Una gran historia sobre la ética y la integridad de un hombre
Un hombre equivocado / Autor: Roberto Cossa / Dirección: Villanueva Cosse / Intérpretes: Sofía Bertolotto, Alejandra Darín, Maia Francia, Alejandro Awada, Gustavo Pardi, Manuel Vicente, Vando Villamil y otros / Escenografía: Gabriel Caputo. / Música original: Mariano Cossa / Iluminación: Leandra Rodríguez / Vestuario: Daniela Taiana / Asistencia de dirección: Marcelo Mendez / Teatro: Nacional Cervantes, Libertad 815 / Duración: 80 minutos.
Nuestra opinión: Muy buena
"Es difícil, te lo juro, ser como el arroyo puro y grande como el río", decía la escritora española Concepción Arenal. Es verdad y se podría decir que casi imposible. No obstante, ciertos hombres, sin aspirar a la castidad de un santo ni a la grandeza de un héroe, piensan que es posible vivir la existencia de un modo coherente, con sujeción a ciertos principios y valores. En una época en que el relativismo tiñe de una justificación peligrosa a todas las conductas y el individualismo a ultranza suprime toda idea de solidaridad, es posible que esos hombres sean considerados hoy como dinosaurios.
Pero ha habido muchos de esos dinosaurios en el curso de la historia. Y también en la actualidad. Y se los puede ver y tocar, sin necesidad de preguntarse como la señora Susana Giménez si están vivos. Lo están y son personas que han decidido vivir con honestidad, sin aprovecharse de los otros ni aceptar concesiones o dobleces que, a veces, comienzan en un leve gesto y con frecuencia se transforman en traiciones patéticas. Y lo hacen no porque deseen flagelarse ni alcanzar el rango de criaturas inmaculadas, sino por simple y genuino convencimiento de que deben obrar así, porque se sienten felices de ser como son. Todos conocemos personas de esa textura humana.
Luis Bellomo, el protagonista de Un hombre equivocado, es una de esas personas. Un vecino a veces un poco rígido y que no siempre oye a su mujer o su hija como debiera, pero, por sobre todas las cosas, un sujeto íntegro, amigo fiel y protector de sus seres queridos, alguien que pretende ser consecuente con lo que piensa. La obra de Roberto "Tito" Cossa, versión libre del guión que Carlos Somigliana y él mismo hicieron para la película El arreglo, de Fernando Ayala, en 1983, trae de nuevo al presente de este país, tan saturado de deslealtad, corrupción, mendacidad y desprecio por los otros, a este arquetipo y lo ofrece a la observación pública, a la discusión y el análisis de todos. Y es, por eso, que los espectadores, sensibilizados como están con lo que se vive hoy, reaccionan con gran exaltación ante la historia. Todos desearíamos un poco más de tipos como Luis Bellomo en el mundo.
El estilo de la pieza es realista, siguiendo un poco las líneas de lo que fue el film y su guión original. Comienza con la visita que la abuela (Olga, esposa de Luis) le hace a su nieta (Elena), a quien le relata fragmentos de la vida de su fallecido abuelo -todos ellos resueltos a través de distintos flashbacks-, entre los cuales está el famoso conflicto en que su marido se negó a darle una coima a un técnico para que le prolongara los caños de provisión de agua potable que habían llegado al barrio pero no alcanzaban a la cuadra donde vivía la familia, tema que constituye el eje de la narración cinematográfica.
La estructura dramática del texto de Cossa no tiene fisuras y asciende a ritmo gradual y sin caídas desde la amable meseta inicial del cuento hasta la tensión máxima del final, muy conmovedor. Ha sido puesto en escena por un maestro de la dirección como Villanueva Cosse, que aprovecha la calidad del elenco para que la historia se prodigue en situaciones muy bien explotadas en lo interpretativo. En el papel central Alejandro Awada protagoniza con mucha intensidad los pasajes de mayor voltaje emotivo, pero en excelente contrapunto con los demás. Hay una buena partitura musical de Mariano Cossa y una escenografía resuelta con simpleza pero muy funcional: cuatro paneles en forma de muros colocados en diagonal (dos a la izquierda y dos a la derecha) y otro al fondo del escenario. Delante del primero de la izquierda hay una antigua bomba de agua manual, en medio de lo que sería un patio en el que se producen la mayoría de las situaciones; y a la derecha, una cama, que es la habitación en la que Elena se encuentra con su abuela. En este escaso y pobre ámbito, la vida y pasión de Bellomo estalla como un fuerte y fugaz golpe de luz en las tinieblas.