Yo, Fedra: la reescritura de un personaje emblemático, impulsado por una actuación soberbia
Analía Fedra García construye una experiencia minimalista donde una potente interpretación de Ingrid Pelicori conduce al público a través de un relato por momentos sumamente inquietante
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Autora, directora y dispositivo escenográfico: Analía Fedra García. Intérprete: Ingrid Pelicori. Luces: Marco Pastorino. Objetos: Pía Drugueri. Música: Miguel Angel Pesce. Cantantes en off: Carmen Almarza, Magdalena Dodds, Juliana Marcús, Liliana Scotto Lavinia. Interpretación instrumental: Débora García. Sala: Centro de la Cooperación, Corrientes 1543. Funciones: viernes a las 20. Duración: 50 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
A lo largo de su carrera, Analía Fedra García se ha destacado como directora tanto de textos clásicos como contemporáneos. Ha revisitado materiales como Relojero, de Armando Discépolo, o se ha involucrado en el universo de autores contemporáneos nacionales, como cuando montó Chiquitito, de Luis Cano (una de sus primeras puestas en escena), por solo citar dos de sus trabajos más destacados.
En Yo, Fedra, pieza que la tiene como autora y directora, la creadora decide reescribir la historia de un personaje emblemático que, a lo largo de la historia teatral, ha sido recreado por autores tan disímiles como Eurípides en su obra Hipólito, Séneca (Fedra) o Racine (su texto Fedra resultó un fracaso cuando se estrenó, en 1677, y hasta lo alejó de los escenarios). Y más cercano en el tiempo, el español Juan Mayorga recuperó la historia, en 2007. En Buenos Aires, la pieza se representó en el Teatro San Martín, en 2019, con dirección de Adrián Blanco, protagonizada por Marcela Ferradas.
Si bien Eurípides, en su versión del mito, le da al personaje una entidad muy fuerte y destaca la fuerza de su costado femenino, en el marco de un patriarcado que limita el lugar que ocupan las mujeres en la sociedad de la época; Analía Fedra García en su texto se anima a más.
La autora y directora en su obra cruza los tiempos (el pasado y el presente), modifica la relación sentimental entre Fedra y su hijastro Hipólito y lleva al personaje central a traspasar todos los límites posibles de su organizado mundo familiar (el amor a su esposo Teseo, la rutina diaria que desarrolla mientras espera que su amado regrese de la guerra y hasta se aleja de su historia familiar plagada de tragedias).
En esta versión, Fedra descubre que está poseída por el amor de Hipólito y es correspondida. Su realidad se modifica, su tránsito por este mundo adquiere una vitalidad inesperada. Ese joven, casi salvaje, la hace sentir una mujer plena. Pero todo se derrumbará con el regreso de su esposo. Al descubrir la verdad, Teseo descargará su ira contra esa pareja a la que califica de incestuosa. Hipólito escapará en su auto (un dato que generará en el espectador cierto desconcierto pero que la dramaturga utiliza para, sin duda, aproximar la trama a nuestra época) y será devorado por un mar agitado que se lo tragará según la imposición de los dioses.
En tanto, Fedra irá afirmando su necesidad de mantenerse en pie, enfrentar la realidad y continuar con su vida, a la vez que describe sus sentimientos en un estado profundamente doloroso. Pero no opta por el suicidio (como sucede en otras versiones de la obra). Se mantiene en pie, decide enfrentar los acontecimientos que la han castigado e intenta fortalecerse como mujer.
En un espacio sumamente despojado, Analía Fedra García construye una experiencia minimalista donde una potente interpretación de Ingrid Pelicori conducirá al público a través de un relato por momentos sumamente inquietante. Se transforma a veces en un corifeo que aporta datos sobre el universo en el que se desarrolla la acción y luego asume el rol del personaje. Para ello transitará por diferentes estados: la espera de Teseo en una casa en la que vivir resulta sumamente placentero, el despertar de su amor por Hipólito (quizás el momento más poético del espectáculo), el derrumbe de esa relación y el comienzo de una vida atormentada que la conducirá a múltiples reflexiones que le posibilitarán al espectador, seguramente, acompañarla en la toma de sus decisiones.
Pelicori, actoralmente, realiza un tránsito interior muy complejo y logra transmitir con gran intensidad cada uno de los momentos que debe atravesar. Sin suda un abanico de emociones muy amplio pero, a la vez, muy atractivo para demostrar, como en este caso, las cualidades de una intérprete que posee las herramientas necesarias para hacer trascender a una criatura tan fuerte en la historia del teatro universal.
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