Mientras escribe su segundo libro y planea una nueva obra, la directora Vivi Tellas conversó con LA NACIÓN; reflexiones de una de las figuras más disruptivas del arte actual y de la escena under de los años 80
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Digámoslo desde el comienzo: Vivi Tellas es un faro de la experimentación de las últimas décadas. Entre el teatro, el arte contemporáneo y la música, su huella aparece en lugares insospechados: fue una de las mentoras de las Bay Biscuits, la autora del tema “Cleopatra, la reina del twist”, la performer invitada en los shows de Los Redondos. Pero mucho más que un ícono de la escena de los años 80, su obra se proyecta desde la dirección teatral con una contundencia única. Creó experiencias desconcertantes como Teatro malo y Proyecto Museos y su invención de hace dos décadas, el biodrama, que lleva a escena a personas con sus historias de vida, hoy funciona como punto de partida para el trabajo de sus colegas en el país y el exterior.
Aquí está: en el primer piso de un bar de Avenida Corrientes y Scalabrini Ortiz, esa pequeña geografía de Villa Crespo aún no contaminada por la influencia de Palermo, y Tellas analiza, explica, debate. Es un placer escucharla. Sostiene que las Bay Biscuits le aportaron la novedad del humor al rock, se emociona cuando recuerda a sus amigos Ricardo Piglia y Rosario Bléfari, y remarca lo importante que fue la educación pública en su formación. De golpe, se queda pensativa, hace anotaciones en su cuaderno y vuelve a la charla. “Me gusta la idea de un espectador que no entiende bien lo que pasa, que se siente un poco incómodo. En mis obras, nunca sabés lo que tenés que hacer”, indica.
Por estos días, Vivi está metida a fondo con el armado de su segundo libro. La propuesta surgió de una editorial que le dio vía libre para escribir sobre lo que ella quisiera. La directora puso el acento en el biodrama. Recordemos brevemente: en 2003, con su obra Mi mamá y mi tía –en la que, efectivamente, subían a escena su mamá y su tía para focalizar en la trama familiar–, le abrió las puertas a este formato nuevo de teatro documental en el que la gente muestra momentos de su vida actuando en un escenario. “Para el libro, elegí la relación entre mi propia historia y el biodrama. Me detengo en elementos que me sorprenden y voy armando conexiones”.
Durante las últimas dos décadas, su proyecto de biografías escénicas, o de “buscar teatralidad fuera del teatro”, como lo define ella, la llevó a indagar en historias de personas que no son actores. Además de su mamá y su tía, eligió y dirigió a tres filósofos docentes de la universidad (en Tres filósofos con bigotes), a dos profesores de la escuela de conductores del Automóvil Club Argentino y a la única empleada que no sabía manejar (Escuela de conducción), al cineasta Edgardo Cozarinsky junto con su médico clínico Alejo Florín, quien le detectó una enfermedad y le salvó la vida (Cozarinsky y su médico), a 22 trabajadores del Teatro San Martín (Las personas) y a dos inmigrantes senegaleses en Buenos Aires (Los amigos), entre muchas otras propuestas.
Ahora suma un nuevo proyecto al caleidoscopio: quiere hacer una obra con buzos que rescatan tesoros del fondo del mar, como una forma de trabajar con “la teatralidad de respirar en el agua”. Planea presentar la obra en una sala que cuenta con una pequeña pileta de natación, aunque el proyecto todavía está en gateras.
Su curiosidad también la ha llevado por el mundo digital: a partir de sus talleres, clínicas y seminarios, se gestó una comunidad virtual que comparte las novedades alrededor del biodrama; ella es la coordinadora. “Aparecen historias increíbles desde diferentes partes del mundo. Abuelos que sobrevivieron a la guerra escondidos en un barril, gente con familias paralelas. Es muy nutritivo ver como cada uno trae su energía. Hay algo punk en mi trabajo”.
–¿Por qué punk?
–Porque en el biodrama me relaciono con personas que no son actores. Se trata de cuerpos inocentes, no adoctrinados, que vienen de otras disciplinas. Ahí veo lo punk, en el sentido de que cualquiera puede tocar la guitarra y hacer música.
–¿No suceden hechos imprevistos en escena?
–Claro, y me interesa mucho esa situación. Siempre me fascinó el error, la fragilidad, lo inestable. En la falta de certeza se puede crear algo nuevo.
–¿Qué debe tener una historia para transformarse en una obra de teatro?
–Es complejo. Primero está la elección de la persona en cuya historia encuentro elementos teatrales. Me tiene que interesar. Ese es el origen: la curiosidad. Para el armado, diseñé veinte preguntas buscando teatralidad, pero también puedo probar la dramatización. Soy una editora de vidas pensando en la escena y también le doy lugar a la ficción.
–¿Cuál es el límite a la hora de preparar la obra?
–Yo siempre me formulo preguntas: ¿hasta dónde llega la intimidad? ¿Qué se puede compartir con el público? El límite es el pudor. Puede haber una situación genial, pero si el intérprete no quiere representar la escena, no avanzo. Con actores profesionales compartimos un lenguaje que acá, en cambio, tratamos de inventar. Por eso, no se trata de vencer el pudor, sino de respetarlo.
–¿Qué sentís cuando ves que otros directores incursionan en el biodrama?
–Me divierte mucho ir a ver biodramas para saber cómo se lo piensa. A veces también me da celos (se ríe). Se volvió como un marco de trabajo teatral. Hoy, si te presentás en un concurso, representa una categoría para anotarse. A pesar de las dificultades políticas y culturales que vivimos, me siento acompañada con este género, como si fuéramos una gran familia que dialoga.
Mujeres al borde
Mucho antes de convertirse en referente del teatro, Vivi Tellas fue una estudiante de artes plásticas en la Escuela Nacional de Bellas Artes que formó un grupo femenino para jugar con la performance, la intervención, el humor. Un hilo no tan invisible conecta esa rebeldía juvenil con la artista que hoy sigue buscando incomodar. Bay Biscuits estuvo integrado por Tellas, Fabiana Cantilo, Isabel de Sebastián, Diana Nylon y Edith Kucher. El momento justo, el lugar adecuado: con la dictadura en retirada, se cocinaba el caldo para una efervescente escena porteña. En solo tres años, a fuerza de creatividad, ellas se las ingeniaron para marcar a fuego al under con un show teatral, mezcla de happening, grotesco y desenfado.
Uno de los momentos legendarios ocurrió en diciembre de 1981, cuando Charly García invitó a las Bay Biscuits al concierto de Serú Girán en el Teatro Coliseo, que culminó con el público furioso arrojando monedas al escenario. “Yo estaba chocha, feliz con lo que habíamos provocado”, dice hoy Vivi, contradiciendo cualquier conclusión apresurada sobre aquella temeraria experiencia. “Hicimos una parodia sobre el fracaso de la conquista americana, como que todo lo habíamos entendido mal. En un tono irónico, nos vestimos de nube con pelucas rubias para representar la inauguración de la primera planta espacial argentina. Nos creíamos re sexy y todo era un desastre, con una estética trash. Fabi Cantilo cantaba “Marcianita”, un éxito de Billy Cafaro. Casi nos matan”.
–¿Qué fue lo que más molestó de la presentación con Serú Girán?
–Fueron varias cosas. Yo creo que el hecho de hacer humor, y además siendo mujeres, era toda una novedad. Eso no existía en el rock, Los Twist vinieron después de nosotras. También utilizábamos mucho la parodia porque gobernaban los militares y no se podían decir las cosas directamente.
–¿Las Bay Biscuits sintonizaron mejor con las performances de Los Redondos?
–Absolutamente. Yo iba a verlos aún antes de estar con ellos, me parecían increíbles, repartían buñuelos de ricota. Era una época donde todo era muy confuso, nos divertíamos y no pensábamos mucho, porque todo el tiempo hacíamos cosas. Nos sumamos como invitadas y después volví a participar sola en sus shows con mis temas “La mamá alemana” y “Hércules”, en el que aparecía vestida de bailarina clásica. Yo actuaba que cantaba, porque no me considero una cantante.
–Son dos canciones humorísticas con una mirada femenina. ¿Existía una perspectiva de género?
–Para nada. A tal punto que hoy mi hija me dice que yo escribí la primera canción feminista de rock, “Cleopatra, la reina del twist”. La hice para las Bay Biscuits, Dani Melingo le puso música y se hizo famosa con Los Twist. Me encantaría que Shakira grabe el tema. Me imagino el video en Egipto (se ríe).
–Además de Los Twist, también Los Encargados y Man Ray grabaron tus temas. ¿No te entusiasmó la idea de seguir escribiendo canciones?
–¡Es genial! Además, cobrar derechos de autor es una cosa deliciosa. Otra de mis canciones, “Sangre en el volcán”, que grabó Daniel Melero con Los Encargados, fue tema del año para los suplementos jóvenes en 1986. Me hubiera gustado componer más, pero me dediqué a dirigir. El teatro requiere toda la energía.
–¿Es cierto que Daniel Grinbank tentó a las Bay Biscuits para producirles un disco?
–Sí, nos propuso hacer un disco e incluso grabamos unos demos con David Lebón. Todo era un malentendido. En ese momento nos llevaron al programa de Canal 9 de Quique Dapiaggi. Cuando salimos del camarín, nos cruzamos al elenco estable de danza, que hacía lo mismo que nosotras, pero en serio. La parodia se encontró con el origen y ahí se anuló el chiste, ya no era gracioso ni tenía sentido. Ese fue el fin.
El big bang de la audacia
Después de la separación de las Bay Biscuits, llegó la diáspora. Tellas, quien era el cerebro del grupo, se abrió camino con paso firme en el teatro. Realizó una serie de performances, números y creaciones individuales y colectivas –con un arco de figuras que iba desde Batato Barea hasta Rosario Bléfari–, mientras terminaba sus estudios en la carrera de puesta en escena de la Escuela Municipal de Arte Dramático. Uno de sus experimentos más asombrosos fue Teatro malo, entre 1986 y 1990, que consistió en la presentación de tres obras del autor Orfeo Andrade llenas de errores de sintaxis que los actores recitaban textualmente. Ella lo explica así: “Las obras eran un desastre y a la vez creaban un mundo fascinante. El público se tiraba al piso de risa. Era gracioso y a la vez desconcertante”.
Otra de sus propuestas más recordadas fue Proyecto Museos, que realizó durante la década de 1990. Como curadora, relevó museos no artísticos –Museo Aeronáutico, de la Morgue, del Ojo, entre muchos otros– y convocó a quince directores para trabajar a partir de sus recorridos al museo y de una serie de encuentros coordinados por ella. Como resultado, cada obra se presentó en el Centro Cultural Rojas. “Soy muy inquieta y siempre visito los museos más extraños. Son como los desechos organizados de la humanidad, entonces me parecía que el teatro podía darles una segunda vida”.
Absolutamente multifacética, siempre asociada al riesgo y a lo alternativo, creadora de conceptos y géneros, Tellas también se desempeñó en la gestión cultural y en la docencia, y como directora montó versiones muy singulares de La casa de Bernarda Alba y de Bodas de sangre, de Federico García Lorca, en el Teatro San Martín, junto con Guillermo Kuitca. Además, tuvo su paso por la ópera contemporánea, poniendo en escena la obra de John Cage en el Teatro Colón. Tal vez por eso afirma que su espíritu es salir del canon de lo establecido. “Voy buscando en lugares contradictorios que chocan. Quiero que el arte me despierte, me haga pensar en algo nuevo y me ubique frente a lo desconocido. En ese aspecto soy muy ambiciosa”.
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