En una charla a corazón abierto, el artista repasó su vida y también habló sobre su nuevo proyecto, que le hace honor a su primera profesión, la de arquitecto, ya que debuta hoy como conductor del ciclo de Canal (á) Ciudad de cúpulas
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Luego de una larga carrera en el show business, como bailarín, coreógrafo, actor, director y hasta jurado de realities, Aníbal Pachano debuta hoy como conductor televisivo, en el programa Ciudad de cúpulas. El ciclo, que consta de 10 capítulos, y que se podrá ver todos los miércoles a las 14 por Canal (á), lo remonta a sus inicios como arquitecto, cuando trabajó en los mejores estudios de Buenos Aires y llegó a tener a 50 profesionales a su cargo. “Me convocaron en abril, mientras estaba participando de Corte y confección y la idea me encantó. Fue una invitación a volver a las fuentes y, a la vez, redescubrir la ciudad mirando para arriba”, dice el finalmente ganador del certamen con famosos.
Esta nueva oportunidad laboral surge en un año marcado por algunos problemas de salud: a comienzos de 2021 tuvo coronavirus y en julio debió iniciar un nuevo tratamiento oncológico para paliar el cáncer que lo acecha desde 2017. Por esto, entre otros motivos, el factótum del histórico grupo Botton Tap y de espectáculos como Tangou, Smoke, Pour la gallery, Varieté para María Elena y Smail, entre tantísimos otros, ha decidido abandonar los escenarios en 2022. En una amena charla con LA NACION, además de contar los pormenores de su nuevo oficio, Pachano anticipa cómo será su show de despedida, a qué se dedicará después y se refiere francamente a las adicciones que supieron dominar su vida.
–Esta es tu primera experiencia como conductor, ¿cómo te sentís?
–Sí, me siento muy bien. En realidad mi conducción se reduce a las charlas que mantengo con historiadores, arquitectos y personas varias que conocen mucho los edificios o las cúpulas que aparecerán en el programa. Ejerciendo este nuevo rol me encontré con gente maravillosa y volví a las fuentes, a ver arquitectos que dibujan en hojas de cuadernos, con lápices. Porque hoy lamentablemente el AutoCAD (un software de diseño) ha generado esa cosa del olvido del trabajo artesanal, que te permitía observar cómo se construía un elemento específico de un edificio, sea un balcón, una voluta o un pináculo. Ese es el valor que tiene este tipo de obras, las cúpulas, todas han sido construidas en forma artesanal y están plenas de detalles. Hoy algunas son utilizadas como viviendas y la pasión que despiertan entre sus propietarios es increíble. Por el programa conocí a una familia yugoslava que compró una, vivió dos años en ella, luego se volvió a su país y hoy la alquila a extranjeros. Existe un furor por las cúpulas y, por suerte, también por su restauración. Ciudad de cúpulas mostrará ese fenómeno.
–¿Cuántos años trabajaste como arquitecto antes de dedicarte al music hall?
–Empecé a los 18, en paralelo con mis estudios en la Universidad de Arquitectura. Entré a los mejores estudios de Buenos Aires, tuve la suerte de contactarme con gente muy importante. En uno tenía de compañeros a todos los maestros mayores de obra de arquitectos muy famosos, como ser, por ejemplo, Alejandro Bustillo. Ellos me enseñaron cómo era una documentación de obra y trabajé en una técnica de lápiz, que es una técnica bastante particular, que hace muchos años se dejó de usar por cuestiones de la modernización y la globalización de las nuevas tecnologías.
–¿Qué es lo que más te llamó la atención en tu aproximación a las cúpulas?
–Las construcciones en sí, algo que no podés apreciar si no subís y te adentrás en ellas. Pude comprobar cómo se sostiene una cúpula, si es de hierro o no, si está forrada de madera, cómo es la teja que la recubre, si está revestida en láminas de cobre... Son esos detalles de los edificios que si no vas hasta las cúpulas no los podés reconocer desde abajo. Además uno no mira la ciudad desde abajo, uno va siempre observando todo a nivel del ojo, a nivel horizontal, y sin embargo en las alturas hay una ciudad con una arquitectura maravillosa. Yo creo que Ciudad de cúpulas ayudará al público a descubrir esa ciudad. Yo subí hasta el pináculo de todas las cúpulas, salvo a una, porque me agarró un ataque de vértigo. Es que las escaleras eran muy empinadas.
–Las cúpulas eran símbolos de poder, sus propietarios podían observar al resto de los ciudadanos desde las altas alturas...
–Exacto. Cuando entrás al Congreso, por ejemplo, tomás dimensión del espacio arquitectónico y del eje longitudinal que genera el poder de la ciudad, que empieza en la Casa Rosada y culmina ahí. Lo hacés gracias a su cúpula, desde donde se divisa la ciudad de Buenos Aires de una manera impresionante. Por otro lado, la cúpula de la Basílica Santa Rosa de Lima actuaba como vigía, desde allí los representantes del gobierno divisaban los barcos que llegaban a Buenos Aires. A diferencias de lo que muchos creen, las cúpulas no están ubicadas sólo en el casco histórico de la ciudad, sino que las hay en el Once, en Balvanera, en Montserrat y también en Belgrano.
–Las cúpulas suelen encerrar muchas historias y secretos, ¿cuáles fueron las que más te sorprendieron?
–Las historias detrás de las cúpulas son más bien familiares. Cada cúpula representa un tipo de familia y de actividad. Los Bencich eran dos hermanos constructores, fueron los que diagramaron de alguna manera la avenida Diagonal Norte. Los Massue, en cambio, son una familia dedicada a la medicina, eran todos otorrinolaringólogos, fueron los creadores de audífonos microscópicos para las personas con sordera, muy reconocidos en el exterior. También trataremos la parte fantasmagórica y legendaria del asunto... ¿Hay fantasmas o no en estas cúpulas? ¿A qué se deben los dragones que aparecen en los capiteles de algunas columnas? ¿Por qué unos tienen la lengua afuera? Lo único que voy adelantar es que todos coinciden en que hay fantasmas en la cúpula de la Confitería del Molino.
–Ahora que has vuelto a tomar contacto con la arquitectura, ¿te arrepentís un poco de haber abandonado esa vocación y tomado otro camino?
–No, mi vida se fue entrelazando todo el tiempo. Yo dibujo desde chiquito, ya a los siete años lo hacía con plumín y de una forma muy distinta a los otros chicos. Todos dibujaban un palito con un globito para representar a un árbol, mientras que yo dibujaba un espacio interior con una puerta para entrar y salir y una escalera para subir y bajar, cuando yo quisiera. Luego me dediqué al cuerpo humano y más tarde a las caras, me ocupé de los ojos y las bocas, finalmente entré en un parate con respecto al dibujo y empecé con los collages. Reproducía obras de Modigliani con papelitos milimétricamente cortados y pegados sobre una cartulina. De chico hice cosas que luego desembocaron en la arquitectura y me apasioné por ella. A los 21 era docente de la cátedra Artes Visuales y trabajaba en un estudio donde llegué a manejar a 50 arquitectos.
–¿Cuándo pegaste el volantazo y por qué?
–Cuando viajé por primera vez a Nueva York y vi otro mundo. Ese mundo me permitió entrar al del arte, que de alguna medida yo ya lo tenía incorporado, pero no tan conscientemente. Y ahí uní todo. Digo que la arquitectura, Botton Tap y mi carrera individual de Pachano producciones tiene que ver mucho con la construcción. Yo construí un hecho icónico, estético, arquitectónico, de moda, de música y de baile –con una disciplina que hasta ese momento estaba completamente olvidada, como era el tap-, que no existía en la Argentina. Botton Tap fue un grupo con una concepción de empresa, y fue la única –y aún lo sigue siendo- empresa artística independiente de bailarines y creativos, con un arquitecto, una coreógrafa, una diseñadora de moda, una administradora y un montón de gente que nos rodeaba, todos creativos. Nuestra estética siempre tenía un toque arquitectónico, nuestros vestuarios siempre reflejaban la moda de un momento histórico, del ´20, del ´30, del ´40, del ´50, siempre girábamos alrededor de esas décadas, cuando la moda tenía mucho que ver con la arquitectura. Mi vida tiene que ver con unir eslabones y cerrar los círculos, por eso para mí no es un problema ser un dibujante, un cadete o un limpiador de balcones –como lo he sido- o un arquitecto o un artista. Yo era un tipo absolutamente cerebral, sentía que mi cuerpo iba en una dirección y mi cabeza en otra, como en diferentes carriles, hasta que logré unirlos a través del baile y del armado de espectáculos. En fin, yo soy mi propia construcción, mi obra mayor.
–A principios de este año tuviste coronavirus y por la mitad debiste comenzar un nuevo tratamiento de quimioterapia, ¿cómo está hoy tu salud?
–Del cuadro del cáncer original de 2017, que era gravísimo, hoy estoy mejor. Me descubrieron seis tumores en la cabeza, me operaron y me quitaron uno, pero ahora se me inflamó otro; uno que está en el lado izquierdo, que es el lado motriz. Esto me afecta en parte el equilibrio. Todo estaba controlado hasta que tuve Covid, que fue leve, y ahí parece que se desacomodaron algunas cosas. Nadie habla de lo que pasa después del Covid, de los daños colaterales, quedan secuelas, algunos tienen problemas de corazón, otros de hígados o de circulación. Yo tuve que reiniciar el tratamiento oncológico. De todos modos, mi cuerpo ha resistido varios virus, ya que de chico tuve de todo y eso estuvo bueno porque fui ganando defensas. Tuve sarampión, varicela, etc, todas las enfermedades típicas de los niños, menos la polio, y eso que nací en una época donde eso existía. Mí físico fue sorteando todas esas enfermedades, pero a los siete años tuve un revés: me debieron operar de urgencia de una apendicitis aguda y me salvaron de casualidad. Encima pesaba sólo 20 kilos, era un gnomo. Por ese entonces también tuve hepatitis. En fin, siempre fui un resiliente y ahora sé que las enfermedades aparecen por cuestiones emocionales. Muchas veces el estrés, la depresión, la tristeza bajan las defensas. Yo sé que en un momento así me contagié el VIH, es decir que no se trató sólo de un descuido. Por suerte, me agarró en un momento en que ya existían los cócteles (antirretrovirales) y así pude ir sorteándolo. Hoy enfrento todas mis enfermedades, incluso la diabetes, con resiliencia y una capacidad corporal inaudita, ya que por ejemplo la quimio no me afecta para circular y trabajar. Todo lo contrario: me activo porque yo le pongo mucha positividad a la situación. Esa es la clave.
–Este año también participaste del programa Seres libres y hablaste por primera vez de tus adicciones, ¿te costó dar ese paso?
–No. Porque yo no soy un careta, nunca lo fui. Acá, en la Argentina, hay un mundo careta muy particular, con mucha gente que hace cosas que no dice y las adicciones no tienen sólo que ver con las drogas, existe la adicción al trabajo, y a las emociones, como cuando sos absolutamente emotivo y no podés frenar y controlar esas revoluciones que se producen cuando te enamorás, te peleás o estás solo. Los tocs son adictivos, también el alcohol y obviamente las drogas. Yo no sufrí la adicción al alcohol, nunca tomé demasiado y nunca me gustó el estadio final del tomar, es decir, la borrachera. A la marihuana la tomo como un vehículo para descontracturar, nunca me la pasé fumando todo el día, solo en mis actos recreativos. Drogas duras nunca probé porque no me interesaban, pero sí tomé cocaína y aprendí que es la droga más oscura y que te lleva a un punto muy difícil de retorno, si no lo sabés frenar a tiempo. Yo logré parar a tiempo. Sí confieso que fui un adicto al cigarrillo, fumaba dos atados diarios. Tuve que aprender que eso no era necesario, que me hacía mal a la salud, que era una locura, y que eso podía desembocar en un problema mayor. Mi papá tuvo un problema de circulación porque fumaba cuatro atados diarios, sus arterias se taparon, eso le provocó una gangrena y desembocó en la muerte. Y mi mamá, si bien fumaba poco, tenía problemas de pulmón. Yo parecía seguir el camino de ellos. Creo que las adicciones se heredan y algunas enfermedades también. Provengo de una familia de diabéticos. Entonces, ¿qué iba a ser yo? Diabético, obviamente.
–¿Hoy tu única adicción es el trabajo?
–Sí, pero ahora intento preocuparme menos y disfrutar más. Entendí que la vida pasa por otro lado. Siempre fui un poco caracúlico, hoy entiendo que el enojo y la ira no son buenas consejeras. Pese a mi carácter permití que en algún momento ingresaran a mi vida personas que no lo merecían. Ahora mi mayor trabajo es sacarme de encima todo ese entorno tóxico que me rodeaba, ya no salgo de noche y disfruto de estar solo en mi casa. De todos modos, durante la pandemia, estuve en contacto con dos grupos maravillosos: con la gente de Varados en el mundo y con Artistas Solidarios les alcanzamos un plato de comida a todos los actores que lo necesitaban, cosa de la que no se ocuparon ni la Asociación Argentina de Actores ni SAGAI. Hoy, cuando encaro un nuevo trabajo, lo hago más desde la diversión que de la responsabilidad.
–Y si el trabajo sigue siendo tan importante en tu vida, ¿por qué este verano te despedirás de los escenarios?
–No sólo por una cuestión de salud sino por cómo me veo hoy arriba de un escenario. En un musical ya está: lo di todo. Siento que ahora tengo que jubilar al Pachano bailarín. No me quiero fajar, encorsetar ni operarme. Hasta acá llegué y está bárbaro. Podré seguir construyendo un espectáculo, como director, productor, escenógrafo, iluminador, etc, pero ya no como la figura principal. Aníbal Pachano, como figura de un musical, llegó hasta acá. Sí puedo estar en una biopic, y de hecho ya he escrito los ocho capítulos de una miniserie sobre mi vida para una plataforma. O trabajar en televisión o radio, pero siento que, como intérprete, arriba de un escenario, en un musical, llegué hasta acá; prefiero plasmar en otro lo que yo haría conmigo. De todos modos, me quiero despedir de los escenarios a lo grande. Y lo haré con un espectáculo que se llamará Así... vuelvo. El show estará integrado por los hitos de mi carrera –cuadros de los Botton Tap y de mi trayectoria individual- y también por mucho material nuevo. Habrá un recorrido mínimo por mi vida; no será un monumento al monólogo, para nada. Será un cuentito visual. La historia completa de mi vida la reservo para la biopic. La idea es que Así... vuelvo entretenga y emocione y sea visualmente bello. Voy a actuar, bailar y cantar por última vez sobre un escenario. Estaré rodeado de un equipazo de bailarines y bailarinas divinos y contaré con dos atracciones: una chica trans, Victoria Molotok, y el humorista Iván Ramirez, que es mi mayor imitador. Haremos temporada de verano en el teatro Acuario de Villa Carlos Paz, y luego realizaremos una gira por las plazas más importantes del país y terminaremos en Buenos Aires.
–Luego de retirarte de los escenarios, ¿podrías volver a tu primer amor, la arquitectura?
–Sí. Es decir, no me veo trabajando propiamente como arquitecto, pero sí en la conducción de otros programas sobre arquitectura. De hecho, ya estoy luchando para hacer la segunda y tercera temporada de Ciudad de cúpulas. Y después podría hacer un ciclo sobre palacios, otro de murales, etc. Es volver a la arquitectura desde los medios.
–En la etapa que se avecina, ¿te imaginás sólo o en pareja?
–Mirá... yo estoy solo hace veintipico de años. A los 66 es difícil el acompañamiento, no es imposible, pero es bien difícil. Lo deseo, pero no sé si sé mirar a los otros como para poder estar con alguien, tendría que encontrar la persona y el momento exactos. Y a veces digo tengo ganas y a veces no, y a veces digo: pero a esta altura qué..., pero puede ser. No cierro la puerta, nunca hay que cerrar la puerta. Desde chico no he sido una persona con muchas parejas, más bien he sido un ser bastante solitario. Tal vez por una cuestión familiar: esta cosa de mi vieja de tratarnos a todos como pollitos y tenernos bajo su falda, como atrapados. Por algo yo después volé mucho, fue una manera de escapar, pero no hacia cualquier lado sino hacia el área creativa. De todos modos, si miro para atrás no me arrepiento de nada, ni siquiera de mi soledad; y no me quejo: nunca digo por qué no tuve plata o por qué no tuve más éxito, yo siento que mi vida siempre fue exitosa. Esa es la sensación con la que me voy a ir de este mundo. Hoy valorizo todo lo que viví y espero que lo mejor esté por llegar, pero si no viene lo único que quiero es que esta enfermedad que transito sea lo menos dolorosa posible y preocupante para mi familia. No le temo a la muerte pero sí al proceso que conduce a ella. Mientras le digo a la gente lo mismo que me digo a mí mismo: sí, se puede. Sólo hace falta luchar y no bajar los brazos.
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