70 años de política en la TV: de Evita a Intratables
La TV nació un 17 de octubre de 1951 con la transmisión de un acto por el Día de la Lealtad; desde entonces, la relación entre el poder y la pantalla chica siempre ha sido tan estrecha como tirante
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Nació en cuna peronista, precisamente un 17 de octubre de hace setenta años. Y cuando abrió los ojos por primera vez, vio e irradió la imagen de su mentora, Eva Duarte.
La más célebre foto de la primera dama de aquel entonces -la del pelo tirante, rodete, collar y gran prendedor- sirvió como señal de ajuste antes de dar paso al primer programa de la TV argentina: el multitudinario acto por el Día de la Lealtad de 1951 desde Plaza de Mayo, precisamente en el que Evita empezaba a despedirse públicamente por culpa de un cáncer que la llevaría a la tumba en menos de diez meses.
Una frase que sería un estandarte peronista para siempre fue la primera emoción del nuevo medio, al menos para los simpatizantes de aquel gobierno. “Aunque deje jirones de mi vida, yo sé que ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria”, dijo desde el balcón de la Casa Rosada y se abrazó con su esposo, una imagen icónica del justicialismo inicial que cinco décadas más tarde remedarían Néstor y Cristina Kirchner sin lograr el mismo impacto.
El presidente Juan Perón dejó hacer a su esposa, pero no se mostró tan entusiasmado con el nuevo invento. Para él –como para Getulio Vargas, Franklin Delano Roosevelt y otros líderes de su época– la radio era el medio excluyente para comunicarse, ya que había electrizado con sus transmisiones durante la Segunda Guerra Mundial, pocos años antes.
Otros militares posteriores, no Perón precisamente, se interesarían más por la pequeña pantalla: los de la Revolución Libertadora llamaron a concurso para inaugurar nuevas señales privadas en 1958; Alejandro Agustín Lanusse facilitó la intervención de los canales de TV que llevarían adelante los peronistas en 1973, y los jerarcas de la dictadura militar, entre 1976 y 1983, se repartieron los canales para manejarlos a su gusto (9 y 7, para el Ejército; 13, para la Marina y 11, para la Aeronáutica).
Pero volviendo al principio, Eva Perón se entendió muy bien con el zar de la radiofonía, Jaime Yankelevich, para quien había trabajado como actriz en Radio Belgrano antes de que la tocara con la varita mágica de la historia y la llevara en andas a la posteridad.
Yankelevich, iniciador de un clan familiar de varios nombres que forjarían páginas resonantes del medio naciente hasta nuestros días, hizo operativo el anhelo de la señora de Perón. Aunque apenas pudieron disfrutar de ese incipiente logro unos pocos meses porque ambos morirían en 1952: don Jaime, el 25 de febrero, y la “abanderada de los humildes”, el 26 de julio.
Pero la tele ya estaba en marcha, aunque era algo todavía muy poco difundido y que no se sabía bien de qué iba. Tampoco había todavía receptores en cantidad y los privilegiados que tenían la suerte de contar con uno padecían el incesante desfile de familiares y amigos que se instalaban en sus casas para curiosear y no perderse el nuevo portento tecnológico.
En los primeros años, carente de formatos propios, la TV imitaba a géneros artísticos anteriores, como el teatro, el ballet y los conciertos. Y no mucho más.
Su época más gloriosa fueron los años 60 del siglo XX, al profesionalizarse con la aparición de nuevos canales privados, que supieron volverse muy populares rápidamente. Teleteatros, programas ómnibus, telecomedias, ciclos cómicos, fútbol y series norteamericanas crearon un mix muy atractivo y de estimable calidad, con tandas repletas de publicidad envolvente. La economía todavía le sonreía a la Argentina.
Su peor época fueron los años 70, primero por culpa de una competencia exagerada que la degradó; después por la estatización de los canales de TV, dispuesta por el peronismo que regresó al poder en aquella época y, finalmente, por la irrupción, a partir de 1976, de la dictadura militar, que la sometió a la censura y a las listas negras. Una buena: la dotó de color, a partir de 1980. En paralelo, la TV por cable empezaba a crecer y a disputarle audiencia a la TV abierta.
Cuatro años después, Alejandro Romay se hizo un picnic al recuperar su canal (el 9) e imponerse fácilmente al resto de las emisoras todavía en manos del Estado.
En la menemista década de los 90, la industria audiovisual privada recobró nuevos bríos, aparecieron los multimedios y marcó la llegada de poderosos jugadores extranjeros.
El nacimiento del siglo XXI encontró a los argentinos en medio de su crisis política, social y económica más profunda, y la TV reflejó esa mishiadura: decreció la producción artística y en su lugar se multiplicaron los realities y talks shows, en tanto que los ciclos de archivo y con panelistas se volvieron moneda corriente.
De a poco, la irrupción de las redes sociales le fueron vampirizando sus contenidos y, avanzada la segunda década de este siglo, los sistemas de streaming le dieron otro duro golpe a la TV tradicional, que ya no cuenta con las audiencias enormes que solía tener décadas atrás.
Monopolio estatal en sus comienzos, asociada a las tres grandes cadenas de TV norteamericanas en la década del 60 -la ABC, en Canal 11; la NBC, en Canal 9 y la CBS con Time/Life, en Canal 13-, volvió al monopolio estatal en los 70 y así se mantuvo hasta fines de los 80 (salvo que, como ya se consignó, Romay, desde 1984, fue el único canal privado que desafió al resto de las emisoras públicas). La era privatizadora de los 90 no podía serle ajena y se expandió gracias a las inversiones extranjeras. Fue la década, además, del arranque de los canales de noticias.
En el camino hasta hoy hubo varios cambios de mano (no siempre muy transparentes). La actual conformación es bien variopinta: el Grupo Clarín, a cargo de El Trece; la norteamericana Viacom pilotea Telefe; el sindicalista Víctor Santa María es el patrón del 9 (donde persisten fuertes tironeos en la Justicia con el dueño anterior), el Grupo América manda en el canal homónimo y la TV Pública sigue comandada como siempre por el gobierno de turno y con su programación expuesta a esos vaivenes.
La televisión argentina fue casta y pura en sus primeras décadas, sin malas palabras ni sexo. Con el regreso de la democracia, en 1983, inició un destape progresivo de cuerpos, temáticas sexuales y palabras de alto voltaje. Por momentos se volvió muy procaz y escatológica. El “minuto a minuto” del rating en los últimos años le agregó un ingrediente más a su desasosiego permanente.
La política, ya como un formato televisivo más, sufrió profundas transformaciones en las siete décadas transcurridas. Estos son algunos de los casos más emblemáticos, de los que derivaron imitaciones de todo tipo:
- Tiempo nuevo. El programa conducido por Bernardo Neustadt y secundado por Mariano Grondona, desde 1966 y durante más de treinta años, resultó una innovación para el tratamiento de los temas políticos por el lenguaje llano y coloquial que proponía su artífice, y al que le agregaba una pizca académica su socio en la pantalla. Marcó la era de mayor esplendor de los programas políticos, con altos niveles de rating. “Fuga y misterio”, de Astor Piazzolla, era su inconfundible cortina musical. Dinámico y discutido, Tiempo nuevo no dejaba indiferente a nadie y todos querían ir. Muchas emisiones fueron memorables, vayan dos como ejemplos: cuando la temperamental periodista italiana Oriana Fallaci les cantó cuatro frescas a Neustadt y Grondona. Otra: cuando Bernardo debió ser sometido a una operación quirúrgica y el programa lo condujo nada menos que ¡el presidente de la Nación! (Carlos Menem). De Tiempo nuevo derivaron infinidad de programas en formatos similares, inclusive Hora clave, que condujo Grondona cuando se separó de Neustadt, en 1989.
- Mirtha, siempre Mirtha: Legrand y sus almuerzos, desde 1968 hasta nuestros días (por ahora, con su nieta Juana Viale en la cabecera) impuso a los políticos un nuevo desafío: compartir mesa con comensales de otros rubros y someterse a las agudas e inesperadas preguntas de su anfitriona. Por culpa de la política, Mirtha se peleó con Romay (muchos años después se amigaron y volvió a su canal) e Isabel Perón le levantó el programa, en 1974.
- Tato, el único: Durante tres décadas, el actor Tato Bores fue el cronista más agudo y desopilante de la política local con sus imperdibles monólogos semanales. Hoy todavía se extraña su ausencia. Nadie lo pudo reemplazar.
- Chiche/Mauro. Periodistas todoterreno ablandaron el género político a lo largo del paso del tiempo y de distintos ciclos. Samuel “Chiche” Gelblung y Mauro Viale sacudieron la modorra de los formatos formales y más serios iniciales y sumaron a los políticos como una parte más de sus eclécticos magazines generalistas y de alto impacto, cuando no escandalosos.
- Efecto CQC/ShowMatch. El programa precursor en materia de involucrar a políticos de carne y hueso en situaciones cómicas en realidad fue La noticia rebelde, pero capitalizó y potenció el fenómeno Caiga quien caiga, en sus distintas versiones. Tomar a la chacota a funcionarios y miembros de la oposición se hizo costumbre y derramó en cantidad de ciclos. Los políticos se volvieron más histriónicos y entraron en el juego. Marcelo Tinelli le sumó su impronta, con sketches, imitaciones y hasta la presencia de presidentes de la Nación en su piso, como Carlos Menem y Fernando de la Rúa (en recordada y accidenta incursión, en 2000).
- Ese maldito archivo. Desde Las patas de la mentira y PNP, más neutrales, hasta Duro de domar y 678, más ideologizados, repetir una y otra vez momentos incómodos de políticos y otras celebridades se hizo una costumbre que sigue firme al día de hoy. Entre el “tenemos que tratar de no robar por lo menos dos años”, de Luis Barrionuevo (1990), a “en el peronismo se garcha”, de Victoria Tolosa Paz (2021), hay una tonelada y media de bloopers y de momentos increíbles guardados para la posteridad.
- Presidentes mediáticos. Raúl Alfonsín, más tradicional pero magnético; Carlos Menem, el más empático con la tele, y Cristina Kirchner, la más histriónica y protestona, son los presidentes que dejaron huellas más indelebles en la pantalla casera.
- Lanata, el hombre orquesta. Creativo, inspirado editor y showman, el periodista Jorge Lanata tardó en llegar a la TV pero cuando lo consiguió, en los 90, ya nunca más se bajó y logró con Periodismo para todos cumbres de rating insólitos para un programa político sui generis, que incluye desde trabajados informes hasta risueños sketches y stand up del conductor, con soldaditos y otros muñequitos.
- Indignados. Empezó C5N, de un lado; después, Baby Etchecopar, del otro. La política tomó temperatura en las señales de cable con posturas políticas bien contrastadas (TN, Crónica TV, Canal 26, LN+, América 24). Con Intratables, más mezcladito, y Santiago Cúneo, corrido a un extremo escatológico y solitario. La grieta en su máxima expresión. Audiencias enojadas que solo buscan pantallas que confirmen sus sesgos ideológicos.
Setenta años de TV argentina. Tan amada como criticada, muchas veces nos incomoda simplemente porque nos refleja.
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