Una reflexión sobre los límites de la teatralidad
Montaje de Adamovsky, sobre un texto de Jürgen Berger
Elsa, de J. W. Berger. Dirección: Carolina Adamovsky. Elenco: Gaby Ferrero, Javier Lorenzo y Ellen Wolf. Escenografía y vestuario: Magda Banach. Iluminación: Matías Sendón. Espacio Callejón, Humahuaca 3759. Funciones: viernes y sábados, 21. Duración: 90 minutos.
Nuestra opinión: buena
La base estética sobre la que se apoya la experiencia que llevó a cabo Carolina Adamovsky con el crítico alemán, y ahora dramaturgo, Jürgen Berger, forma parte de uno de los caminos más transitados, a través de diversas formas, lógicas y procedimientos, por el teatro contemporáneo.
Traduciendo esta experiencia escénica a un lenguaje descriptivo, se trata de un intento de reflexión, una vez más, en torno a los límites de la teatralidad, al buscar formas de representación que pongan en tensión la idea de verosimilitud y de verdad. Para ello se usan historias provenientes de la vida real de las personas y con un formato escénico que intenta escapar de las lógicas representativas convencionales, aunque, hay que decirlo, la tensión siempre surge, puesto que cualquier cosa que sea puesta sobre un escenario termina irreductiblemente convertida en signo, como bien han demostrado ciertos trabajos disímiles de Federico León, Lola Arias, Stefan Kaegi y hasta José María Muscari, entre muchos otros.
Elsa es una propuesta inspirada en algunos momentos biográficos de la actriz Ellen Wolf, conocida por el público porteño por su interpretación de la abuela de La omisión de la familia Coleman . Su vida, según se cuenta, ha sido de un nivel de intensidad que por momentos se vuelve inenarrable. Tuvo que huir del nazismo en su adolescencia; una de sus hijas, Lily, fue secuestrada y finalmente desaparecida durante la dictadura argentina, quedando su hijo, Sebastián, a cargo de su abuela, quien tuvo que hacerse cargo, luego de la viudez, de la estancia y descubrir, recién allí, que su marido le había sido permanentemente infiel con relaciones homosexuales.
Cuestión de tono
El hecho de que el autor no sea argentino genera ciertas dificultades al momento de aproximarse a la historia de la dictadura en nuestro país. Si para nosotros todavía hay muchas preguntas, imaginemos lo que puede ocurrir con un extranjero. Y dado que eso es un problema irresoluble, Berger eligió introducir su propio desconocimiento sobre el tema dentro de un marco que lo justifica: el desarrollo de la obra consiste en el armado de un video para introducir en una cápsula del tiempo para que los hombres del futuro puedan conocer esta historia. Y con esa excusa, el relato debe estar simplificado y desproblematizado. Esto exige que el espectador pueda alejarse de sí y componer él mismo un personaje que viviendo en el futuro intente entender quiénes fueron estos sujetos del pasado que él desconoce y no comprende.
Pero el problema no está tanto en el texto como en el tono elegido por Adamovsky para su representación. El haber recurrido a un código a través del que se emula cierto tono improvisado, coloquial y cotidiano, hace que el espectador no pueda despojarse de quien es y entre en la dimensión poética requerida. Esto también repercute en el desempeño actoral de Gaby Ferrero y Javier Lorenzo, a quienes por momentos se los ve incómodos en la escena. Otro es el caso de Ellen Wolf, ya que se encuentra limitada de antemano por ser persona y personaje al mismo tiempo.
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