Ciclo de entrevistas con tono íntimo
"La luna", programa de entrevistas conducido por Jorge Lanata. Producción general: Fernando Moya y Claudio Martínez. Producción ejecutiva: Silvina Chaine. Por América, los sábados a las 22.
Nuestra opinión: bueno.
No quiso presentaciones formales ni dar explicación alguna de la mecánica del programa, del porqué del título o de las figuras que se prestarán de aquí en más a dialogar con él. Más que justificar un deseo, Jorge Lanata quería a toda costa ponerlo en práctica.
Por eso puso en movimiento "La luna", su anhelado proyecto de hacer un programa de entrevistas, sin preámbulo alguno. Simplemente convocando cada semana a un invitado dispuesto a someterse a no más reglas que las elementales y ya conocidas que sostienen un diálogo tranquilo, ajeno a cualquier premura señalada por el reloj.
Cuesta identificar a este Lanata sabatino, de diálogo sereno y relajado, con aquel que diariamente suele mantener con personalidades políticas conversaciones agitadas e incómodas, sazonadas con su conocida ironía (quizás el encuentro más recordado de estas características fue con Cecilia Felgueras por temas vinculados con el PAMI). Porque queda claro, a partir de la elección de un día y de un horario que no parecen nada casuales, que Lanata aspira a llevar a la noche de cada sábado lo que no puede concretar en el vértigo de su programa diario.
Por eso, a primera vista, "La luna" no parece un lugar pensado para invitar políticos. Y sí, en cambio, nombres de gran exposición pública que en lo suyo (hasta ahora el universo exclusivo de los convocados es el del espectáculo) son exitosos, innovadores o referentes indiscutidos. Así ya pasaron Susana Giménez y Julio Bocca y el próximo sábado será el turno de Charly García.
En la emisión inaugural, Lanata se dio el gusto de lograr que la estrella de Telefé rompiera por una noche su conocida resistencia a las entrevistas. Y lo hizo con una explícita voluntad de no limitarse a cumplir la clásica función del entrevistador, la de preguntar ante todo y arriesgar algún juicio de valor acompañando alguna pregunta sólo si es estrictamente necesario. Ambos, Giménez y Lanata, intercambiaron puntos de vista con la misma intensidad sobre todo cuando entraron en consideraciones sobre el papel de la TV, la crítica a los reality shows y los problemas de la popularidad. El conductor, incluso, llegó a invitar a Giménez a intercambiar roles. "Vos también me podés preguntar cosas", le sugirió.
Pero el diálogo, tal vez como producto de la propia personalidad de la entrevistada, acusó una serie de rupturas que llevaron al conductor a ensayar nuevos puntos de partida, como si el programa hubiese empezado varias veces. No faltaron algunas frases de la diva poderosas en sí mismas ("La plata para mí es la seguridad." "No me asusta tanto morir como el deterioro físico de la vejez." "Trato de no hacer catarsis con los televidentes") y buena parte de la conversación giró en torno de cuestiones de familia.
Este aspecto parece constituirse progresivamente en el vehículo que, para Lanata, sirve mejor que ningún otro para lograr el retrato más cabal de su entrevistado, porque precisamente fue el eje del muy rico diálogo con Julio Bocca en el segundo programa. En este caso, la charla fluyó con mucha mayor naturalidad, sin pausas forzadas, entre las sobrias y nada rebuscadas preguntas de Lanata y la autenticidad de un Bocca que parecía por momentos haber esperado por largo tiempo la oportunidad de hablar sin que la vereda de enfrente estuviese cargada de prejuicios.
A diferencia del programa con Giménez, aquí sí cobraron valor expresivo los primeros planos y la galería de gestos del bailarín, alguien que desde chico se acostumbró a ver las cosas "de modo distinto". Al mismo tiempo, hubo algunos dichos al paso de Lanata casi ininteligibles que reclaman un mejor ajuste del sonido y de los micrófonos.
Mirarse en el espejo
Con una escenografía que tiene como eje a dos medialunas (una sobre el fondo y otra en forma de escritorio), una iluminación menos intimista que la de otros programas semejantes y la cortina musical de "Misión imposible 2", "La luna" recupera el cierre de los primeros tiempos de "Día D", cuando Lanata convocaba al invitado de turno (ajeno como aquí al frenesí de la actualidad) a mirarse en un espejo.
En la apertura de este ciclo, Lanata pareció más interesado en demostrar que la entrevista es un ejercicio disfrutable en sí mismo que en arrancar de su invitado definiciones contundentes, de esas que por su propio peso pueden valer un título. Bocca, por ejemplo, habló de modo infrecuente sobre sus preferencias sexuales y sobre su deseo en el futuro de ejercer la paternidad, pero lo hizo de un modo totalmente ajeno al escándalo, lo que demuestra que el programa quiere saludablemente alejarse de cualquier búsqueda de efecto fácil.
Si Lanata prioriza, como ocurrió en el segundo programa, la curiosidad natural del periodista por sobre cualquier actitud sarcástica (algo que ocurrió más de una vez en la emisión inaugural), es muy posible que logre sacar de sus entrevistados cada sábado material no necesariamente impactante, pero con toda seguridad muy jugoso.