Una trama definida por los teléfonos celulares
Móvil
Libro: Sergi Belbel/ dirección: Jorge Azurmendi/ intérpretes: Ana María Castel, Cristina Dramisino, Heidi Fauth, Hernán Muñoz/ iluminación: Magdalena Ripa Alsina/ escenografía y vestuario: Micaela Sleigh/ proyecciones: Lucio Bazzalo/ música y diseño sonoro: Rony Keselman/ funciones: martes, a las 20.30/ teatro: Maipo Kabaret, Esmeralda 443/ duración: 70 minutos
Cuando los teléfonos -cada vez con más funciones- de los espectadores se apagan, se prenden los celulares de los cuatro personajes de esta obra de Sergi Belbel, autor ya conocido por el público local (Hombres! y Criaturas, traídas por una compañía catalana; Después de la lluvia, Caricias, en versiones locales). Y prendidos a sus aparatos, Sara, Rosa Claudia y Juan casi no paran de hablar, pero sin llegar a ninguna forma de verdadero intercambio, de reciprocidad, de escucha mutua. Y sin embargo cada uno de ellos, con diferentes tonalidades e intenciones en sus monólogos, parece tomado por lo que se ha dado en llamar el sentimiento de soledad de la era Internet: ultraconectados y a la vez aislados, una gran mayoría de los humanos vive con su celular como si se tratara de una suerte de prótesis de la que apenas puede tomar distancia, y hasta existe una palabreja para designar el miedo a quedar desconectado: nomofobia?
Sin whatsapear, sin mandar SMS ni imágenes ni emplear otras aplicaciones actuales, sólo hablando, los personajes de Móvil se convierten en los vértices de un cuadrilátero, con sus correspondientes diagonales. Sara y Rosa (madre e hija de treinta y pico, los roles mejor diseñados), Claudia y Juan (mujer madura y hombre joven, capciosamente presentado) van a converger en el hotel de un aeropuerto donde acaba de producirse un atentado (un tema de desgraciada vigencia, apenas rozado). Si bien los protagonistas casi no se escuchan entre sí, el azar -como en una comedia de equivocaciones- hace que presten oído a confesiones que no les estaban destinadas, e incluso que en algún caso se apropien de un discurso ajeno para hacer su propia catarsis.
Curiosamente, aunque se trata del mismo director y de parte del elenco que la presentó el año pasado en un semimontado, la puesta estrenada no genera risas en la misma medida que en aquella ocasión. Algo del potencial humor negro del texto sólo aflora circunstancialmente, en particular gracias a la comunicativa ambivalencia tragicómica que irradian Ana María Castel y Heidi Fauth. Acaso a Cristina Dramisino, notable actriz probada en diversos géneros, todavía le falte tomarse menos en serio su ejecutiva tirando a villana.
Innecesaria la mampara para dejar entrever el encuentro sexual -sin celular de por medio- de la mujer mayor y el hombre joven, situación que quiebra provocativamente un tabú social establecido a la vez que pone de manifiesto las pulsiones que suelen liberarse en situaciones extremas. Las proyecciones de imágenes alusivas y los continuos sonidos ambientales, sumados a la música, arropan en exceso este espectáculo.