
Un secuestro con historia
Inteligente y sensible mirada de Dalmaroni a la militancia política de los años 70
El secuestro de Isabelita . Texto y dirección: Daniel Dalmaroni. Intérpretes: Viviana Suraniti, Gabriel Kipen, Mariano Bicain, Laura Agorreca, Gastón Courtade, Ivana Averta, Daniela Nirenberg (reemplazada por Sofía Bertolotto) y Juan Mendoza Zéliz. Escenografía y luces: Marcelo Salvioli. Vestuario: Cecilia Carini. Teatro del Pueblo. Sábados, a las 23. Duración: 60 minutos.
Nuestra opinión : muy buena
Isabel, Isabelita, Chabela, María Estela Martínez o vaya a saber quién. El grupo de ex Montoneros que tomó por asalto la quinta de Olivos con la intención de secuestrar a Isabel Perón no sabe si la persona que se llevó encapuchada es la que buscaba o una empleada de maestranza llamada Isabel Pavón, que gusta de vestirse con la ropa de la viuda del general cuando ella sale de casa y hablar con su acento.
La desazón abate a este grupo de guerrilleros que se escindió de Montoneros hace un tiempo ("nos echaron por fierreros") y trata de continuar la lucha urbana como puede. La situación es desopilante, un delirio en el que se mezcla la mala suerte, la inexperiencia, el miedo a los infiltrados y todo un mundo saturado de términos propios de la militancia política y de la vida en la clandestinidad que -a su vez- se combina con la fe ciega por un proyecto que justifica cada acto de sus vidas.
Allí está Marcos, que es Raúl; también Chuzo; Lía, que en Montoneros era Lorena; Susana; Sergio, el tucumano; y otros más; todo creyendo en los principios de la lucha armada para forzar -en este caso secuestrando supuestamente a Isabelita- cierto paso al costado de López Rega. La idea es evitar el golpe: "Imaginate un minuto lo que puede ser la represión de un gobierno militar", dice uno. "No puede ser peor que la de la Triple A", le contesta otro. Con la distancia que otorga el tiempo, el diálogo que podría ser un simple intercambio de opiniones toma un tono dramático en el espectador que no tiene nada que ver con el de ellos. Son esos vaivenes lo que hace de esta obra un hallazgo, ya que se atreve sin tapujos a tratar con humor (y mucho) este tema en el que, lejísimos de burlarse, ofrece una mirada casi tierna y compasiva, que se acentúa con un final que cambia abruptamente de tono y que consigue un alto impacto emocional.
Y esto no es sólo responsabilidad del dramaturgo sino también del modo en que, el mimo Dalmaroni como director, hace jugar a sus personajes en escena. Con un equilibrio bien resuelto, la acción (y el interés) no se detiene nunca aunque no pase demasiado. Es que también van apareciendo nuevo temas, nuevos datos históricos, nuevos delirios que no dejan decaer la atención.
Además hay que tener en cuenta el gran trabajo de ambientación en el que la ropa, los cortes de pelo, de patillas y bigotes juegan un rol fundamental, y más con el desempeño de un compacto elenco que no muestra fisura al momento de interpretar a este grupo de jóvenes que llevan su idealismo con tantos principios inquebrantables que hasta se animan a plantear un juicio revolucionario a un compañero por fumar marihuana ("¿vos no serás trosko?").
Muchas virtudes tiene El secuestro de Isabelita , pero la más grande es que deja al espectador sin palabras. Nada de lo que uno puede imaginar sucede, no vale la pena ir con preconceptos. La mejor manera es dejarse sorprender y emocionar.
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