Una puesta conmovedora y fuerte
Todos los judíos fuera de Europa (primera obra de la Trilogía del nazismo). De Leonel Giacometto. Dirección, puesta en escena y ambientación: Alejandro Ullúa. Con Salo Pasik, Regina Lamm y Alejo Ortiz. Música original: Sergio Vainikoff. Soprano: Ana Moraitis. Luces: Marco Pastorino. Vestuario: Cecilia Gianotti. Producción ejecutiva: Paula Bustos Brea. Sábados, a las 19, en el Teatro del Artefacto, Sarandí 760. Duración: 60 minutos.
Nuestra opinión: muy buena
Temas como el holocausto de la Segunda Guerra Mundial, la masacre armenia o la desaparición de personas en la dictadura argentina son frecuentes en la escena teatral, pero nunca dejan de conmover y ser distintos, a la vez. Leonel Giacometto escribió un texto intenso y Alejandro Ullúa le dio profundidad a través de una pintura que tensa al espectador, y a la vez, lo conmueve y sacude.
La historia de Todos los judíos fuera de Europa transcurre en Dantzig sobre el final de la década del 40, en el estudio del profesor Bergman, un universitario que trabaja para el régimen alemán. Llega contratado como escribiente un joven judío proveniente de un campo de concentración, mientras la Wermacht planea aquella estrategia de trasladar a los judíos europeos a la isla de Madagascar. Esa llegada perturba y modifica la vida de los que viven en esa casa expropiada.
Giacometto estructuró bien su pieza. Fue cuidadoso en la confección de sus criaturas, de personalidades bien definidas. Durante la primera parte queda bien plasmada la lucha de poderes entre el profesor y el ama de llaves nazi. Luego hay un crescendo lógico e inquietante que da paso al vínculo entre el hombre y el joven judío.
Con su puesta, Alejandro Ullúa consiguió crear una tensión permanente que tiene puntos fuertes en la primera parte y se consolida sobre el final. "Estamos ganando", dirá contradictoriamente Herr Bergman y traerá unos recuerdos vinculados con un pasado más cercano.
Ullúa aprovechó muy bien el espacio, con poca escenografía, pero la necesaria, y estructuró su puesta en dos frentes. No es algo caprichoso, sino que aprovechó la forma poco convencional de la sala del Artefacto. Pero como los personajes entran y salen por la puerta por la que, en un principio, entraron los espectadores, se recomienda sentarse de frente a ella para apreciar a pleno los ricos momentos e imágenes que se suceden en la entrada.
El director evidencia una gran madurez escénica e incorporó acciones y situaciones en las pausas y puentes entre escenas, momentos alimentados de manera excelente por una partitura sublime de Sergio Vainikoff, uno de los músicos que mejor entienden el lenguaje dramático. Asimismo, Ullúa consige una buena armonía de tempos.
Marco Pastorino también realizó un aporte esencial en esta propuesta. Se arregló con poco, pero puso discurso en su iluminación y, sobre todo, elocuencia en los momentos culminantes.
Un brillante Pasik
Hay unos pocos instantes, en la mitad de la obra, donde lo discursivo toma un lugar protagónico. Esto no está mal, pero sería peligroso en manos de actores no experimentados. Y Salo Pasik es un pilar en esta puesta. El proceso y el tránsito que logra con su personaje lo lleva a momentos en los que lleva los hilos no sólo de la acción sino de la emoción que provoca la misma propuesta. Es un buen contrapunto en las primeras escenas, luego pone tripas y, con generosidad, modifica a Alejo Ortiz en el transcurrir de la acción. El joven actor realiza una muy buena composición de un rol nada fácil. Es un hombre que no sabe cuál será su futuro. Esa esperanza y esa desesperanza conviven juntas y combaten también en forma permanente dentro suyo. Consigue plasmarlo y conmueve. Por su parte, Regina Lamm también pone oficio con un personaje que parece diseñado para ella. Presencia escénica y teatralidad a flor de piel.
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