Verdi, Wagner, Puccini, como dramaturgos
En la edición del 10 del actual, adn Cultura publicó una espléndida nota de Pablo Gianera sobre el bicentenario de los nacimientos de Verdi y de Wagner, y la rivalidad entre ambos por la primacía en el campo de la ópera. Wagner anunció al mundo que había creado un nuevo género: el drama musical. ¿Qué serían, entonces, las óperas de Verdi?
De todos los aspectos que ofrece esa histórica rivalidad, me interesa el relativo a los libretos. Con Wagner no hay mayor problema: él es su propio libretista, se toma todo el tiempo del mundo para que sus personajes se expresen con característica puntillosidad germánica (no exenta de pedantería). Palabra y música se integran perfectamente y esa unidad es la acción del drama. La melodía infinita se desenrosca con precisión, envuelta en la no menos infinita sensualidad del compositor. Julien Green definiría la orquestación de la muerte de amor de Isolda como "una serpiente que se muerde la cola".
Verdi, en cambio, discute con sus libretistas, los hostiga, los irrita y termina por convencerlos. O, al menos, se resignan. Su colaborador habitual era Francesco Piave, pero encontró finalmente el libretista que necesitaba en Arrigo Boito, quien le proporcionó las dos obras maestras de su gloriosa ancianidad. La singular audacia musical de Otello y Falstaff responde a sendos libretos de altísima calidad literaria, poética. Donde culmina la pasión que siempre tuvo Verdi por el teatro:"I masnadieri" y "Don Carlo", sobre obras de Schiller; "Rigoletto" y "Hermani", a partir de dramas de Víctor Hugo, "Macbeth" y los otros títulos ya citados de Shakespeare, lo atestiguan. No se llegó a concretar, lamentablemente, Rey Lear .
El campeón de las complejas relaciones con los libretistas es Puccini. Sus favoritos eran Illica y Giacosa, ambos hombres de teatro de probada capacidad, pero simples aprendices frente al instinto dramático del compositor. Quien también se sirve a menudo de triunfos escénicos, como Madama Butterfly y La fanciulla del West (" el primer spaghetti western de que se tenga memoria") ambos sobre piezas de David Belasco, y Tosca , sobre el dramón de Victorien Sardou.
Fueron famosas en Torre del Lago las sesiones de trabajo de Puccini con sus libretistas: las discusiones, a gritos, se oían a distancia, en la pequeña aldea de entonces. Pero lo más común era que se comunicaran por telégrafo, ya que los libretistas se movían de Milán a Roma y a Turín. Se conservan en el museo que es hoy la casa de Torre del Lago esos testimonios de una compleja pero finalmente fructífera relación. De los que se deriva una certeza: Puccini siempre tuvo razón.