Mientras los miércoles hace La vida extraordinaria, una obra de culto estrenada en 2018, de jueves a domingos sube a escena para dar vida a Nora de Musicardi, el inolvidable personaje que interpretó Betiana Blum en el film de Alejandro Doria; “por la reacción del público, esta obra parece un recital”
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Valeria Lois es una de las actrices más inquietantes de la escena. Es, también, una de esas trabajadoras del teatro acostumbrada a subirse a escena con distintos espectáculos al mismo tiempo, porque su cuerpo parece pedírselo. Debe ser por eso que su hijo tiene la costumbre de despedirla, aunque se vaya de su casa un lunes a las tres de la tarde, con un “mucha mierda, ma”, como si cada vez que cruza la puerta es para subirse a un escenario e interpretar otras vidas que habitan el mismo cuerpo.
Actualmente, la talentosa actriz de tantas obras de Gustavo Tarrío, Mariano Pensotti o Lisandro Rodríguez; la psicóloga de las series Guapas y Silencios de familia o la ministra de Seguridad de División Palermo; los miércoles presenta en El Picadero, La vida extraordinaria, la obra de Mariano Tenconi Blanco que protagoniza junto con su amiga Lorena Vega. En ese elogiado trabajo estrenado en 2018 y que transcurre en Tierra del Fuego, compone a una tal Aurora, una docente de vida tan nimia como extraordinaria que escribe poesía. De jueves a domingo, es una de las piezas claves de Esperando la carroza, el texto de Jacobo Langsner que dirige Ciro Zorzoli que se ha convertido en poderoso tanque del circuito comercial porteño. En el gran escenario del Teatro Broadway es Nora de Musicardi, el personaje que en la película estuvo a cargo de Betiana Blum dando vida a una mujerota sin filtro dispuesta a todo.
Como si fuera un punto intermedio entre las dos obras en la que está trabajando, el encuentro con LA NACION se produce antes de las función de La vida extraordinaria, pero un bar ubicado muy cerca en donde se cumple el rito de presentar la historia de Mamá Cora que forma parece formar parte del ADN argento o, si se quiere, la obra que retrata a ese ADN. Las funciones de Esperando la carroza tienen algo del orden de fiesta popular. Pero, para ella, llegar a ese momento tuvo sus vericuetos. “Yo padezco mucho los ensayos porque son momentos de mucha inseguridad, mucho miedo, mucha prueba. Igual, ya la flasheaba porque me daba cuenta de que estaba frente a una acontecimiento muy importante -apunta ni bien se enciende el grabador-. Cuando llega el momento de las funciones me llega una especie de alivio por haber ya pasado todo aquello tan necesario. Ahora, todo es una fiesta. Durante las funciones pasan cosas rarísimas. Por la reacción del público, es más un recital que una función teatral. Es como si la misma gente se estuviera reencontrando con algo. Se produce un acontecimiento muy fuerte, muy arriba; y mirá que tengo experiencia, pero esto es distinto. Seguramente a eso se suma la conformación de un elenco compuesto por 11 actores que venimos de lugares distintos. De todos modos, la unión de esos mundos genera algo muy agradable, muy divertido. Nadie se ahorra nada, es puro arrojo y el público se engancha siempre. Cada vez que Paola Barrientos da un pie, la platea responde.
Romper barreras
-Impresiona que la historia de Mamá Cora supera barreras generacionales gracias a la película, que es de 1985.
- Mi hijo, de 15, se sabe todo. Hay algo de película de Alejandro Doria que claramente supera lo generacional. Antes del estreno yo tenía mucho miedo, estábamos asustados porque éramos conscientes de todo ese peso; pero decidimos pasarla bien, que haya joda en el escenario aprovechando que es un texto que tiene todos los elementos para que eso suceda.
- Sin embargo, cuando Ciro Zorzoli te propuso sumarte al elenco, vos dudaste.
- Re. No sabía si quería hacer teatro comercial, me daba miedo volver a entrar en esa vorágine. Vengo de hacer mucho teatro después de la pandemia. Cuando aparezco en un cumpleaños, mis amigos se sorprenden porque no estaban acostumbrados a verme. Mi hijo, cuando me voy de casa, aunque sea un lunes a las tres de la tarde, me dice “chau, ma; mierda”. Piensa que siempre estoy yendo a actuar. Por eso dudé cuando Ciro me lo propuso y porque me daba cosa eso del teatro comercial con su ritmo, las exigencias, las fotos para la puerta del teatro y los afiches que, por suerte, no fueron fotoshopeados. Me encanta que sean nuestras caras hechas pelota las que están en la puerta del Broadway. Cuando me convocaron, lo consulté con mis amigas, una ellas fue clara: “¿Vos te vas perder de decir ‘Thank very much pero un domingo así yo no paso, es cosa de hábito’?”, me dijo. Y acá estoy, super contenta. Tenemos funciones de jueves a domingo y confieso que los días en que no hay función, la extraño en el cuerpo.
-Y, como querés que tu hijo te siga despidiendo de la misma manera, los miércoles hacés La vida extraordinaria.
-No me la quise perder [se ríe]. Si hay lugar en la agenda, las ganas de hacer esa obra siempre están, no quiero ahorrarme la situación de actuar ese texto. Y tené en cuenta que no estoy haciendo La mujer puerca, el texto de Santiago Loza dirigido por Lisandro Rodríguez, porque es una trabajo que me requiere mucho tiempo. Para mí, cada función de La mujer puerca es ir de campamento. Llego a la sala como tres horas, nos tomamos mates con Lisandro Rodríguez, mucha charla...; yo sé que esa obra me espera siempre.
-¿Le encontraste puntos en común a Nora, de Esperando la carroza, con Aurora, de La vida extraordinaria?
- ¡Sí, re! Los estallidos y la cosa física de Nora, de cuando se pudre todo, es un juego similar al disparate de Aurora cuando se le mueve tanto el piso de su cotidiano. En ambas, yo siento que me arrojo al mismo lugar teniendo en cuenta que son distintos cuerpos, el camino que hacen. Y veo en Nora una especie de torpeza para ser mala un tanto similar a la de Aurora, aunque en ese caso su torpeza es no poder procesar su despertar sexual, el metejón que siente por un tipo.
-¿Volviste a ver la película?
-Una vez, con mi hijo. La vi tratando de no mirar, digamos. Entre nosotros nos ayudamos a sacarnos la peli de la cabeza. De hecho, mi Nora no está con un vestido rojo como la de Betiana.
-En perspectiva, es tu primer trabajo en un tanque de la avenida Corrientes que viene liderando la taquilla.
-Hubo un reemplazo a Mey Scápola en Bajo terapia que le fue muy bien. Cuando hice La verdad, con Juan Minujin, Jorgelia Aruzzi y Héctor Díaz; también fue un éxito. Pero esto es algo distinto, el murmullo que se escucha de la gente al entrar y lo que pasa al final tiene algo más de recital. Un amigo que vino a verla me decía que no era teatro comercial, que era teatro popular. Creo que la cosa va por ahí. Vemos al público con unas caras de alegría que pareciera más el espectador de Titanes en el ring cuando aparecía la momia.
-El años pasado estuviste en ATAV, la penúltima telenovela de Polka; en Divisón Palermo, de Santiago Korovsky que está en Netflix. ATAV fue casi la despedida de Polka, productora en la que ya habías trabajado en otras oportunidades; mientras que División... fue la contracara: la llegada de algo novedoso.
- Lo de ATAV fueron muchos meses de trabajo con pocas apariciones de mi personaje, lo cual me permitía seguir con las obras de teatro; y fue volver a Polka, el lugar en el que todos sueñan con trabajar cuando empiezan en esto. No fue fácil porque las cosas en Polka ya estaban algo degradadas, más allá de contar con el equipo maravilloso que siempre puso lo mejor; pero ya veías que las lamparitas estaban a punto de quemarse. Y División Palermo, que me pareció extraordinaria, fue la demostración de que se podía hacer en la Argentina algo una serie decididamente irónica.
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