Una vida consagrada al teatro
Hoy, a las 18, habrá un homenaje en el Salón Dorado del Cervantes
Detallista, intuitivo, dúctil, talentoso. Estos son los calificativos que definieron al actor Ernesto Bianco, que mañana cumpliría 80 años.
“Soy minucioso –dijo en una oportunidad–, elaboro racionalmente los personajes y nunca termino de componerlos. Pienso todo el tiempo en mi papel porque el trabajo no termina el día del estreno, sino que más bien comienza allí.”
Con esta premisa transitó la cuerda cómica y dramática. Y no tuvo miedo de encarar ningún género. Cuando incursionó en un programa cómico de televisión “El botón” vivió la experiencia de verse criticado por haberse involucrado en un producto de menor calidad.
“El trabajo en TV –afirmaba–, además de solucionar el aspecto económico (los actores también tienen hijos que educar, por ejemplo), permite elegir la obra interesante y estar vigente, presente en la memoria de los productores y directores. Soy serio y hago seriamente los números cómicos y los acepté porque pienso que tengo ductilidad suficiente, que puedo hacerlos bien, y, además, que son auténticos.”
Pero, además, la carrera de Bianco tuvo destellos de talento, en esos arrebatos intuitivos que le permitían revelar la profunda esencia de los personajes más diversos, experiencias que se registraban sobre todo en su labor teatral. Prueba de esto es el premio Argentores que le fue adjudicado en 1960 por su actuación en “Hombre y superhombre”, de Shaw.
Inteligente y sensible, salió airoso de los compromisos más difíciles. Su entrega al gran teatro no le impidió el lucimiento en otros géneros como la comedia y el vodevil, pruebas indiscutibles de su ductilidad, a la que enriquecía con su simpatía personal.
Ernesto Bianco (Oscar Ernesto Pelicori), porteño nacido el 20 de junio de 1922, había estudiado en el entonces Conservatorio Nacional de Arte Dramático, que dirigía el gran maestro de actores Antonio Cunill Cabanellas. Fue por sugerencia de éste que el actor adoptó el apellido materno Bianco para realizar su debut, en 1946, en “La rosa azul”, de Eduardo Borrás, que ofrecía la compañía de Luisa Vehil en el teatro Empire.
A partir de ahí inició una largo periplo que lo llevó a protagonizar diferentes obras de la dramaturgia universal. En un repertorio ecléctico, Bianco encontró una fuente de nutrición para su oficio.
“Sería absurdo decir que me he trazado un camino, pues éste se ha presentado por sí solo –expresó en una entrevista–. Creo que un actor debe prestarse a todo tipo de papeles, sin predilección por ninguno, aunque por supuesto me gustan los clásicos, como Molière, Shakespeare, Anouilh, por ejemplo. Pero no porque reflejen a un tipo de personaje sino todo lo contrario, porque reflejan la diversidad.”
Con estos principios interpretó al caballero Hans en “Ondina”, de Giraudoux; a John Tanner en “Hombre y superhombre”, de Bernard Shaw,una de las interpretaciones más aplaudidas de su carrera; al propio Shaw en “Mi querido mentiroso”, de Jerome Kilty; a Carlos de Moor en “Los bandidos”, de Schiller; al atormentado protagonista de “Después de la caída”, de Arthur Miller, o al hidalgo “Cyrano de Bergerac”, de Rostand, que fue su último trabajo.
Títulos como “Can-Can”, de Cole Porter; “La dama de Maxim’s”, de George Feydeau; “El hombre de la Mancha”, de Dale Wasserman, le permitieron demostrar su histrionismo para la comedia brillante y llegar a un publico mayor.
No se privó del gusto de dirigir “El hombre, la bestia y la virtud”, de Pirandello, en la que también actuaba. “Prefiero actuar –dijo en una entrevista–. Me dan ganas de dirigir cuando veo que el director (incluso “grandes” directores) no entiende la cosa. Yo estoy pendiente de todo. El teatro es eso, ritmo, escenografía, luces, todo.”
Entre el cine y la pantalla chica
Pero, sin lugar a duda, fue la televisión (“El botón”, “Mi cuñado”, “Mamá tenía alas”) la que le dio popularidad. “No son espectáculos pretenciosos y de mala calidad –afirmaba con unas palabras que aún hoy tienen vigencia–, como muchas telenovelas, o espectáculos populacheros perniciosos o denigrantes para el público, sino que tienden buenamente a hacer reír, cosa nada fácil, por otra parte. Desearía poder hacer en televisión programas de alta calidad, como “Cosa juzgada” (dirigida por David Stivel), pero imponer uno de esos programas frente al desgraciado fantasma del rating tampoco es fácil.”
En cambio, el cine no le ofreció su gran oportunidad a pesar de contar con una filmografía de más de 20 títulos. Debutó en “La cuna vacía”, de Carlos Rinaldi (biografía del doctor Ricardo Gutiérrez), y continuó con, entre los más destacados,“Bajo un mismo rostro”, de Daniel Tinayre; “El conde de Montecristo”, de León Klimovsky; “La dama del mar”, de Mario Soffici; “La película”, de José María Paolantonio, y en un párrafo aparte, “Psique y sexo”, de la que Bianco fue guionista y director.
Integrante, junto a Orestes Caviglia e Inda Ledesma, del grupo Gente de Teatro Asociados, Bianco alternaba su actividad interpretativa con otras tareas. Una de ellas fue su compromiso gremial, que lo llevó a ocupar la secretaría general de la Asociación Argentina de Actores. La otra, la pintura, una vocación no postergada, llegando a realizar la exposición “El actor”.
Pero, indiscutiblemente, su gran amor era el teatro, del cual Ernesto Bianco opinaba que era una liberación curativa. “Tan curativo es que, a veces, he entrado al teatro enfermo, con fiebre, y he salido perfectamente sano y feliz. Será porque soy muy niño y todo esto es un juego.”
Cuando estaba representando “Cyrano de Bergerac”, Bianco subió al escenario con síntomas de un trastorno cardíaco. En esta oportunidad el teatro no pudo aliviar su lesión y el 2 de octubre de 1977 (se cumplirán este año 25 años de su desaparición) su corazón decidió bajar el telón.
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