ange, una trabajadora sexual. Pero en algunos casos, vas a ser consciente de estar viendo a una novata teniendo un entrenamiento intenso.
Pose se pavonea con tanta confianza, y va tan directo hacia la pasarela de su narrativa, que no vas a darte cuenta de lo rápido que pasa el tiempo, mientras los personajes luchan por reinventarse constantemente en un mundo que parece no tener compasión por ellos.
Como le dice la integrante de una casa rival a Elektra: “Qué suerte que tenemos. Podemos crearnos a nosotras mismas. Mierda, somos las verdaderas Dreamgirls”. Es un concepto que podría haber sido presentado de manera extravagante. En su lugar, se trata de dos mujeres cansadas que charlan en un café después de una noche larga. Pose celebra muchos valores, pero sobre todo la autenticidad y la compasión.