Cantando 2020: un show a la medida de la televisión pandémica
El Cantando 2020 es la máxima expresión de lo que está en condiciones de ofrecer hoy la televisión abierta en la Argentina en términos de show. Sus límites, muy apreciables a primera vista, aparecen determinados por dos factores esenciales. De un lado, los límites objetivos impuestos por la emergencia sanitaria. Del otro, la decisión que toman los programadores para hacer televisión a partir de una serie de criterios surgidos de su propia voluntad.
En nuestro país, el resultado de esa combinación de factores hoy no podría ser otro que un programa con las características del Cantando 2020. Para entenderlo alcanza con tomar algunas experiencias televisivas extranjeras y hacer a partir de ellas un pequeño ejercicio de comparación.
Al principio de la pandemia, cuando el virus provocaba estragos en España, vimos en ese mismo momento por el canal internacional de TVE los momentos decisivos de la nueva temporada de Operación triunfo. Se habían impuesto allí las primeras e incipientes reglas de la "nueva normalidad" con el distanciamiento social a la cabeza. Las "galas" lucían un despojamiento inédito, con frondosos helechos colocados en lugares ocupados antes por personas y ya se empezaba a hablar del cumplimiento obligatorio de normas estrictas y protocolos de salud para los participantes.
En el Reino Unido, el Bailando con las estrellas original (conocido allí con el título de Strictly Come Dancing) estableció una cuarentena estricta para todos los bailarines, alojados y aislados en una suerte de "burbuja sanitaria" dentro de un hotel durante casi todo un mes (del 24 de agosto al 20 de septiembre), a un costo total para la producción de unas 275.000 libras (casi 370.000 dólares). Todo el hotel quedó cerrado y puesto al servicio de la producción.
En los Estados Unidos acaba de anunciarse la temporada 29 del Bailando con las estrellas, que comienza a mediados de este mes, y la primera regla fue obligar a los bailarines profesionales que integran el staff permanente del concurso (algunos de los cuales están casados entre ellos o comparten la convivencia) a permanecer solos y pasar los días en hogares aislados del resto mientras dure el programa. Falta determinar qué tipo de contacto (¿virtual? ¿real?) tendrán durante los números danzantes con los famosos convocados este año, entre los que figuran la actriz Anne Heche, el rapero Nelly y el cantante de los Backstreet Boys AJ McLean.
¿Qué nos dicen estos ejemplos? En primer lugar que hay una preocupación genuina por el seguimiento estricto de ciertos protocolos sanitarios. En una pandemia como la actual siempre hay espacio para situaciones imponderables, pero en España, el Reino Unido y los Estados Unidos resultaría menos probable la aparición de situaciones como las que se vivieron aquí a comienzos de semana con las controversias y los temores agitados a partir del diagnóstico atribuido a Esmeralda Mitre desde algunos programas dedicados al cotilleo de la farándula. Y en segundo lugar, la atención puesta en las medidas preventivas para los cantantes y los bailarines deja a la vista cuál es la prioridad. Lo más importante es el brillo artístico y el lucimiento de los participantes, se trate de personas anónimas que sueñan con transformarse en cantantes famosos o artistas de diverso origen que prueban su destreza en un concurso de baile.
Hay un factor adicional, que hace todavía más lejana y distante la comparación. La logística. Esos programas tienen costos y recursos inalcanzables para nosotros. Claro está, con todos esos medios siempre es posible tomar previsiones que resultan mucho más seguras. Aquí no ocurre nada de eso. En el caso argentino, la pandemia no hizo nada para alterar ni las características del juego ni los propósitos buscados, bien distintos de lo que ocurre afuera. Lejos de funcionar como una competencia con reglas fijadas desde el comienzo de manera inalterable es, como todas sus experiencias anteriores, el resultado de una apurada mezcla en la que se combinan el show musical, el reality competitivo a partir de un elemento artístico, el desfile de un grupo de caras conocidas (entre celebridades consolidadas y aspirantes afortunados) dispuestas a aprovechar al máximo su tiempo en pantalla, el humor (involuntario o no), el chisme y la polémica permanente. Como también es habitual, el resto de la TV indiscreta recapitula y amplifica todo lo ocurrido más interesada en agitar discusiones que en destacar los méritos vocales de los participantes.
Nada de esto es nuevo, y seguramente de no haber existido la pandemia el espacio ocupado por este programa hubiese sido terreno exclusivo para una nueva temporada del "Bailando...". Las necesidades impuestas por la nueva situación, muchísimo más austera y a la vez más exigente en términos de cuidados, corrió a Marcelo Tinelli de la conducción y lo puso junto a su equipo en un trabajo más silencioso detrás de las cámaras. Las diferencias de despliegue están a la vista, no solo por la ausencia de las clásicas tribunas con público.
De todas maneras, el sello de Tinelli en la producción es evidente desde el primer momento, por más que la tarea de conducir quede en otras manos. La elección fue rendidora: Laurita Fernández y Ángel de Brito aportan solvencia, sincronización y la picardía justa para llevar adelante un programa de casi una hora y media diaria, cinco noches a la semana.
Tras un comienzo vacilante, el público empezó a sostener de a poco con mediciones de audiencia bastante estabilizadas y, por momentos, en alza sostenida esta propuesta, una suerte de "plan B" establecido por la productora de Tinelli y por Eltrece para hacerle frente a la avanzada de las novelas extranjeras de Telefé. Con la frugalidad impuesta por las circunstancias, el Cantando funciona para una audiencia nada desdeñable como un sencillo, liviano e inocuo paliativo frente a la adversa realidad expuesta por la pandemia.
El menú lo conocemos de sobra, por más que encontremos algunos ingredientes nuevos. Por ejemplo, las dificultades vocales que aparecen con toda naturalidad debido a que las parejas no pueden ensayar de manera personal. Pero esa aparente debilidad "artística" se convierte en fortaleza para los objetivos del programa. Los endebles resultados que el entrenamiento por Zoom a veces dejan a la vista alimentan los cruces entre participantes y jurados, que hoy en día son la verdadera sal del programa. El resto queda a cargo de un ejército de astutos productores capaces de agrandar hasta lo increíble el detalle más pequeño que puede convertirse en chispa de algún escándalo. La prueba se repite tantas veces que alguno de los ensayos alcanza el punto de combustión y se convierte en llama.
Además, como es costumbre en los programas de Tinelli, este Cantando 2020 funciona con el mecanismo del ensayo y el error. Sobre la marcha se prueban alternativas, se suman algunos nombres y se descartan otros que el plato tenga un sabor cada vez más picante. El programa encontró con Oscar Mediavilla el toque mordaz que Pepe Cibrián Campoy no quería o no podía aportarle al jurado. Todo lo que hagan y digan Nacha Guevara y Moria Casán va a ser observado con la máxima atención.Y el anuncio de la llegada inminente de nuevos participantes, como los hermanos Caniggia, aporta todavía más excentricidades a un juego cuya única regla es la que rinde en las planillas de audiencia y el rebote en otros programas.
Más allá de todas estas flexibilidades, algunas de ellas insólitas, el Cantando 2020 debe ceñirse a algunas disposiciones que resultan muy apreciables desde la pantalla. Los movimientos están acotados al perímetro del estudio, la actividad entre bambalinas es nula y no podemos ver otra cosa distinta a lo que ocurre en la pista. Esta realidad inevitable en tiempos de emergencia sanitaria deja expuesto más que nunca en la historia de los big shows realizados por Tinelli y su equipo todo lo que se dejó en el camino. Este Cantando... como todos los "Bailando? "de años anteriores pudieron haber marcado un camino de mayor brillo, despliegue y autenticidad en materia de grandes espectáculos televisivos con música, canto, baile, humor, variedades y un elenco en el que alternan los consagrados y las promesas.
Los participantes avanzan en el certamen a partir de votos y decisiones que pueden en algunos casos reconocer méritos artísticos, pero que en su mayoría se apoyan en expresiones de simpatía y respuestas a determinados estados de ánimo. Hace mucho que la TV local eligió no aprovechar las competencias de canto y baile con famosos como estímulo para la creación de shows vistosos, distinguidos, brillantes y creativos, dignos de ser admirados por el público en todas sus manifestaciones.
El despojado Cantando 2020 es el ejemplo más perceptible de lo único que está en condiciones de ofrecer hoy la TV argentina en términos de show: una gran feria de vanidades.
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