
Vigencia de un grotesco
"Stefano" , de Armando Discépolo. Intérpretes: Perla Santalla, Daniel Tedeschi, Daniela Catz, Esteban Pérez, Beatriz Spelzini, Mariano Miquelarena, Luis Brandoni y Horacio Roca. Música: Luis María Serra. Vestuario: Maribel Solá. Iluminación: Guillermo de la Torre y Daniel Zappietro. Escenografía: Guillermo de la Torre. Dramaturgia y dirección: Juan Carlos Gené. Duración: 100 minutos. Estreno: 20 de septiembre. En el Teatro Cervantes.
Nuestra opinión: muy bueno
Las nuevas versiones que se realizan de los grotescos de Discépolo siempre movilizan extrañas sensaciones. Una de ellas es la expectativa que se genera sobre las puestas que se elaboran para llevar el drama de los protagonistas; otra es la lectura que se puede realizar sobre hechos muy puntuales de la historia social argentina. Finalmente, la vigencia que pueden tener esos textos que fueron escritos hace más de 70 años.
Pero en esta oportunidad, desde la subida del telón del Cervantes, el diseño escénico advirtió que aires frescos se habían colado entre las líneas del texto y permitieron que el conflicto del protagonista adquiriera actualidad en estos tiempos que corren, también de desolación.
Porque más que actual resulta el planteo de la frustración, que se traduce en fracaso, y el agobio por la pérdida del trabajo. Aunque Juan Carlos Gené realizó un proceso de dramaturgia, "Stefano" reafirma la envergadura del dramaturgo que fue Armando Discépolo.
Sus parlamentos, a pesar de la dureza de los significados, todavía conservan la belleza de una poética que conmueve mucho más que las acciones mismas. En la palabra están encerradas la armonía dramática y la filosofía de un poeta que no pudo escapar al desencanto de la época que le tocó vivir.
Discépolo, hijo de italiano, no logró evitar ese extraño influjo del ser inmigrante: ese buscador de ilusiones en tierras lejanas, que se niega a abandonar la ilusión de un ideal que, como una "mariposa", revolotea ante la fantasía de muchos soñadores. Por aferrarse a ese ideal, el hombre sucumbe ante la impotencia y la frustración.
Fuerte respaldo
Este es el tema de "Stefano" que Gené remoza con una puesta que pone de relieve, desde las elocuentes paredes traslúcidas de la escenografía, a aquella generación de inmigrantes que vinieron a poblar el país. Lo refuerza la proyección de imágenes que rescatan la llegada de buques cargados de rostros serios y de esperanzas en los bolsillos.
Por todo ello sobró, en un prólogo agregado para esta versión, el discurso de Juan Bautista Alberdi, de 1858, donde se refiere a la política inmigratoria.
Ya está incorporado al imaginario colectivo.
Tiene que ver en el resultado la actuación de Luis Brandoni, que consigue dar carnadura a ese ser, contenido en su amargura pero dejando resbalar ese lamento íntimo que siente ante la frustración.
Es, y es un mérito, un intérprete cabal del grotesco, de la misma manera que Daniel Tedeschi, Horacio Roca y Perla Santalla, profesionales que han transitado las palabras del drama nacional con la fuerza necesaria como para encarar ahora eficientemente esta especie teatral que no le calza a cualquiera.
Beatriz Spelzini, como la esposa, está correcta, pero no logra desprenderse de esa pátina quejosa constante, ni siquiera en presencia de su amado hijo. Daniela Catz (Ñeca), por su parte, obligada a un constante lloriqueo, no encuentra matices para hacer verosímil su personaje. De los jóvenes, Esteban Pérez (Radamés) encara con decisión a su criatura de mente limitada. Mariano Miquelarena, por el contrario, no logra ser convincente.
Finalmente, la escenografía de De la Torre, con un diseño que aprovecha las dimensiones del escenario sin perder la intimidad que necesita la pieza, acentuando, igual que la música, ese vestigio de deterioro moral y desesperanza que siempre parece albergar los grotescos de Discépolo.
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