Una confusa y desordenada parodia
"El rey enano". Texto de Gabriel Virtuoso. Intérpretes: Gabriela Villalonga, Luis Contreras, Martín Berra Rey, Alma Bufano, Hernán Witkovsky y Fabián Fernández. Escenografía: Elías Leguizamón. Vestuario: Fernando Díaz. Dirección y puesta en escena: Matías Méndez y Gabriel Virtuoso. Presentada por el Instituto Nacional de Teatro. Sala Alberdi, Sarmiento 1551, 6° piso, los sábados y domingos del actual, a las 17.30. A la gorra.
Nuestra opinión: regular
El espectáculo intenta narrar la historia de un niño rey a quien le gustan los cuentos. Como Sheherezade, un escritor debe contar al monarca un cuento nuevo cada día. El problema es que éste los conoce todos. Afligidos por esa situación enfrentan al despótico soberano que se refiere con desprecio e ironía a los conocidos cuentos de hadas y otros del acerbo infantil. Finalmente, el rey decide que su corte deberá ofrecerle un espectáculo teatral al día siguiente. El desesperado escritor resuelve que todo se irá improvisando sobre la marcha, después de asignar los papeles.
Así empieza la obra al día siguiente, hasta que el rey, molesto por la situación, decide encarnar uno de los personajes y renuncia al cargo real.
Tanto el argumento de base como el de la representación incluida resultan confusos, tal vez por falta de un verdadero trazado de los personajes.
Es difícil saber si el guión de este espectáculo, que anuncia haber ganado el 1er. Premio en Dramaturgia Infantil 2001, otorgado por el Instituto Nacional del Teatro, permite otra clase de lectura que la que se percibe en esta puesta. Pero lamentablemente el resultado es un trabajo desprolijo, confuso, con actuaciones de muy poco valor, sin humor verdadero ni comunicación con el espectador.
Demasiada agresividad
En casi todas las escenas el texto es dicho en forma histérica y estridente, los movimientos son reiteradamente agresivos, y cuando se busca la sátira o la parodia -el argumento tiene mucho de "Sueño de una noche de verano", pero sin su poesía- parecería que los espasmos y el ridículo significaran el mejor código para arrancarles alguna risa a los niños.
Hay un momento en que un personaje tartamudea y la obra se orienta hacia la burla y la comicidad a partir del defecto, con el obsoleto recurso de que se formen palabras que los chicos consideren prohibidas o impropias y se rían. En otro caso, es un actor haciendo de protagonista femenina: el resultado, en lugar de ser divertido, debido tal vez a tanta sobreactuación, resulta descuidado y torpe.
Colocar a un niño como actor con un elenco de adultos requiere un cuidadoso manejo de la dirección y una buena marcación del personaje específico que se interpreta. En este caso, el pequeño actor simplemente juega a ser un rey de corta edad -mandón y caprichoso que cambia de actitud al final, teniendo a su cargo el enunciado de una especie de moraleja de cierre-, en una interpretación plana, sin profundidad ni aristas que tampoco corresponde reclamarle.
Al final, no se entiende muy bien qué historia original se quiso contar, ni por qué, ni si realmente se pensó en los niños espectadores cuando se trabajó esta obra.
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