Argentina, tierra de amor y venganza: los rituales que más van a extrañar los fans
Argentina, tierra de amor y venganzallegó a su fin. Luego de poco más de doscientos episodios, la épica guerra entre Bruno (Albert Baró) y Torcuato (Benjamín Vicuña) alcanzó su desenlace.
En una novela que construyó a sus personajes de manera tan meticulosa, y con actores y actrices que lograron una enorme química en el transcurso de la grabación, hubo determinadas escenas que se convirtieron en rituales, en breves gags que a fuerza de repetirse, generaron en los espectadores una complicidad inmediata, en guiños que trascendieron la pantalla y se convirtieron en pequeñas gemas de humor. Por ese motivo, repasamos cuáles son las situaciones que todos los espectadores de ATAV más extrañarán luego del adiós a la ficción de eltrece.
Bananas con mermelada
En los primeros meses de la historia, los desayunos en la casa de Torcuato eran un punto de reunión muy importante. Alrededor de la mesa familiar, con el villano sentado en la cabecera, muchos personajes debatían los conflictos propios, la coyuntura política de la época (el voto femenino, por ejemplo), y hasta los pequeños sinsabores que se vivían en la particular rutina de la mansión Ferreyra.
Junto a Torcuato, en esas comidas los presentes eran por lo general Alicia (Mercedes Funes) y Libertad (Virginia Innocenti), que disfrutaban y reían forzadamente ante cada uno de los desafortunados comentarios del anfitrión. Lucía (Delfina Chaves), que también solía estar allí, era la única que sufría esos encuentros. A lo largo del tiempo, y cuando esos desayunos se hicieron más habituales, Vicuña desarrolló para su villano una serie de obsesiones recurrentes que perduraron hasta el final, y entre las que se destacaron no solo los constantes gritos a Nélida, sino también el placer de untar la banana con mermelada. Manjar predilecto de Ferreyra, ese postre se convirtió en su firma, fue imitado por Alicia y llevó al público a esperar ansiosamente ver cómo el personaje se entregaba al dudoso placer gastronómico de comer con compulsión banana combinada con membrillo.
La furia de Trauman
Solo un intérprete tan enorme como Fernán Mirás, pudo convertir a su Trauman en un villano que podía oscilar entre la maldad más absoluta, y otros elaborados guiños de comedia negra. El dueño del burdel Varsovia no se privó en ningún episodio de gritarle a las mujeres que tenía secuestradas, y los malos tratos eran la moneda corriente del lugar. Dina (Luli Torn), Helga (Dary Butryk), la Polaca o incluso Ivonne (Andrea Frigerio) recibían incansablemente gritos y más gritos de su parte. Y por lo general, todas sus reprimendas terminaban al grito de "¡se van!", señal que indicaba que era prudente desaparecer de su vista.
Según Andrea Frigerio le contó a LA NACIÓN, esa muletilla fue producto de la improvisación de Mirás, y luego se convirtió en el sello distintivo de un hombre que no reprimía ninguno de sus (habituales) ataques de ira. Con el tiempo, el "¡se van!" se convirtió en una frase dicha por Trauman en todos sus discursos, y en un paso de comedia (in)voluntario.
Los galgos de Alicia
Alicia Ferreyra, desde el vamos, no era una mujer de un gusto muy delicado. Una y otra vez, las decisiones estéticas de la hermana de Torcuato coqueteaban con el mal gusto, y los colores chillones y adornos con formas de animales extravagantes eran la obsesión de alguien que sin proponérselo, llevaba el camp hasta las últimas consecuencias. Paladar era algo que definitivamente Alicia no tenía, y de su galería de excentricidades decorativas, sin lugar a duda la obsesión por unas estatuas de galgos eran las más llamativas.
Desde el primer robo que Bruno perpetró en la mansión Ferreyra, hasta una instancia en la que ella debió mudarse temporalmente al conventillo, los galgos de Alicia era casi una más de sus extremidades. La mujer podía dejar olvidada a su hija en cualquier lado, pero que Dios no permitiera que uno de sus ornamentos quedara en el camino. Para un personaje que tuvo varios gags recurrentes, entre los que se destacaban las sesiones de lectura erótica y los gritos a "Tocuato", el de los galgos no tardó en convertirse en uno de los chistes más celebrados.
La Polaca y el "todo, todo, todo"
En esta novela, la China Suárez enfrentó un gran desafío: encontrar la manera de conquistar a los televidentes con su versión de la Polaca. Si bien la actriz demostró solvencia desde el primer episodio, a medida que fue apropiándose de Raquel, supo construir la personalidad de su criatura y encontrar ese delicado equilibrio entre ser un personaje de gran ternura, sumergido en un contexto de deshumanización.
Pero no fue hasta que se asentó el acento de la Polaca, que el público abrazó esa interpretación y comenzó a hablar como ella, a decir "todo, todo, todo" una y otra vez, y a conmoverse cada vez que Raquel se refería a su amado llamándolo "Aldito". Como el "fumá" de Carlín, o el gesto de Panigassi frotándose el pecho ante una situación de angustia, la China hizo de la Polaca a un ícono televisivo, y sus muchas muletillas en ese español torpe le valieron un lugar de privilegio en el podio de la ficción argentina.
El eterno buscavida
Sin lugar a dudas, y de cara al final, una de las muertes que más dolió fue la de Alambre (Fausto Bengoechea). Ese personaje era uno de los grandes secundarios de la ficción, un verdadero buscavidas que a fuerza de tejer pequeños engaños, siempre procuraba ganarse un dinerito. Aliado eterno de la banda, aunque no logró su membresía oficial sino hasta su funeral (en una escena de gran emotividad), él le aportaba a la tira esa necesaria cuota de humor cuando la situación parecía exceder los límites de la tragedia.
Alambre era fiel a la causa, y en innumerables oportunidades se arriesgó para socorrer a Bruno, Aldo o por quien lo necesitara. En parte lo hacía por sus ideales, pero también porque la recompensa en metálico era suculenta. Por ese motivo, los idas y vueltas entre Alambre y el resto de la banda siempre fueron de los momentos más divertidos de la tira. Bengoechea interpretaba con eficacia al estereotipo del porteño pillo, que no da puntada sin hilo y que tiene un olfato inmejorable para los negocios poco habituales. Pero su lealtad, y principalmente su olfato para detectar a los verdaderos rufianes, le valía el perdón de la banda cuando de tanto en tanto se hacía el distraído para quedarse con algún vuelto.
El pordiosero
A lo largo de los episodios iniciales, Bruno y Lucía necesitaban encontrarse de manera clandestina. Mientras ella, comprometida con Torcuato, no podía ser vista siendo cortejada por otro, Bruno también debía permanecer en las sombras procurando no revelar su presencia en Argentina, y mucho menos, junto a la futura esposa del hombre al que le había jurado venganza. De esa manera se produjo una serie de encuentros furtivos que tenía a los jóvenes enamorados buscando atípicos lugares en los que pudieran coquetear.
Vestuarios de piletas, picnics a escondidas o una sala de cine, cualquier lugar era el indicado en la medida que les brindara algo de intimidad. Y en ese marco, la única que sabía lo que sucedía era Libertad. La celosa madre de Lucía a toda costa quería ver a su hija casada con Torcuato, y debido a eso es que incansablemente trataba de espantar a Bruno, a quien lo había bautizado como "el pordiosero". Una y otra vez, la mujer le remarcaba que "el pordiosero" no le convenía, que no podía estar con él y que era una presencia negativa en su vida. Y ese sobrenombre pronto se convirtió en uno de los chistes recurrentes de Libertad, que desde ese momento le buscó apodos peyorativos a otros personajes de la banda que tenían el tupé de involucrarse con su familia, como por ejemplo decirle a Gallo (Matías Mayer) "el candombero".
Se inicia la sesión
La banda se orquestó poco a poco. Inicialmente fueron Gallo y Córdoba (Diego Domínguez) los responsables de iniciarla, y poco a poco, Bruno y el resto de vecinos del conventillo se sumaron a ese grupo que dio decenas de golpes. La trama avanzaba, y la banda comenzaba a mezclar situaciones profesionales con cuestiones del amor. De esa manera, el romance entre Bruno y Francesca (Malena Sanchez), o los conflictos entre Ana (Candela Vetrano) con Córdoba, o los celos de Aldo con sus hermanas, en más de una oportunidad complicaron las sesiones grupales.
Esos encuentros, sin embargo, eran el corazón de la novela. Las charlas del grupo podían ser tristes si había que despedir a un muerto, festivas si se debían celebrar un triunfo o temerarias cuando debían organizar un golpe, pero esas reuniones siempre fueron uno de los rituales más importantes en ATAV, porque a fin de cuentas, la banda siempre fue el gran motor de la historia.
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