Cinco razones para amar/odiar Historia de un clan
Un repaso por los motivos que hacen de esta ficción la mejor opción televisiva del año
En el año en que se cumplen tres décadas desde que se desbarató la banda criminal conocida como el clan Puccio, que protagonizó secuestros y asesinatos en los 80 y quedó en la historia del crimen argentino, hubo dos reinterpretaciones del caso en manos de la ficción: El Clan, en cine, e Historia de un clan en televisión. Mientras la primera batió records de taquilla y cosecha premios, la segunda se está emitiendo por Telefé todos los miércoles y además de gozar de un buen rating (promedio de 13 puntos en el primer mes), provoca pasiones. Por los mismos motivos que genera amor, en ciertos espectadores genera odio. Pero sin dudas, se ubica cómodamente primera en el podio de las ficciones del año. Algunos de los puntos a destacar, amar u odiar, a continuación:
La banda
La banda es en sí una verdadera selección de actores: con Alejandro Awada a la cabeza en una interpretación de antología del líder, Gustavo Garzón , el encargado de disparar, Tristán , el capitán manco (¿un guiño a Twin Peaks de David Lynch?), Pablo Cedrón, el más sensible, el Chino Darín como Alex, el perturbado y exitoso hijo del líder, y el entregador, y Nazareno Casero , Maguila,el que cumple las órdenes sin temblar, brillan en sus respectivos papeles. Pero además, sus caracterizaciones se equiparan a una composición pictórica. Sus criaturas son caricaturescas, originales y bizarras, con una historia detrás, con un motivo, con un dolor y una deuda. Son villanos arquetípicos y son humanos. La idea de que el bien y el mal conviven en todas las personas se evoca de manera constante en estos personajes. "Papá es bueno, es un ángel", dicen sus hijas sobre Arquímedes, mientras él ahoga en la piscina a Mirón, el perro de la menor de ellas. Las paradojas serán también una constante en esta serie.
Las mujeres
Los personajes femeninos son magnéticos y eso es un logro tanto del guión como de las actrices. Si en la historia real -judicial- las mujeres tuvieron una participación solapada y nunca comprobada en el accionar de la banda, en este relato sus matices aportan múltiples interpretaciones a la historia. Cecilia Roth encarna a una Epifanía absolutamente cómplice de su marido, instala un sistema de poderes dentro de la familia donde ejerce su matriarcado y sostiene un régimen represivo puertas adentro muy consciente de la imagen que quiere para el afuera. Sus hijas, en tanto, le ponen cuerpo a todo eso que la madre quiere contener. Encarnan lo profano y hacen estallar las pasiones contenidas en toda esa pretendida pacatería. Adriana ( Rita Pauls ) es la "lolita" que enamora a uno de los asesinos del clan y con su mirada indiscreta desnuda las culpas, incomoda, provoca contradicciones en todos los personajes. Silvia (María Soldi) quiere la transgresión, es provocadora y explora abiertamente su sexualidad. Hay algo fatídico en su mirada. Como si supiera que todo va a terminar mal. Como si lo deseara.
La estética
El realismo está muy lejos de ser el objetivo de esta serie y esa es su gran riqueza. El uso de una historia verdadera para delinear el argumento es solo una excusa para desplegar un sinnúmero de posibilidades dramáticas a cuál más creativa y desopilante. Para que este relato tenga sentido, Luis Ortega apela a una estética de lo siniestro, una búsqueda de la extravagancia, no solo en los personajes sino también en la elección de las escenas y las acciones que remite mucho al mundo lyncheano: es un policial, pero los crímenes no se cuentan desde la crudeza naturalista sino que se juega con el grotesco, lo ridículo y también con escenas de enorme belleza visual.
Lo insólito y lo inesperado
Cada escena es un desconcierto. Cada acción es diferente a la anterior. Si hay un crimen en una escena, en la siguiente habrá una familia feliz lavando la camioneta donde ocurren los secuestros. Si hay una escena de sexo, la siguiente será el asesinato del perrito de la familia. Si hay un diálogo filosófico, luego habrá un juego de niños. Si hay máscaras de hule, estas serán de personajes polémicos o icónicos de la historia argentina. Todo está pensado para impactar, para sostener la atención y sobre todo, deslumbrar. Una adolescente que en vez de caminar por su casa, se mueve en patines. Una joven con una amiga novicia a la que, cada tanto e intempestivamente, besa. Una escena onírica e incestuosa donde el Edipo se consuma: el hijo tiene relaciones con la madre y mata al padre. Suena "La grasa de las capitales" y las más jóvenes protagonizan un repentino musical que es puro discurso para su familia enmascarada. Un cuadro de tap sobre el sótano donde está preso un secuestrado. Un hombre manco y bizco que tararea la marcha fúnebre mientras sostiene un globo rojo ante su próxima víctima.
Los personajes secundarios
La historia plantea algo así como dos dimensiones: lo onírico, lo surreal y lo absurdo solo aparece en los límites de la casa Puccio, puertas adentro del clan, de la familia y la banda, mientras que el realismo aparece en el afuera. Las víctimas, sus aliados y los que intervienen en la vida social del clan, son personajes más bien lineales, naturalistas, si bien algunos disparan mundos igualmente oscuros, no tienen la complejidad que deslumbra en los protagónicos. Son el contraste necesario para que los Puccio sobresalgan. La realidad vs. la imaginación. La primera es evidentemente menos interesante que la segunda. Y los actores que la interpretan, también.
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