Una Bernarda Alba diferente
"La casa de Bernarda Alba", de Federico García Lorca. Intérpretes: Elena Tasisto, Mirta Busnelli, María Onetto, Andrea Garrote, Carolina Fal, Muriel Santa Ana, Mariana Anghileri, Lucrecia Capello, Mausi Martínez, Nya Quesada, Livia Keppmann e Irene Grassi. Música: Diego Vainer. Iluminación: Jorge Pastorino. Vestuario: Oria Puppo. Escenografía: Guillermo Kuitca. Dirección: Vivi Tellas. En el Teatro San Martín.
Nuestra opinión: Muy bueno
Desmitificar podría ser la mejor palabra para explicar la intención de Vivi Tellas a la hora de poner en escena "La casa de Bernarda Alba". Su espectáculo promueve una nueva lectura sobre el drama y ella se integra en un pequeño listado de puestas de Lorca que en la Argentina, a partir de la década del 90, le sacan solemnidad al autor, lo vitalizan, lo refrescan y hasta le ponen erotismo.
Esta, como otras obras del autor, tiene un desenfado muy especial, propone mucha transgresión, porque critica la tradición y expone con toda libertad cómo esa tradición puede hacer estragos en el seno familiar y hasta pervertir las conductas de un grupo de mujeres que desean la vida.
Extrañamente, esos textos transgresores cayeron en manos de fuertes actrices que en otras épocas -décadas del 40 y 50- los hicieron tan suyos que terminaron sacralizándolos, quitándoles frescura y hasta ocultando matices. Cuidaron mucho a Federico, y enhorabuena, pero apagaron su libertad.
"La casa de Bernarda Alba" fue su última pieza. El personaje vive pidiendo que se oculten las verdades, y muchas actrices y directores hicieron lo mismo. Así, sus puestas siempre fueron oscuras, y las actrices debían decir sus textos modulando perfectamente y con las espaldas erguidas.
La nueva generación de teatristas quebró con eso.
Vivi Tellas estrenó este drama, y Bernarda no es el gran personaje. La directora se impone, quebrando todo lo conocido. Es muy común que en puestas de esta obra Bernarda sea la aristócrata que al perder a su esposo no sabe cómo conducir su casa y se transforma en una gran represora de sus hijas. Poncia, la criada, la que más sabe de la vida, es poco considerada, por su condición humilde. Angustias, la hermana mayor, la que va a casarse y logrará salir del encierro, es el opuesto de Adela, la más libre, la que decide conquistar al novio de su hermana y la que termina suicidándose para demostrar que en ciertas sociedades querer ser libre tiene su precio.
Pero, claro: en comunidades manejadas por estructuras férreas, consolidadas, defensoras acérrimas de las tradiciones, porque las defienden hasta pueden entender que se las cuestione y se las cambie. El teatro contemporáneo viene demostrando que en nuestras sociedades ya no hay grandes personajes que puedan ser protagonistas de un drama. Es más: el nuevo teatro argentino ni siquiera puede mostrar personajes enteros, porque la sociedad está demasiado fragmentada, sin líderes, y parecería no haber tradición que respetar.
Vivi Tellas lee a Lorca muy detenidamente y con mucha lucidez encuentra que Martirio es la gran protagonista de la pieza. Ella es hoy, en este 2002, la que más nos expresa.
Es la más quebrada por la educación de su madre, y se transforma en una gran perversa. Escondida en su conducta aniñada, controla la libertad de Adela. Siempre está cerca de su madre, pero también de sus hermanas generando inquietud. Es la que le da la escopeta a Bernarda para que mate a Pepe el romano y hasta conduce al suicidio de Adela, ocultando la verdad.
Martirio (magníficamente interpretada por Carolina Fal) es la secuela de un mundo dominado por la mentira, el falso respeto, la pérdida de valores y la ruptura de las instituciones (en este caso, la familia). Es ella la que verdaderamente tiene el poder, y domina. Seguramente será la que maneje esa casa cuando muera Bernarda. Ese personaje, con esas características, es moneda corriente en la vida argentina actual.
Vitalidad conmovedora
En su investigación, la directora aporta muchas novedades más. Descubre claves muy interesantes. Hay pequeñas frases o conductas de algunos personajes que asoman sumamente valorizados. Incluso aparece el humor, en muchas situaciones. Tellas hasta muestra los cuerpos sin ropas de esas hermanas.
Cada uno de los personajes tiene en esta puesta una vitalidad conmovedora, que se engrandece con algunas interpretaciones. Mirta Busnelli logra una Poncia libre, segura. No tiene miedo de enfrentar ese mundo que habita. Lucrecia Capello aporta una cuota de delirio extraordinario. Su abuela deslumbra. Y sobre todo en su segunda intervención, donde expone su cuerpo desnudo con tanta seguridad que descubre otra clave de la obra. Esa abuela también es protagonista, ya que pone en juego la sabiduría propia de su edad.
Como se trata de un drama de mujeres, cada intérprete encuentra su momento particular y destacado. Asoma una preocupación por dejar en claro los perfiles de los personajes para marcar sus realidades, de dónde vienen o a qué aspiran, como la fuerte composición de Mausi Martínez (criada) o el contraste que propone Prudencia (Nya Quesada) en su efectivo recuento de lo que sería el mundo exterior. En cuanto a las hijas, se opta por trabajar sobre determinadas señales, pero sin llegar a una fuerte profundización, como si en verdad ellas formaran parte de ese grupo de personas casi vencidas que bien puede manejar Martirio. porque entre ellas hay ingenuidad (Amelia/Garrote), dolor (Magdalena/Santa Ana) o mera aceptación (Angustias/Onetto).
Al cambiar el enfoque de la obra se produce un desfase lógico en la comprensión de personajes fuertes como Bernarda (Tasisto) y Adela (Anghileri). Ambas intérpretes deben enfrentar el duro riesgo de mostrar a sus criaturas desde otro costado, sin los condimentos a los que está acostumbrada la mirada del espectador. Anghileri no expone su pasión con la entereza necesaria, la misma que le hace atravesar la pared de la casa en un acto abrupto, por ejemplo, y Tasisto no se permite quebrar a fondo a esa represora Bernarda a la que Martirio desestructura sutilmente. Bernarda dice al final que a la muerte se la debe mirar de frente, mientras que ella no puede hacerlo. Ella no tiene poder en esta puesta y no quiere mirar lo que produjo, a quién le legó su poder.
La escenografía del plástico Guillermo Kuitca es muy contundente. Paredes altas y camas (el lugar ideal, allí se sueña, se tienen pesadillas y también fantasías eróticas) son el marco ideal para mostrar la verdadera casa de Bernarda Alba, su interior, el mismo por el que transitan esas mujeres. Son inquietantes las escenas en las que la Abuela y Adela atraviesan las paredes. Una, entrando para discutir la realidad, y la otra, saliendo para vivir según sus necesidades.
Esta nueva mirada sobre el texto lorquiano tiene mucha libertad, propone la reflexión y también la discusión. En esta temporada, debe de ser la primera vez que todo eso sucede.
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