La desgarradora ficción expande su historia más allá de la novela de Margaret Atwood
En el corazón de Gilead, un infierno distópico que solía ser conocido como Estados Unidos, Elisabeth Moss ofrece una plegaria. Como todas las mujeres en The Handmaid’s Tale, es una esclava con un nuevo nombre. Recuerda un par de años antes, cuando se llamaba Kate, era editora de libros en Boston y tenía un marido y una hija, hasta que el país cayó en un golpe religioso. Ahora es un estado totalitario en el que las mujeres son forzadas a la esclavitud o asesinadas por “traición de género”. Así que ella tiene una pregunta para el Señor: “Padre Nuestro, que estás en los cielos, ¿en serio? ¿Qué mierda pasa?”. Es una plegaria apropiada, considerando las circunstancias, tanto las de ella como las nuestras.
Cuando se estrenó el año pasado, The Handmaid’s Tale resultó aterradoramente oportuna. En el momento en que Hulu, el competidor de Netflix y Amazon, inició la producción de esta adaptación de la novela de Margaret Atwood, no había forma de saber cuán feo se iba a poner el país, o cuán familiar resultaría Gilead. Moss sigue estando excelente en el rol de la heroína Offred, resumiendo su vida así: “Ponete el vestido rojo. Ponete el sombrero blanco. Callate la boca. Comportate como una buena chica. Date vuelta y abrí las piernas. Sí, señora”.
La desgarradora segunda temporada se adentra en territorio no cubierto por el libro, pero con Atwood involucrada en su escritura junto con el showrunner Bruce Miller. Finalmente vemos las Colonias, el ominoso páramo mencionado en la primera temporada, donde las mujeres desobedientes y otros marginales son enviados para trabajar hasta que no dan más. Samira Wiley regresa como Moira. Bradley Whitford se suma como un comandante poderoso, junto con Marisa Tomei, Cherry Jones y Clea Duvall, completando un elenco ya bastante cargado.
The Handmaid’s Tale no es exactamente un thriller, ni proporciona una experiencia placentera. La violencia es brutal y el maltrato a las mujeres se repite una y otra vez. La primera temporada incentivaba la esperanza de las sirvientas rebeldes, pero cada vez que sugería un giro estilo “vamos, chicas”, aparecía un opresor para acallarlas. El desafío de la segunda temporada es volver a construir algo de suspenso, y eso va a recaer sobre Moss, quien propulsa el drama con una interpretación intensamente conmovedora.