Casero: "A Suar le usé la pantalla"
El cómico reflexiona sobre la fugacidad con la que pasó por la TV, su último programa, A todo culorr , con un pensamiento propio del budismo
Alfredo Casero decidió que un día se tenía que "morir" para renacer, para convertirse en una nueva persona. La fecha de ese suceso no la eligió, sino que, más bien, el destino se la impuso. Fue el 30 de diciembre de 2004 cuando 193 personas murieron en un incendio en el boliche Cromagnon. "¿Qué estaba haciendo como artista y como ser humano para evitar que hechos insensatos como ése ocurrieran?", se preguntó al conocer la noticia.
Cuando Casero se despertó de su "muerte", decidió que iba a experimentar con su nueva vida y que iba a emprender una batalla educativa desde donde mejor sabía hacerlo: el humor. Por eso, escribió Un tranvía llamado Vaporeso , el nuevo libro que acaba de editar. Con la misma intención grabará, en abril, un disco que recogerá lo mejor de sus anteriores álbumes y que incluirá nuevas canciones.
En el primer piso de un edificio del barrio de Agronomía está Casero. El departamento se sabe suyo porque en la puerta está pegada una calcomanía que reza: "The Casero Experimendo". Adentro, en uno de los sillones, está sentado el actor, descalzo. "¿Querés un mate de la puta madre?", ofrece.
Su mujer está por salir y su hija, Minerva, de siete años, juega en una de las habitaciones del fondo. El, circunstancialmente, está de paso por Buenos Aires, para, después volver a Tras las Sierras, en San Luis, donde siembra, cosecha y enfarda alfalfa y tiene una lucha a muerte con las depredadoras hormigas negras. Se convirtió en una suerte de nómade, capaz de vivir fuera de esta ciudad de ruidos, ya sea en ese campo o en Puerto Madryn, de donde escapó cuando, de la noche a la mañana, el silencio se acabó. "Vino todo el mundo a romperme las pelotas", explica el motivo de su huida.
Está por viajar a Japón, en marzo, para visitar amigos. Allí fue donde vendió 300.000 copias de la canción "Shimauta", cantada íntegramente en japonés, y que se conoció en una fecha bastante oportuna: el Mundial de fútbol de Corea-Japón, en 2002. En ese país, encontró la espiritualidad, materializada en el budismo. Y de esa religión, se adueñó de una idea. "El budismo es tener conmiseración por el que no entiende, con el necio. Adhiero a la paz mundial, comprendiendo al que en otro momento le hubiera dado un sopapo por boludo", intenta explicar su nueva filosofía.
-¿Adoptaste ritos budistas?
- Esa es una cosa personal, no puedo hablar de eso.
La cercanía que el cómico tiene con la cultura oriental se la legó a su hija. "Ella va a una escuela japonesa acá porque la educación de ese país es muy fuerte", señala. Algo de eso se ve en una de las paredes de la cocina del departamento, sobre la que hay pegados unos cuadraditos de cartulina rosa y celeste, que tienen dibujados, cada uno de ellos, unos ideogramas japoneses; una obra de la niña.
La muerte de los cómicos
"¿Sabés cuándo un tipo te va a cagar?", pregunta. El instrumento para conocer el engaño reside en unas porciones de fainá. "Si el tipo te da el pedazo más grande, sólo quiere agradarte, pero si se queda con la mejor parte, es un egoísta." Con esas palabras, Casero describe lo que denomina "La gestáltica del fainá", que, según cuenta, será una de las tantas enseñanzas que formarán parte de un nuevo libro. Pero por el momento, está abocado a hablar de su actual biografía del doctor Ricardo Vaporeso, su álter ego en la ficción.
Esta nueva obra del comediante integra lo que llama "The Casero Experimendo". Según explica es una manera de transformar la vida en una obra de arte. "Experimendo me tiene solo, en el medio de mi manifiesto vivo del carbono, oxígeno y nitrógeno que soy. Declaro que todo lo que es movimiento en mí es arte a partir de ahora", lee, con entusiasmo, lo que escribió en su blog ( www.caseroexperimendo.blogspot.com ) para tratar de cerrar la idea de su nuevo proyecto de vida. Y agrega: "Con lo que hago intento quedar en la cabeza de la gente".
Desde esa manera de pensar, dice que ya no hay cómicos. "Un cómico tiene más poder que un político. Al romper con un código moral y de costumbres, te ganás el odio y la incomprensión del estadismo [sic] más cerrado y pasás a ser juzgado", explica.
Los dedos en la guillotina
El 17 de enero de 2006 no fue un buen día para Casero. Su nuevo programa, A todo culorr , en Canal 13, marcaba el debut y la despedida con 6,5 puntos de rating del humor a lo Cha Cha Cha , su creación televisiva de 1995, junto con Fabio Alberti y Diego Capusotto. Ahora, a poco más de un año de esa experiencia, al actor parece no preocuparle y ni siquiera lo vive como un fracaso. " A todo estuvo perfecto", dice.
-¿Adrián Suar te propuso hacer A todo ?
-Sí. Pero yo le dije que no se podía hacer un programa de humor. Sabía que me iban a salir a matar.
-Entonces, ¿pusiste la cabeza en la guillotina?
-No, puse los dedos porque los quería poner. Vamos a decirlo de alguna manera: lo único que hice fue usarle la pantalla. Yo ya sabía que me iba a cortar los dedos.
-¿No sentiste que te expusiste en vano?
-A mí me llamaron para hacer lo que sé hacer. Yo no estaba dispuesto a pelear por levantar el rating.
-¿Cómo quedó tu relación con Suar?
-Es un tipo al que quiero. A todo quedó como un negocio que hice. En 15 años de carrera, me gané enemigos y gente envidiosa. No puedo hacer todos goles. Me costó entender eso.
-¿No trabajarías más en la televisión?
-No, no volvería a hacer un programa mío.
Lejos de su campo, en San Luis, y de su tractor, al que llama Marilyn, Casero juega con su hija. "Tengo la suerte de haber criado unos lindos hijos", cuenta. Uno de ellos es Nazareno, el que siguió los pasos de su papá. Y lo hizo desde niño cuando participó en algunas emisiones de Cha Cha Cha . Y ahora, el joven se pudo sacar el mote de "ser hijo de ", gracias a su participación en Crónica de una fuga , el film de Israel Caetano, y al premio Sur al actor revelación que la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina le entregó. "El nene tiene una gran suerte de no ser yo. El tipo trabaja desde un despojo, desde una alegría que le envidio", dice Casero sobre su hijo.
El cómico señala que todavía no vio Crónica , porque pronostica que le va a hacer mal ver cómo a Nazareno lo torturan en la película, que cuenta la historia de la huida de un centro clandestino de detención durante la dictadura. Ni padre ni hijo prestan demasiada atención a los pasos profesionales del otro. "El no me ve en televisión o en cine ni yo lo veo a él", cuenta Casero. Lo que sí comparten es el hecho de mirar los programas grabados de Cha Cha Cha . "Nos cagamos de risa", añade el también padre de Guillermina, de 22 años.
Así es el nuevo Casero, un hombre que decidió morirse para renacer. "Cada vez más me estoy alejando de mí, pero, al mismo tiempo, no hago más que juntarme conmigo mismo. Llega un momento en que te tenés que morir porque si no te repetís", concluye.
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