Un recorrido por el Festival Internacional de Buenos Aires: de una obra con los pies en el agua a la transformación de un cantante ciego
Una obra con intérpretes chinos, otra con público con los pies en el agua, un cantante ciego que cambia su identidad y un performer junto a sus múltiples dobles
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El Festival Internacional de Buenos Aires, que se inició el viernes pasado y que concluye este domingo, sigue su marcha sin que, por el momento, haya aportado espectáculos de peso en lo que hace a las propuestas llegadas del exterior.
En lo que refiere a los espectáculos internacionales, en medio de la tarde del martes de un tremendo calor, el simple hecho de entrar al jardín de Zelaya, la sala más bonita del entramado porteño que gerencia el director y dramaturgo Federico León, se agradece. Allí tuvo lugar Una obra en tu bañera que, en verdad, a contramano de lo que indica el título, tiene lugar en la pileta del bello jardín. Se trata de una propuesta de la norteamericana Erin B. Mee, directora fundadora de la compañía This Is Not A Theatre. En ese caso, el nombre de la compañía, tal vez, sirva para aclarar algunas cosas a la hora de intentar catalogar la experiencia.
Unos 15 espectadores se ubican alrededor del borde de la pileta con los pies en el agua. El hecho, claramente, es refrescante. En el momento indicado, se activa el “play” del celular en donde se escucha el audio que acompaña a esta experiencia inmersiva (uno de los ejes curatoriales recurrentes de las ediciones del FIBA de los últimos tiempos). Una toalla para refrescarse, mover los dedos de los pies, un rico té aromático, dejarse llevar, ruidito de las diminutas olas generadas por el movimiento de las piernas, hacerse un masaje mientras suena música típica para la ocasión, hasta que la experiencia llega a su fin. Entonces, a secarse los pies y a quedarse con ganas de meterse en la pileta para no volver al trajín urbano. Al terminar, la directora cuenta que tiene obras para otros espacios de la casa como los livings o los placards. No mucho más que eso.
Pasemos a otra parada del FIBA. En lo que hace a la franja de espectáculos transnacionales, aquellos montajes que proponen un cruce entre creadores extranjeros y artistas locales, está compuesta por 26 proyectos. Uno de ellos se llama Other [Chinese]. En la escueta información de la página del festival, se lo presenta de este modo: “Espectáculo de teatro documental en vivo que examina la multiplicidad de la identidad china: porque ser chino no es una sola cosa. El proyecto amplifica las voces de la comunidad local y revela lo que significa ser chino, aquí y ahora”. Se trata de una creación de la artista Alice Canton, de Nueva Zelanda.
A la hora de la función nocturna, después de que el espectador tenga que sacarse sus zapatos para transitar por una alfombra roja un tanto deteriorada, la directora cuenta en inglés que, en su país, las versiones que realizó le demandaron entre 3 y 4 meses de trabajo. También agrega que lo que se está por presenciar es un trabajo en proceso (algo no especificado en el programa digital). En la charla posterior, sostiene que en Buenos Aires solamente tuvo 9 días para realizar el proceso de casting, tomar registros en video de diversos testimonios de la comunidad china que viven en la ciudad y realizar un trabajo con alrededor de 8 jóvenes nacidos en Argentina o chinos que viven aquí. Con indudable conocimiento de sus experiencias, ellos narran aspectos sumamente interesantes sobre esa especie de doble nacionalidad abarcando tópicos como la identidad, el arraigo y el bullying.
Con tan pocos días de preparación, la propuesta no aporta ningún indicio de signo teatral. Todo queda reducido a un ejercicio iniciático de liderazgo y reconocimiento grupal. Lo cual, por lo menos, abre un interrogante preocupante: ¿Cómo el festival programa y anuncia algo como espectáculo cuando Others, en esta versión, apenas está dando sus primeros pasos?
La programación del FIBA también cuenta con una serie de obras nacionales que entran a la grilla por concurso. Entre ese grupo figura Yo elijo mi nombre, una inquietante propuesta de Ivanna Soto con la actuación del cantante ciego Eric Montenegro. La premisa de este monólogo polifónico con tintes biodramáticos que continuará haciendo funciones más allá del FIBA, en la sala Área 623, lo resume la misma información de prensa valiéndose de una pregunta tan simple como perturbadora: “¿Cómo es que alguien que jamás se vio la cara decide que su apariencia no responde al género que le fue asignado al nacer?”.
Eric, integrante del Coro Polifónico Nacional de Ciegos, comenzó su transición en 2015. Dos años después salió a la calle como hombre. Nada, claramente, le fue fácil. Pero su presente es otro. De hecho, durante la performance se saca su camisa para mostrar, orgulloso, las marcas que le quedaron en el cuerpo de esa transformación. En escena, canta canciones de una amplia paleta (de la clásica a la cumbia) y su cuerpo, su mirada, se expande por el espacio escénico. Le pone notas musicales a los días, al clima de cada día demostrando siempre su capacidad lúdica por fuera de relatos ligados a la queja.
En todo momento Ivanna Soto, en su primer trabajo como directora y dramaturga, está en escena. Lo cuida, lo ayuda en sus desplazamientos, lo mima. En algunos pasajes llega a ocupar un plano coprotagónico que, tal vez, hace que la propuesta deje de circular por los lugares más intimistas, confesionales, intensos. Desde hace unos años, el DNI de Eric Montenegro da cuenta del nombre que eligió. De todos modos, su padre, quien aparece en unas imágenes proyectadas, sigue refiriéndose a él como ella. Es al único que le permite ese, diríamos, desliz, porque él decidió llamarse Eric. Él decidió junto a Ivanna Soto sentar las bases de su propia identidad y hacerlo bajo las imprecisas formas de una performances con algunos desajustes dramatúrgicos, pero con intensos momentos poéticos como políticos.
Otra noche, la del lunes, en el barrio de Chacarita se estrenó No estoy solo, una performance unipersonal en la que el talentoso bailarín y coreógrafo Iván Haidar juega, manipula, interactúa, dialoga con sus huellas digitales. “La soledad como un modo posible de convivencia”, asegura el creador en la información de esta obra en la que, como en trabajos anteriores, vuelve a transitar esa búsqueda tan personal en la que una y otra vez va abriendo puertas hacia otras perspectivas. En sus obras, no necesita contar nada de su propia historia muy por fuera de los múltiples trabajos biodramáticos que pueblan la grilla del encuentro escénico. Eso sí: se desnuda, en todos los sentidos del término, con una radical convicción para terminar construyendo una obra cargada de trucos, de realidades paralelas de su propio cuerpo, de ausencias habitadas por muchos, de Caja de Pandora permanente que no para de abrir capas de sentidos como si fuera un Philippe Genty, el maestro de los sueños francés de la danza contemporánea local.
Cuando culminó la función de estreno en El Galpón de Guevara, Iván Haidar convocó a todo al equipo creativo de No estoy solo. Entre los aplausos, le dedicó la función a su mamá, Gloria, fallecida un día antes. Inevitablemente, de golpe, todo lo visto adquirió otra dimensión; los fantasmas y las presencias se multiplicaron. Pero hay una muy buena noticia en todo esto: la obra continuará haciendo funciones todos los martes, en El Galpón.
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