Adiós a un artista de dos mundos
Tuvo el raro mérito de destacarse al mismo tiempo como actor y en la pintura
"Detrás del actor siempre está el pintor", solía decir Ricardo Lavié, cuyos restos descansan desde ayer en el Panteón de Actores de la Chacarita.
Falleció a los 87 años, con el corazón eternamente dividido entre esas dos grandes vocaciones, un dilema que debió afrontar más de una vez con la presión de quien debe tomar las decisiones más trascendentes de la vida. "En la pintura encuentro mi mejor ventana para decir qué pienso, qué puedo y debo decir. Y si el teatro constituye el más mínimo obstáculo para mi otra vida, seré pintor. Diré adiós al teatro", explicó en los años 60 frente a una de esas encrucijadas.
Finalmente logró armonizar esos dos mundos y alcanzó el raro mérito de haber sido reconocido con creces en ambos. De hecho, en el archivo de La Nacion se registra en su caso el atípico hecho de contar con dos carpetas de igual magnitud con sus logros. Una lleva el apellido artístico –Lavié– con el que ganó fama y popularidad. En la otra aparece con su nombre real –Ricardo Machado, con el que nació en esta capital el 5 de octubre de 1923– a través del cual se lució como pintor.
Diez años mediaron entre el nacimiento de las dos grandes inclinaciones de su vida, que estuvo siempre rodeada de artistas (su hermano, Rodolfo Machado; su esposa, Noemí Laserre; su hija adoptiva, Estela Molly). En 1947 inició su carrera artística en Radio Splendid, junto a Nené Cascallar. Ese lucimiento en grandes radioteatros le abrió las puertas de otros escenarios, donde siempre se lució como un actor vigoroso y convincente. En teatro hizo múltiples comedias y llegó al protagonismo en el San Martín (Barranca Yaco, Un hombre cabal) y el Cervantes (La dama boba); en el cine se destacó en títulos como Captura recomendada, El túnel y La rabona, y en TV paseó su familiar rostro desde Porcelandia y El Rafa hasta Alta comedia, Matrimonios y algo más y Chiquititas, su último papel.
La pintura lo atrapó desde 1956, cuando comenzó a estudiar con Emilio Carpanelli y, más tarde, como discípulo de Leopoldo Presas. Fue un elogiado autor de óleos y acrílicos no figurativos, un colorista nato que jugaba poderosamente con los misterios de la imaginación.
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