Ha habido toda clase de manifestaciones sobrenaturales en Game of Thrones de HBO, que empieza su octava y última temporada este mes: resurrecciones, premoniciones, viajes psíquicos en el tiempo, un bebé con una sombra asesina, un enorme ejército de tipos muertos, una reina a prueba de fuego, un dragón zombi. (Y en la categoría de lo no natural, una cantidad de incesto francamente bizarra.) Pero uno de los primeros eventos inexplicables de GoT fue mucho más benigno. Hasta tierno, se podría decir. Desde el momento en que una Maisie Williams de 12 años vio por primera vez a una Sophie Turner de 13 en su lectura de prueba de 2009 para los papeles de las hermanas Stark, su conexión fue profunda y asombrosa. "Desde ese mismísimo segundo, nos hicimos mejores amigas", dice Turner, ahora de 23 años. ¶ "Me pareció que Sophie era la persona más cool que yo hubiera visto", dice Williams, ahora de 21. "Entiendo para qué hacen lecturas de prueba, porque cuando sale bien, sale muy bien. Es decir: somos mejores amigas. Y ellos pudieron anticiparlo, y debe haber sido mágico ver a esas dos niñas pasándola tan bien juntas."
Incluso frente a una audición que podía potencialmente cambiarles la vida, "ese día hubo muchas risas", dice Nina Gold, la directora de casting del programa (que también descubrió a Daisy Ridley para la trilogía actual de Star Wars). "Maisie parecía como un alma vieja en un cuerpo pequeñito. Muy estilo Arya. Sophie era más como una niña, lo cual ciertamente ya no es."
Ese año, Game of Thrones tuvo su primera fiesta de fin de rodaje en Belfast, Irlanda, cuando el equipo y el elenco terminaron de filmar el piloto, un episodio que nunca salió. Los showrunners David Benioff y D.B. Weiss se dieron cuenta justo a tiempo de que era torpe y difícil de seguir, entonces buscaron otros actores para varios papeles y lo filmaron de nuevo, salvando así a la serie. Turner y Williams, entre los miembros más jóvenes del elenco, quizás hayan sido las primeras en sentir que algo no estaba bien. Como recuerdan Weiss y Benioff en una entrevista por email, las chicas, en la fiesta, estaban consternadas: "Recordamos que ambas lloraban y se abrazaban, porque se amaban tanto después de apenas un par de semanas, y tenían miedo de no volver a verse si el programa no funcionaba. Era un miedo entendible. Pero estamos muy agradecidos de que haya salido todo bien, y de que hayan podido pasar todos estos años juntas, y con nosotros".
Hacia el final de la primera temporada de Game of Thrones, la vida de los Stark colapsa, cuando una intriga en la realeza lleva al arresto del patriarca de la familia, Eddard Stark (Sean Bean) –un hombre demasiado decente rodeado de víboras–, por acusaciones falsas que derivan en su decapitación. Arya se esconde, disfrazada de varón, y planea la venganza, mientras que Sansa queda comprometida con el monstruoso niño rey Joffrey. Las niñas fueron lanzadas al aire, desgarradoramente desprotegidas, pasando de la inocencia a experiencias oscuras en arcos narrativos horrorosos que siempre estuvieron en el centro emocional del programa.
Luego de eso, Turner y Williams no tuvieron una sola escena juntas hasta que sus personajes se volvieron a cruzar, en 2016, en la séptima temporada. Quizás fue mejor así. "Era una pesadilla trabajar con nosotras", dice Turner. "Cuando trabajás con tu mejor amiga, no hacés nunca el trabajo. Cada vez que tratamos de ponernos serias, es lo más difícil. Creo que realmente se arrepentían de juntarnos en escenas. Era difícil."
Ahora que las dos actrices son adultas, esto ha cambiado. Un poco. "Era genial tener a dos personas muy inteligentes jugando entre ellas entre tomas", escriben Benioff y Weiss. "Aunque se ponían a hablar en un acento del norte de Inglaterra, que no sabíamos si era real o inventado. Como somos estadounidenses, no nos dábamos cuenta. A veces hablaban con ese acento todo el día. Cada tanto aparecía en una escena, y teníamos que recordarles que Sansa y Arya no hablaban así."
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En el verano de 1991, un novelista devenido escritor de televisión abrió su procesador de texto de MS-DOS para crear un mundo nuevo. George R.R. Martin tenía 42 años, y acababa de terminar de trabajar como guionista para Ron Perlman en el drama de CBS La bella y la bestia, con más de una década de experiencia escribiendo obras de ciencia ficción, terror y fantasía aclamadas por la crítica, pero poco rentables. Iba a hacer un intento más con otra novela de ciencia ficción, pero se le ocurrió una escena para otra historia: unos niños que encuentran cachorros de lobos sobre una montaña de nieve ensangrentada.
Fue su primera visión de los hombres de la familia Stark, el clan al centro de lo que se transformaría en la serie de libros de Martin Canción de hielo y fuego, y luego uno de los programas más ambiciosos de la televisión. Pero Martin sabía que la familia estaba incompleta. "Quería que hubiera chicas", dice 28 años después, sentado en su oficina de Santa Fe, Nuevo México, donde sigue trabajando en el sexto y anteúltimo libro de la serie, en el mismo procesador de texto, hoy ya anticuado.
Para cuando su historia llegó a Winterfell, la fortaleza nevada donde viven los Stark, Martin había creado a "dos hermanas muy distintas la una de la otra". Martin ambientó su historia en un mundo en el que el aliento de dragón es un arma de destrucción masiva, y unos muertos vivos llamados White Walkers son una amenaza a la civilización, pero modeló sus elementos menos fantásticos sobre la base de la Europa de la Edad Media, incluyendo los limitados roles asignados a las mujeres. "La Edad Media era muy patriarcal", dice Martin. "No me gusta generalizar demasiado, porque puedo parecer un idiota –reconozco que la Edad Media duró cientos de años y ocurrió en países muy diferentes–, pero en general las mujeres no tenían muchos derechos, y los matrimonios solían arreglarse... Me refiero a las mujeres nobles, por supuesto. Las mujeres campesinas tenían aún menos derechos."
Al mismo tiempo, señala: "Esta también es la época en la que nació toda la idea del amor cortés: el caballero valiente, la princesa. El arquetipo de la princesa de Disney es un legado de los trovadores de la Francia medieval". Cuando conocemos a Sansa al principio del libro y la serie, es una habitante feliz y de algún modo petulante de un mundo recluido y de lujo, una princesa de Disney destinada a ser arrojada a un mar de horrores.
"Al principio, ella ve el mundo todo color de rosa", dice Turner. "Ignoraba todo lo que es una familia real. Es como una fan de Justin Bieber: no se dan cuenta de que Justin tiene una oscuridad en él." La joven Turner era ella misma "una belieber, con una pared en mi habitación dedicada a él. David y Dan siempre me decían: ‘Mirá a Joffrey como si fuera Justin Bieber e imaginate esa vida’. ¡Ese era el truco para hacer que Sophie actuara!"
Arya debía ser lo contrario, "una chica que detesta los papeles que le asignan, que no quería coser, que quería pelear con una espada... a la que le gusta cazar y luchar en el barro", dice Martin. "Muchas de las mujeres que conocí tenían aspectos de Arya, especialmente cuando era joven, en los 60 y 70. Conocí a muchas chicas que no compraban el guión de ‘Oh, tengo que encontrar un marido y ser ama de casa’, y que decían: ‘No quiero ser la Sra. Smith, quiero ser una persona por mí misma’. Y eso es ciertamente parte de la personalidad de Arya."
Benioff y Weiss tuvieron que abrir su propio camino durante las últimas temporadas, tras haberle ganado en ritmo a la escritura de Martin. "Estuve muy lento con estos libros", dice Martin, con un dolor palpable. "Las cosas más importantes del final van a ser cosas que les conté cinco o seis años atrás. Pero quizás haya cambios, y va a haber muchos agregados."
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Llegó el invierno, tanto en Westeros como en este barrio gentrificado del este de Londres, donde el clima toma la forma de cielos grises de los que se filtra una lluvia gélida. A las nueve de la mañana, una Maisie Williams todavía atontada pero alegre, recién bajada de un avión tras asistir a la Semana de la Moda en París, entra en el café gourmet vegetariano al lado de su departamento. Se envolvió en un suéter con cuello alto negro y cómodo, y unos pantalones de cuero con botas Coach de leopardo. Tiene un bolso de Coach estampado con personajes de caricatura siniestros. (Tenía un contrato de difusión con Coach, que incluyó muchos regalos.) "Me siento totalmente cansada", dice. "Pero me veo chic, así que..."
Estos días está entusiasmada con el rosa. Su pelo, con un flequillo filoso, es rosa metálico, ofreciendo un contraste notable con sus cejas negras. Las uñas también las tiene rosas. "Adoro el rosa", dice metida en su cuello alto. "Es mi color preferido. Cada día voy a la oficina" –fundó Daisie, una app para conectar gente creativa– "y agarro mi laptop rosa, con mi pelo rosa, y mi buzo con capucha rosa, y tengo un fondo de pantalla rosa. Durante mucho tiempo fingí que mi color preferido era el verde. Sentía que no era feminista que mi color preferido fuera el rosa. Y después entendí que eso era más estúpido que la mierda".
El pelo en particular es una declaración de independencia, o de intenciones de descansar. "Creo que inconscientemente me teñí porque no quería trabajar", dice. "Es una buena forma de parar eso. Y me siento bien... Toda mi adolescencia quise ponerle un sello a mi apariencia, pero al ser actriz tenía que ser una hoja en blanco."
Su reciente adopción de una paleta de colores estilo Barbie también es una reacción a una década viviendo como Arya Stark, que implicó pasar gran parte de su adolescencia asesinando gente, vestida siempre de un marrón terroso. En el camino, hubo un par de requerimientos de vestuario incómodos, con poco espacio para las curvas. "Yo me estaba haciendo mujer", dice con resignación, "y tenía que usar esta cosa que es como lo que le pasa a la reina –creo que la reina tiene que usar un corpiño que le acomoda las tetas en las axilas–. Y se ponía peor, porque no paraban de crecer, y me pusieron una panza falsa para emparejarme. Yo tenía, no sé, 15 años: ‘¡Quiero ser una chica normal y tener novio!’. Esa parte no estaba buena. La primera vez que me dieron un corpiño en el tráiler, yo dije: ‘¡Sí! ¡Ya soy mujer!’".
Turner dice que esa época fue "muy difícil" para Williams. "Atravesaba muchos cambios, y aun así tenía que parecer una niña, y cortarse el pelo corto, y tener un aspecto diferente a cómo se sentía. Creo que me envidiaba, porque yo podía usar vestidos y tener maquillaje. ¡Y la que quería los pantalones y la ropa varonil era yo!"
Williams ya pasó todo esto. En general, es una joven totalmente liberada y su entusiasmo es casi contagioso. Adoraba Game of Thrones, pero también fue una obligación durante la mitad de su vida. "Lo que más me golpeó del final del programa no es que se terminara", dice con los ojos vidriosos. "Fue como sentir que era libre. Que puedo hacer cualquier cosa." Tiene en el banco una década de trabajo en la industria, habiendo ganado lo suficiente como para un fideicomiso. "Es como cuando podés disfrutar de todo lo que trabajaste. Estos últimos seis meses me dediqué a eso." Por ejemplo, pasó Año Nuevo en Berlín en una gira bolichera de 24 horas. ("Salí a las 8 p.m. y volví a las 8 p.m.", dice. "Estuve en todas las fiestas y en ninguna al mismo tiempo.")
Tiene un proyecto importante en camino, como la lobizona Wolfsbane en New Mutants, spin-off de X-Men, pero la película parece estancada en un limbo corporativo tras la compra de Fox por parte de Disney. "¿Quién sabe qué mierda va a pasar?", dice. Supuestamente iban a hacer retomas para "hacerla más aterradora", explica, pero todavía no pasó. Dice que el otro día vio a uno de sus coprotagonistas, Charlie Heaton, y le preguntó: "¿Qué mierda está pasando?". Él tampoco sabía. Ella sonríe. "¡Quizás esta entrevista haga que la gente empiece a apurarse!" Si alguna vez sale, tanto ella como Turner –que hace de Jean Frey en las películas principales de X-Men– quieren que sus personajes se crucen. "Sería estúpido que no lo hicieran", dice Williams.
El abanico de opciones frente a Williams es emocionante, más si se tiene en cuenta su infancia en Bristol, Inglaterra, donde el dinero escaseaba. Hubo oscuridad en su infancia, una situación que ella sugiere sin explicar. Se mudó a los 16 años, no para escaparse de su familia, sino para tener un espacio propio, tras compartir un cuarto con dos hermanas. Sus padres se separaron cuando tenía cuatro meses, y dice que su padre biológico no está en su vida. ("Mi padrastro sí, y lo amo"). Alude a "hostilidades" en su historia familiar. "Fue algo que mis hermanos, mi mamá y yo atravesamos juntos", dice, sin elaborar. "Hizo que nos acercáramos más, pero no fue nada fácil."
Ella lo puso todo en Arya, en el dolor del personaje, y en su capacidad para una violencia tan frenética como calculada. ("Arya debe tener más asesinatos que cualquier otro personaje del programa", dicen Benioff y Weiss, "pero ella casi siempre está justificada en su violencia".) "Me apoyo mucho en emociones que sentí en mi vida real", dice Williams. "Cuando yo tenía 12 años, la gente siempre decía: ‘¿Cómo hacés? ¿De dónde sacás eso?’. No saben de mi pasado. Es liberador poder explorar estas emociones en un ambiente seguro. Creo que me ayudó cuando tenía 12 o 13 años, poder volverme loca y después volver a casa y decir: ‘Bueno, qué buen día’."
Ella disfrutó mucho de los momentos más sanguinarios de Arya. "Podés sentir la adrenalina", dice soñadora. "Es increíble porque es todo fingido, y no importa. ¿Dónde más podrías hacer algo así? Hubo un plano que hicimos al final de la tercera temporada en el que yo acuchillo a un tipo en el cuello. Me dieron una bolsa de arena y un cuchillo falso, y había sangre, y me dijeron: ‘¡Acuchillalo! ¡Dale!’. ¡Dios mío! Podés sentir el ‘¡Ah!’." Sorbe el café. "Estuvo bueno."
Era tan joven cuando le dieron el papel que todavía no había decidido ser actriz. Quería ser bailarina, pero la reclutó un agente que la vio en una clase de improvisación. Arya fue el segundo casting de su vida. "Me acuerdo de mirar por todas partes, y ver a todas estas chicas lindas, y sentirme muy desprolija", dice. "En el casting al que había ido antes, en una prueba de pantalla me dijeron: ‘Te vamos a cambiar el top’. Sentí que algo en mí no estaba del todo bien. Antes de eso, hice castings para escuelas de ballet, con unas calzas viejas y los dientes rotos, y las demás chicas parecían de una publicidad." Sonríe. "Pero para Arya es perfecto. Eso era exactamente lo que buscaban. ¡A la mierda con vos y tu sonrisa perfecta!"
Allí donde Arya es reservada, Williams es animada y expresiva, ninguna cara de póker. "Cuando soy yo misma, la gente me pregunta: ‘¿Está todo bien?’. Es porque no me doy cuenta de lo que hace mi cuerpo, y siento las emociones como vienen." Como Arya, siente que accedió a algo casi sobrehumano. Pestañea menos; su respiración es más suave. "Soy hiperconsciente", dice. "¿Viste la película Sin límites? Me siento así. Arya es calculadora en cómo se comporta. No le gusta que la gente sepa lo que piensa."
Recientemente Williams atravesó una fase en la que sus emociones le resultaban inaccesibles. No podía llorar, ni en pantalla ni fuera de ella. ("Ya pasó", señala. "Lloro todas las semanas.") Coincidió con la octava temporada, en la que Arya se reconecta con su lado más humano. "Fue fantástico, perfectamente cronometrado, porque Arya estaba empezando a sentir cosas otra vez", dice. "Así que fue buenísimo. Porque, en general, yo trato de hacer de Arya sin emociones, mientras siento de todo. Y esta vez yo no sentía nada mientras trataba de sentir algo, y funcionó... creo."
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Si la dama de Winterfell te pide tomar un shot de tequila con ella, el protocolo te obliga a obedecer. En realidad, Sophie Turner, en este momento, no se parece mucho a Sansa Stark, aunque su acento distinguido la delate. Su cabello con colita volvió a ser rubio natural: adoptó un look incongruentemente americano de remera blanca y jeans celestes, acompañados por zapatillas rojas estilo bowling. En su dedo anular tiene un diamante enorme que encandila, cortesía de su prometido, Joe Jonas, quien diseñó él mismo el anillo. A ella le dio ganas de jugar al bowling, así que buscamos un área privada en Bowlmor, en los Chelsea Piers de Manhattan, no muy lejos del departamento del barrio Nolita al que se mudó con Jonas. ("Nuestra habitación todavía está llena de cajas", dice ella, "y también tenemos dos perros en el living".)
"Te apuesto a que Maisie no se tomó un shot en el café", dice, cuando agarra una bola de bowling. Decide anotarse como "Boy George" en la pantalla digital con los puntajes, agregando que ella y el cantante se parecen. Cuando llegan los tragos, se baja el suyo de una y sonríe. "Uy", dice. "Odio el sabor de esto, pero te emborracha." Williams describe a Turner como la compañera de escenas más simpática del mundo. Leen juntas guiones que incluso no son GoT. Así es como Turner también anima a otros jugadores de bowling: "¡Es tuya! ¡Creé en vos!... ¡Eso fue fucking brillante!".
En su bíceps izquierdo tiene un tatuaje triangular que está basado en "la teoría de Platón, de que el alma tiene tres partes: la razón, el espíritu y el apetito". Su hermano mayor Will tiene el mismo; supuestamente, él es el "espíritu". Su hermano aún mayor, James, es la "razón", pero se negó a tatuarse. "Yo soy el apetito", dice Turner. "Porque tengo hambre de todo. Necesito todo. No en términos materiales, pero por ejemplo necesito trabajos, y necesito consumir todo. Y además me gusta comer." Detrás de su brazo derecho tiene la silueta de un conejo con algo raro atrás. "No tiene ningún significado", dice. "Mucha gente dice que parecen dos conejos cogiendo."
Se pasa a una sala de billar que hay al lado, donde en una esquina hay dos sillones enormes que parecen tronos. "Muy apropiados", dice, sentándose sobre uno de ellos. Turner tiene otro proyecto, X-Men Dark Phoenix, que se estrenará en junio. Es optimista acerca de la película, a la que llama "Dark Phoenix bien hecha", un palito a la célebremente mala X-Men: Last Stand, que masacró la misma historia. "Algunas escenas son de las más intensas que hice en mi vida", dice.
Aparecer como el personaje del título en una franquicia de superhéroes implica bastante presión. "Soy un manojo de nervios", dice, aunque no lo muestra. Más allá de su actitud despreocupada, Turner tuvo lo que describe como problemas de salud mental. "Definitivamente", dice. "Depresión, ansiedad y otras cosas. Todavía los tengo, pero hice terapia, tomo medicación, y me siento mucho mejor. El hecho de haber hablado con alguien me cambió la vida."
Le dolieron posteos en las redes sociales que sugerían que la nueva apertura de las celebridades respecto de estos temas era "una moda". En cualquier caso, serían los famosos jóvenes siguiendo modas más amplias. "Es algo generacional, definitivamente", dice. "Mi mamá todavía me pregunta: ‘¿Para qué necesitás un terapeuta?’."
Turner también es una persona "muy emocional", y una gran fuente de empatía. Solía acostarse en la cama a la noche "llorando por mi personaje", lamentando la saga de sufrimientos de Sansa a manos de los hombres. "Las cosas que le pasaron a esa chica son increíbles y espantosas", dice. El viaje de Sansa para dominar su entorno fue lento; siempre fue más inteligente de lo que parecía, con Turner mostrándonos lo aguda que era examinando su mundo a través de sus ojos cristalinos.
Las penurias de Sansa alcanzaron su peor momento en la quinta temporada, cuando se casó con el monstruoso Ramsay Bolton. En su noche de bodas, él la violó. Es una escena difícil de ver, quizás la más controvertida del programa. No es el único ejemplo de violencia sexual en GoT, pero para algunos fue la gota que rebalsó el vaso. "Una violación no es un dispositivo narrativo", escribió Jill Pantozzi, del sitio web feminista Mary Sue. Benioff y Weiss defendieron el episodio, pero el tema es complicado. Cuando les pregunté cómo las reacciones cambiaron su perspectiva, borraron la pregunta de la entrevista por email.
Turner anticipó las críticas, con las que no coincide. "Esas cosas pasaban", dice, mencionando las raíces medievales de GoT. "No podemos negarlo en una serie acerca del poder."
Para Turner, el hecho de que la temporada termine con una Sansa "empoderada" presidiendo la merecida muerte de Ramsay Bolton –ella arregla que una manada de perros de él se lo devore a pedazos– "hizo que fuera una gran historia. Matarlo con los perros, esa escena me dio mucha satisfacción. Me emocionó mucho, porque hacía tiempo que esperaba que ella se levantara contra la gente que la había lastimado". Turner también disfrutó de la séptima temporada, en la que Sansa finalmente empieza a dominar los ritos de poder del programa. Más de una teoría sugiere que la serie termina con Sansa ascendiendo al Trono de Hierro: una hipótesis difícil, pero verosímil.
"Al principio yo estaba celosa de Maisie", dice Turner, "porque ella podía pelear con espadas, y hacer cosas de chica mala. Y yo pensaba: ‘Yo sé que mi personaje es muy poderoso’. Sansa se adapta mejor que Arya. Si Arya hubiera estado en la situación de Sansa al principio, le habrían cortado la cabeza. Y si Sansa hubiera estado en la posición de Arya, le hubieran hecho bullying hasta matarla... Era frustrante lo lento que era, pero eso hace que sea más satisfactorio. Estoy feliz de que recién ahora esté accediendo al poder".
Ella ve paralelos entre Westeros y Hollywood. "Hay mucho de Sansa en mí", dice Turner. "Te metés en algo, pensás que va a ser un sueño, y después te das cuenta: ‘Un momento. Tengo que ser más estratégica. Y Harvey Weinstein es Joffrey o Ramsay. O peor. Un White Walker’." Nunca tuvo que trabajar con Weinstein, pero otra figura deshonrada, Bryan Singer, la dirigió en su X-Men anterior. Singer también dirigió Bohemian Rhapsody, y Turner repite lo que dijo Rami Malek. "El tiempo que pasé con él fue, dijo Rami, desagradable."
La infancia de Turner, en el centro de Inglaterra, fue infinitamente más tranquila que la de Sansa, en gran medida dividida entre las filmaciones de Game of Thrones y la escuela. (En una época, en la secundaria, tuvo un tipo que la acosaba: "Fue horrible", dice). Sus rebeliones adolescentes eran excesivamente normales, en la línea de robar vodka de la casa de los padres para tomarlo con amigos en el parque. Como Williams, al principio planeaba ser bailarina; a los 11 años, rechazó la admisión a la muy competitiva Royal Ballet School para dedicarse a la actuación.
Turner nunca pensó que se comprometería, mucho menos tan joven. "Me estaba preparando para ser soltera durante el resto de mi vida", dice. "Creo que cuando conocés a la persona adecuada, lo sabés. Siento que tengo un alma más vieja que mi edad, que viví lo suficiente como para saberlo. Conocí la suficiente cantidad de tipos como para saberlo... y conocí la suficiente cantidad de chicas como para saberlo. No me siento de 22. Me siento de 27, 28." En cuanto a la parte de las "chicas": "Todo el mundo experimenta", dice. "Es parte de madurar. Yo amo a un alma, no a un género."
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En el último día de rodaje de Game of Thrones en el norte de Irlanda el año pasado, Williams seguía en su fase de no llorar. Se sentía vacía. "Después de terminar, volví a mi camarín", dice. "Me duché, porque estaba sucia. Arya siempre está sucia." Después salió, limpia de todo lo que era Arya Stark, y empezó a disfrutar de "un sol glorioso, un día precioso". Fue al tráiler del asistente de dirección, y agarró una cerveza, mientras el equipo daba por terminado el rodaje: "Es el cierre de Game of Thrones".
"Esa noche no salí", dice Williams, "porque no quería despedirme de todos otra vez. No podés decirle ‘Adiós para siempre’ a este programa. Es demasiado para un solo día. Es como un divorcio. Lleva un tiempo muy largo".
Por su parte, Turner lloró un montón, "porque yo lloro por todo", dice. La emocionó particularmente cuando Benioff y Weiss le presentaron un storyboard de su escena preferida de Sansa, que fue la última escena suya en todo el programa. Turner la tiene colgada en su casa; nadie lo notó.
"Me siento satisfecha con el final del programa", dice. "Todos los arcos narrativos cerraron muy bien." (Williams ofrece una pista críptica: "Después de leer la octava temporada, volví a ver la primera. Hay muchas similitudes.") Más allá de las pistas de ella, Benioff y Weiss mencionan dos finales que admiran: "El de Breaking Bad fue un punto de inflexión. Y siempre hablamos del final de Los Soprano. Por más controvertido que haya sido en su momento, es difícil imaginar un mejor final para ese programa, o para cualquier otro".
Pase lo que pase, al menos pudimos ver a Sansa y Arya Stark juntas otra vez, seguras en su casa, aunque sea por un rato. "Para Sansa, durante todo este programa, su única razón para sobrevivir fue su familia", dice Turner, que tiene un tatuaje que dice THE PACK SURVIVES [La manada sobrevive], una cita del programa. "El poder de la familia y la unidad es tan fuerte que puede mantener viva a la gente. Eso es lo más importante que me llevo del programa; la familia es todo." Sonríe, sentada en su trono en el bowling, fumando un vaporizador. "Creo que Papá Stark estaría muy orgulloso de nosotras", dice.
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