LA NACIÓN reunió a gran parte del staff de este noticiero creado por Alejandro Romay que manejaba una agenda propia y un estilo donde los hechos policiales, los misterios paranormales y los dramas familiares lograban 50 puntos de rating
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Conmueve verlos llegar. Empilchados como si fuesen a salir al aire en pocos minutos. De pronto, la foto se retrotrae cuatro décadas. Allí están. Algunos hace años que no se cruzan. Abrazos, apretón de manos, comienza el juego de las complicidades. De las añoranzas de ese tiempo donde el trabajo los convirtió en una familia sin lazos sanguíneos, pero que compartía la mayor parte del día.
Fueron los responsables de un noticiero todavía fresco en las retinas de millones de argentinos. Pero Nuevediario fue mucho más que eso. Se convirtió en un suceso que llegó a medir más de 50 puntos de rating, trascendió clases sociales y rangos etarios. Tuvo estilo propio para alejarse de la tradicional enunciación de la información y abarcar la actualidad desde las historias contadas en primera persona.
Reunidos por LA NACIÓN y, como en aquella imagen de una difundida promoción, Ángel Rey, Claudio Rígoli, Pablo Fernández, Manuel Castro, Sergio De Caro y Juan José Maderna se disponen a recordar. Junto a ellos, el camarógrafo insignia Heber Abálsamo, la productora todoterreno Yayi Villegas y Luis Costantini, quien comenzara como ayudante y hoy esgrime el cargo de jefe de cámaras de exteriores del canal. Juntos, parecen conformar una logia.
“Un show de noticias”. Así lo definía Horacio Larrosa, su riguroso, imparable e impredecible productor general, fallecido en 2010. Nuevediario se estrenó hace cuarenta años y para celebrar el aniversario, elnueve y la señal IP Noticias vienen ofreciendo especiales cuyas dos últimas emisiones podrán verse este fin de semana.
Rey, Rígoli, Fernández, Castro, De Caro y Maderna eran parte sustancial entre quienes resolvían el “trabajo de campo” de aquel fenómeno aún recordado. Junto al equipo técnico y productores eran los que metían los pies en el barro, llegaban al “lugar de los hechos” antes que la policía o los bomberos, hacían “cuerpo a tierra” mientras cubrían tiroteos, intentaban cazar algún OVNI desprevenido que se dejase ver, no se insensibilizaban ante el dolor de la carencia, hurgaban en casas “tomadas” por espectros, veneraban la mística pagana de la imagen de un santo que “lloraba” lágrimas de sangre o se ponían a disposición para organizar campañas solidarias que podrían ir desde la recolección de útiles escolares para alumnos de zonas rurales hasta movilizar rápidamente el trasplante de un órgano en un operativo sanitario.
“Era un show de noticias”, precisan todos desde el vamos, sin querer contradecir al gran jefe. Como si su espíritu rondase en la gran sala de reuniones de elnueve, donde se lleva a cabo esta entrevista coral.
Pre digital
Muy lejos de la posverdad, el metaverso y las redes sociales. Internet, un enigma. La telefonía celular, un pensamiento tan disparatado como especular con un mundo dominado por la inteligencia artificial. Nuevediario era analógico. Se hacía “tracción a sangre” y mucho sudor. “¿Recuerdan la frase de apertura?” Basta encender la mecha para que todos digan con rigurosa dicción: “El desarrollo amplio de estos títulos y el resto de la información en el orden nacional e internacional conformarán la presente edición de Nuevediario, las dos caras de la verdad. A partir de este momento le proponemos, una hora de noticias para su mejor información”. Un mantra.
Aplauden, se emocionan, después de corear la apertura. En aquellos tiempos, todos debían saber el parlamento de memoria. Nunca se sabía con qué ánimo llegaría Larrosa al estudio 4 de Canal 9 Libertad y designaría al encargado de ofrendarle su voz al inicio del noticiero. Si el productor arribaba con suéter amarillo, mejor agarrarse. Santo y seña de la irascibilidad.
¿Los hombres no lloran? Vaya antigüedad no deconstruida. Los ojos de unos cuantos ya están humedecidos luego de bramar a coro la frase iniciática. Si hasta parece escucharse la cortina musical tan característica que prologaba el “buenas noches” de la carismática Silvia Fernández Barrio y el caballero Juan Carlos Pérez Loizeau, los conductores estrella del espacio cuya edición estelar arrancaba a las 19.
Aquella melodía característica no era otra cosa que la adaptación de 25 compases del tema principal de film La guerra de las galaxias que Alejandro Romay mandó a reversionar y grabar en los Estados Unidos, luego de abonar una suma millonaria para obtener los permisos correspondientes. Así como Fernández Barrio y Loizeau, al frente de Nuevediario también estuvieron el recordado Oscar Lasalle, Guillermo Andino, Cristina Pérez, Mabel Marchesini y hasta el mismísimo Alejandro Romay, el dueño de ese canal -el único privado en ese momento- en ebullición permanente ubicado en la calle Gelly 3378, en el barrio de Palermo. Ese edificio ya no existe más. También formaron parte del equipo los periodistas Horacio Margalejo, Chicho Verdi, Julio Grassi y Luis Pedro Toni.
“Fue disruptivo, no era un noticiero tradicional como los que había en su tiempo, la gente que lo vio, lo sigue recordando”, afirma Claudio Rígoli, quien también ha sido conductor del programa y actualmente se encuentra al frente de Telenueve central (elnueve).
Ángel Rey, otra de esas caras tan arraigadas en las retinas, reconoce que “marcó una época porque la noticia era la gente”. No se equivoca. Estar cerca de la agenda cotidiana de los televidentes fue bisagra. En Nuevediario gravitaba de igual forma una conferencia de prensa en Casa de Gobierno como una manifestación de vecinos de un barrio suburbano reclamando ante la falta de semáforos en la esquina de un colegio.
“Se ofrecía muy poco contenido económico y político y más temas sociales, a través de historias de vida”, ejemplifica Sergio De Caro. “Todos estábamos al servicio de la noticia. No importaba si era un choque, un incendio o la llegada del Rey de España”, remarca Héber Abálsamo, que comenzó a trabajar en tiempos donde la cámara con la que salía a grabar las notas pesaba sesenta kilos que sus hombros soportaban estoicos.
Juan José Maderna considera: “Hubo dos personas fundamentales que condujeron al éxito, Alejandro Romay, como dueño del canal, y Horacio Larrosa, quien, como el director técnico de un seleccionado, nos dio a cada uno de nosotros el rol que nos correspondía”.
En ese engranaje, Manuel Castro se especializó en ser el estudioso profesional que decodificaba la información internacional: “Telepronter, ¿qué es eso?, no sea impertinente”, bromea este hombre que hoy es una cara histórica de Canal 26, refiriéndose a que, en aquellos tiempos, carecían del mecanismo que actualmente les permite a los conductores de los noticieros leer en una pantalla adosada a las cámaras los parlamentos que deben decir al aire. “Nuevediario abandonó la lectura a cámara, la noticia era dicha”, sentencia Maderna.
Horacio Larrosa no solo se apoyaba en su “elenco” de profesionales dispuestos a salir eyectados del canal para lograr una primicia, también contaba con su mano derecha, el productor Gustavo Siegrist, actualmente radicado en los Estados Unidos, quien sabía leer y bajar a tierra todo lo que el mandamás proponía, a veces de manera disparatada.
El teatro de la vida
Una cuota de sensacionalismo, una pizca de ficción, las voces carraspeadas y agitadas en cantidad necesaria y una dosis de planos sin cortes, algo “desprolijos”, y golpeteos de micrófonos -de funda verde con la leyenda “9″- para hacer sentir al televidente que se “metía” en esas historias terroríficas y un tanto inverosímiles como en el film Proyecto Blair Witch. Una gran receta para un plato que se degustaba en episodios. Muy poca edición -para no perder “naturalismo”- y al aire.
“Desde el imaginario social llegaban las historias que luego José de Zer con su cadencia, sus suspiros, su decir y silencios, recreaba”, describe Juan José Maderna. Su latiguillo “seguime Chango”, convocando al camarógrafo Chango Torres era famoso.
“Algo de ficción había”, coinciden los presentes con complicidad, pero guardando el secreto bajo siete llaves. Acá no se trata de romper misterios, de desangelar el mito. Que la épica siga intacta. Acertadamente, la productora Yayi Villegas -en aquel tiempo encargada de recibir el material vía satélite y de “entrenar” a los corresponsales de las provincias- recuerda que “Horacio Larrosa hablaba del teatro de la vida”.
La periodista Betty Aráoz, de tono sensible y sollozante, convertía sus entrevistas en verdaderos grotescos dignos de don Armando Discépolo. Buscaba niños perdidos o contenía el desmadre de entuertos familiares. El periodista Julio César Caram, fallecido hace dos años, tampoco se quedaba atrás a la hora de inmiscuirse en los dramas entre abuelos, padres, hijos y sobrinos.
Ángel Rey atesora fechas con memoria prodigiosa: “El 17 septiembre de 1985 salimos a correr un OVNI por la Costanera, pero luego se supo que se trataba de un globo aerostático de Australia que se había corrido de su ruta. Cuando alguien critica ese tipo de coberturas, le sugiero que vea las producciones del Discovery Channel o de History Channel, en donde te tienen una hora atrapado buscando el OVNI y sobre el final del capítulo te dicen que te lo van a mostrar en el siguiente, nadie te cuenta nada”. “Lo disruptivo era salir a correr el OVNI”, dice con sentido común Pablo Fernández.
El formato, ¿formato?, nada de modernidades, el programa, así debe mencionarse, se sostenía en una estética propia y muchas de sus noticias se desgranaban a lo largo de varios días de acuerdo a la respuesta e interés que demostraba el público.
“Carlos Grosso, quien era intendente de Buenos Aires en aquella época, dijo que, caminando por la calle Arroyo a la siete de la tarde, se escuchaba la cortina de Nuevediario salir de los departamentos”, rememora Rígoli, dejando en claro que, si en las barriadas populares era una “obligación” encender Canal 9 Libertad a las siete de la tarde, los sectores más aristocráticos -que negaban tal consumo- lo hacían de manera solapada y prejuiciosa, aunque tampoco se querían perder cómo marchaba, por ejemplo, la investigación por la desaparición de la doctora Cecilia Giubileo, uno de los temas que más audiencia le dio a este noticiero durante meses.
En medio de su agenda, también se intercalaban columnistas especializados, un equipo conformado por nombres como los de Fernando de la Rúa, Rafael Martínez Raymonda y el doctor en Ciencias Económicas Pablo Broder. José Corzo Gómez hablaba sobre la realidad de los jubilados y enfáticamente remataba con la frase “con las manos limpias” golpeando sobre el mostrador.
Cuesta poner orden. Las anécdotas se suceden y es difícil contener a todos. El “¿te acordás?” está a la orden del día. Parecen una camada entrecana celebrando un aniversario del egreso del secundario. En definitiva, Nuevediario fue una escuela. El catering muy bien servido propicia la charla distendida. Ninguno deja de agradecer reiteradamente a este medio la posibilidad del encuentro infrecuente.
El gran secreto
Un enigma desvelaba a todos. ¿Por qué las cámaras de Nuevediario solían llegar antes que la mismísima policía o los bomberos a los lugares donde acontecía la noticia? La respuesta tiene nombre de mujer, “Lolita”.
“Había que escucharla todo el día a toda voz, sin que bajase su volumen”. Yayi Villegas no se refiere a una colega del equipo de producción, sino a una radio policial instalada en la redacción del noticiero que reproducía la intimidad del movimiento de la fuerza. Increíble, pero real.
“Urgente, robo en la estación Constitución”, “Incendio en un edificio de Mataderos, enviar ambulancias hay gente atrapada”. Mientras los efectivos policiales hacían lo suyo, los cronistas de Nuevediario partían raudos hacia cada lugar. Como los móviles -automóviles comunes y corrientes- contaban con un equipo de radio, a veces las coordenadas que les enviaban desde el canal los encontraban muy cerca de los sitios afectados, con lo cual, era muy frecuente que Nuevediario “primeriara” a todos.
Los periodistas afirman: “Si estaba nuestro micrófono, éramos el primer medio en preguntar”. Ensanchan el pecho con la dudosa afirmación. Pablo Fernández, quien conformó la última camada que ingresó a Nuevediario, sostiene que el trabajo se basaba en “adrenalina y magia, ni siquiera nos interesaba nuestra seguridad o bienestar”.
Pero no solo “Lolita” servía para llegar rápido a la noticia. También el olfato periodístico, el oficio, conducían a buen destino. Heber Abálsamo cubría con el periodista deportivo Enrique Moltoni el entrenamiento de Boca Juniors cuando escuchó un gran estruendo: “Decidimos salir y seguir a una autobomba, pensamos que seguro nos orientaría hasta el lugar de los hechos. No sabíamos qué había pasado. Efectivamente, los bomberos nos guiaron bien, se trataba de la explosión en la Embajada de Israel”.
“Yo escuchaba que por la ´Lolita´ se pedían ambulancias para la calle Arroyo. Los primeros que llegaron fueron Enrique Moltoni y Héber Abálsamo y luego un fotógrafo de la revista Gente”. El camarógrafo, ya jubilado a sus 74 años, recuerda: “A veces la policía nos sacaba los casetes, entonces, cuando sucedió la explosión grabamos lo que pudimos y, rápidamente, le dimos el tape a un motociclista para que lo llevase al canal y nosotros seguir grabando en otro. El motociclista llegó en siete minutos y Romay, que se había puesto al frente del noticiero dijo muy consternado ´aquí llegó, lamentablemente, el desastre de la Embajada´”.
“Al no existir la telefonía celular, muchas veces nos comunicábamos con el canal utilizando los teléfonos públicos que funcionaban con cospeles. Cuando salíamos a la calle, teníamos una misión que cumplir, pero, quizás, nos encontrábamos con otro hecho y lo terminábamos cubriendo también”, explica Castro.
Cuando Pablo Fernández tuvo que testimoniar cómo detenían a un famoso empresario, obtuvo la única imagen esposado del mismo al preguntarle desde un vehículo a otro “¿todo bien?”, cuando el hombre se irguió y levantó su pulgar se pudo obtener la imagen. Los periodistas de Nuevediario “tenían calle”.
Otra fuente de información era el público. En la puerta del canal había gente que hacía cola, llegaba para contar sus historias, buscaba ayuda, denunciaba. Una de las razones por las que este ciclo organizaba su propia agenda. “La casa embrujada de La Plata que cubrió José de Zer fue porque hubo vecinos que llamaron diciendo que escuchaban gritos allí dentro”, recuerda Ángel Rey. Ver -o mejor dicho- oír para creer.
“Pipi” Larrosa, como lo llamaban al productor general, hacía todo lo posible para no dejar escapar una primicia. “Nos pedía retener a los entrevistados, entretenerlos en un bar o en su casa hasta sacarlos al aire tres minutos antes de las siete de la tarde, que es cuando comenzaba el programa, y así mostrarlos antes que el resto de los canales”, recuerda Sergio De Caro.
“Si terminábamos el programa con 45 puntos de rating, Larrosa te decía ´¿qué nos pasó?´”, se ríe Juan José Maderna, seguramente pensando en los números de audiencia de la televisión actual. Desde ya, aquellos eran tiempos donde no existían las señales pagas de noticias ni las redes sociales. Había cierto “monopolio” informativo en unos pocos canales de aire.
El vínculo entre cronistas y conductores era muy cordial, sin divismos. “Había un sentimiento de pertenencia de todos, por eso, cuando una periodista hoy muy famosa no quiso ir a cubrir una noticia en las villas, Larrosa la tuvo una semana adentro de esos barrios”, dice lapidaria Yayi Villegas. “Larrosa no era fácil, pero tenía un olfato especial”, elogia Abálsamo. “¿Hay fuego nene?”, solía preguntar el productor general. Si tal cosa no se producía, la cobertura no tenía sentido. Se buscaba ir al extremo.
Una vez por semana, había que quedarse veinticuatro horas de guardia, por si sucedía algo importante durante la madrugada.
Tender la mano
En una de las misiones solidarias -de las que era un gran impulsor Alejandro Romay- todo el canal, con Nuevediario a la cabeza, se puso al frente de una colecta de ayuda para una escuela rural de Salta. “Yo organicé el operativo. Horacio Larrosa me pidió que juntara todas las donaciones, así que todos los días salía en un flete en busca de todo lo que la gente nos daba. Con toda esa carga, nos fuimos en camión de Buenos Aires a Orán. En Orán, el ejército puso un súper Puma a disposición y de ahí al monte”, recuerda Luis Costantini, quien se define como “soy Canal 9″ debido a los cuarenta años que lleva trabajando en el canal.
Lo curioso es que Alicia Castillo, la maestra de la escuela, terminó formando parte del staff de Nuevediario y un editor, quien también era músico, se enamoró de ella y le compuso una canción cuya melodía hoy se sigue escuchando en las hinchadas de fútbol. El noticiero daba para todo. Fiel a su espíritu, Alejandro Romay visitó aquella escuelita salteña.
Romay, afecto a estar atento a las necesidades de sus colaboradores, a un empleado del área de limpieza le propuso sumarlo al staff técnico del noticiero y a Manuel Castro, cuando se casó, le obsequió el regalo más costoso. El hijo de Héber Abálsamo pudo estudiar gracias a una beca que le dio el dueño del canal.
Una mañana, cerca de las siete, un grupo comando armado ingresó a los laberínticos pasillos del canal y robó el dinero dispuesto para pagar los sueldos. “A las once, todo el personal estaba cobrando en tiempo y forma, así era Romay”, recuerdan los presentes. “Por año recibíamos un aguinaldo y medio, porque él repartía las ganancias de la empresa”, afirman todos.
Trascendencia internacional
En Brasil, el noticiero Aquí agora reprodujo la fórmula. Luis Costantini sostiene: “Vino un productor brasileño y se quedó mucho tiempo en Buenos Aires aprendiendo cómo se hacía Nuevediario”.
El “fenómeno” también fue estudiado en una cátedra de la universidad La Sorbona de París, dada la curiosidad académica que incidía sobre el programa. “Se trabajaba con cuatro teletipos y las agencias Télam, EFE, Ansa, NA, Reuters y los diarios”, enumera Rígoli. En el decálogo de trabajo regía que los caballeros debían vestir traje, ya que eso implicaba seriedad.
La gente les abría las puertas de sus casas a los cronistas con mucha empatía, “confiaba en nosotros más que en las autoridades”, sostiene Rey. El periodista recuerda que, más de una vez, el material obtenido era requerido por fiscales y jueces.
La muerte de Alberto Olmedo, el femicidio de Alicia Muñiz y algunos alzamientos militares fueron temas que el noticiero abordó con impronta propia. A pesar de cierta falta de infraestructura, la producción contaba con su propio helicóptero.
¿Y si volvemos?
Es tiempo de despedidas. Pareciera que nadie quiere irse. Si todavía hay tanto por contar. Aunque algunas de esas aventuras se repitieron una y otra vez en tertulias improvisadas. “¿Se acuerdan que Silvia (Fernández Barrio) dudaba del pronóstico y le hacía bromas a Juan Carlos (Pérez Loizeau) en el final?”, interpela uno de los periodistas, mientras que otro desempolva una rutina escrita a mano por Horacio Larrosa, esas que terminaba de armar quince minutos antes de salir al aire. Un documento digno de un gran cierre.
“¿Sería posible hacer hoy Nuevediario?” La respuesta no se hace esperar. “Estamos listos”, coinciden todos.
Con la colaboración de Azul Cecinini
Para agendar
Nuevediario, 40 años. Sábado 20 de julio, a las 23, por IP Noticias y domingo 21 de julio, a las 17, por elnueve.
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