Una obra para atravesar todos los estados emocionales
COMO SI PASARA UN TREN / Dirección y dramaturgia: Lorena Romanin / Intérpretes: Luciana Grasso, Silvia Villazur y Guido Botto Fiora / Escenografía y vestuario: Isabel Gual / Iluminación: Damián Monzón / Coreografía: Juan Manuel Branca / Asistencia de dirección: Nicolás Sorrivas y Mariano Mandetta / Producción: Brenda Carlini / Sala: El camarín de las musas, Mario Bravo 960 / Funciones: Domingos, a las 17 / Duración: 70 minutos / Nuestra opinión: Muy buena.
No es fácil en la cartelera porteña toparse con obras tan equilibradas y bellas. Como si pasara un tren reúne todas las cualidades necesarias para destacarse: un texto que desborda de matices, unas actuaciones que lejos de caer en estereotipos buscan indagar en las complejidades de los personajes, una dirección meticulosa y una escenografía que arroja de lleno a la platea a una casa de pueblo y de clase media. Con todos estos elementos la pieza teatral buceará en las contradicciones de los tres personajes: una madre sobreprotectora a la que le cuesta soltar y darle libertad a ese hijo que es distinto, sí, ¿o acaso es que ese vínculo no lo deja expandirse?; un hijo, Juan, no sabremos su edad, poco importa, es más aniñado que la media pero desborda dulzura, y Vale, una joven un poco rebelde -o tal vez los adultos exageran-, es la prima de Juan, viene de capital castigada por algunos excesos según la mirada de la madre. Esta visitante se convertirá en un implacable espejo de la relación madre-hijo que deberá a partir de ella sí o sí repreguntarse cuáles son sus roles y, acaso, si deben cambiar.
En los 70 minutos que dura la obra se vivirán todos los estados sin caer nunca en exageraciones. Podemos reírnos a carcajadas con esa madre-maestra-chusma-metida y en segundos estar lagrimeando con la historia profunda de Juan que carga con el dolor del abandono de su padre. Vale revoluciona la casa, les exige cambios, los somete a esa mirada extranjera que los perturba y no les permite ya volver a ser los mismos. Pero tampoco Vale será la misma.
Las actuaciones perfectas, en su punto justo, delinean a esos tres personajes aparentemente tan distintos entre sí pero que entrañan las mismas contradicciones y los mismos sentimientos: el amor y los sueños como motores de búsqueda. Guido Botto Fiora dándole vida a Juan es una joya que promete y mucho. Impecable en su papel, no descuida ni un movimiento ni una mirada para componer a ese niño que quiere crecer, que tiene sueños tal vez un poco escondidos pero que al aparecer se le tornan urgentes. Con ayuda de una ajustada escenografía la directora Lorena Romanin logra transmitir la sensibilidad, el olor a pueblo, a familia para poco a poco sumergirnos en la dificultad de esa madre que tiene la tamaña tarea de dejar crecer a su razón de vida e incluso dejarlo ir, ser libre.
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